No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.
--Bécquer--
¿Creéis que la fe tal vez sea la convicción más profunda que tenemos los seres humanos, a pesar de la falta de pruebas convincentes? Aunque creemos en lo creemos por necesidades existenciales pero también por tradición y costumbre, ¡Ah!, ¿Qué no me creéis? Mirad:
Si yo hubiese nacido en la India hoy profesaría la religión hinduista, adoraría al dios Visnú y posiblemente iría de vez en cuando a purificar mi cuerpo y mi alma al río Ganges.
Y si hubiera nacido en Túnez, entonces me llamaría Mohamed, no comería carne de cerdo por considerarlo animal impuro y estaría deseoso de visitar una vez en la vida la Gran Mezquita de la Kaaba, en La Meca y rezar ante sus sagrados muros.
Sin embargo he nacido en Fuente de Cantos, por lo tanto me corresponde ser cristiano y católico para más señas; lo que conlleva que me encanta el jamón y no estoy obligado a presentarme en el Vaticano si no me apetece. Esto demuestra a las claras que la opción de mis creencias están sujetas sin lugar a dudas a mi lugar de nacimiento.
Desde que el cristianismo (más sencillo puesto que todo lo que se le pedía a los nuevos conversos era fe) se impuso en el Imperio Romano desplazando al paganismo (más culto pues su leitmotiv era la razón) la radicalidad en las creencias y supersticiones fueron a más, de tal forma que en la Edad Media fue la repanocha.
Era tal el miedo, el desasosiego y la superstición en la sociedad de esa época que se puso de moda el conservar como amuleto de buena suerte alguna reliquia de santos, de mártires o incluso objetos que supuestamente habían tenido algo que ver en la vida de Cristo, como trozos de madera de su cruz, sudarios, cálices etc. etc. Claro, que si todos los trozos de la cruz que se hayan repartidos por el mundo fuesen verdaderos tendría éste que haber utilizado un montón de cruces; o el cáliz de la última cena; que yo recuerde debe haber, como poco, una docena en diferentes iglesias de la cristiandad reclamando su autenticidad.
En España hasta los reyes eran campeones en coleccionar reliquias. Los huesos de santos y de mártires eran sus preferidos. Felipe II, llegó a tener mas de cinco mil piezas en su Monasterio de El Escorial. Hubo, incluso, un verdadero tráfico ilegal de restos óseos o fragmentos de ropas que se pagaban muy bien en el mercado. Por supuesto la inmensa mayoría de ellos eran más falsos que judas. Acordaros del brazo incorrupto de Santa Teresa y su relación con Franco y con nuestro convento del Carmen..
Uno de estos objetos, quizás el más conocido junto con el cáliz de la última cena es, sin duda, “La Sábana Santa" de Turín. El lienzo, también llamado “la Síndome” se supone que es el sudario donde envolvieron a Cristo después de muerto, y es objeto, por cierto, de veneración por millones de católicos en todo el mundo que no dudan de su autenticidad. Aunque esta autenticidad esté últimamente en entredicho después de las pruebas realizadas con el famoso “Carbono 14”.
Decía al principio que la fe mueve montañas, y me ratifico, porque ya se sabe que donde hay patrón no manda marinero, y es que en muchos de nosotros el patrón es el corazón, y a este no le valen razones.
Joaquín
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