lunes, 28 de agosto de 2017

Armas de mujer..

                                                                                  


¿Dónde volaron, ¡ay! aquellas horas

de juventud, de amor y de aventura,

regaladas de músicas sonoras,

adornadas de luz y de hermosura?

¡Ilusiones que llora el alma mía!

¡Oh, cuán suave resonó en mi oído

el bullicio del mundo y su ruido!.

Los años de la ilusión pasaron,

las dulces esperanzas que trajeron

con sus blancos ensueños se llevaron,

y el porvenir de oscuridad vistieron.

--Espronceda--


Vosotras no la conocisteis; era bellísima.. Desde que murió su esposo sólo su casa y hacienda le absorbía el tiempo. Nada quería saber de flirteos amorosos ni de nuevos maridos..

Aún era muy joven cuando se quedó viuda. Su marido había muerto de una insolación en sus campos de trigo. Ella lo quiso mucho, ¡Oh, si lo quiso de veras!  y le lloró amargamente. Luego le guardó todo el respeto del mundo...

Pero su pueblo, el judío, estaba sufriendo horrores. Nabucodonosor, ese rey de Babilonia poderoso y sanguinario, en pleno éxtasis de su poder a punto estaba de subyugar a sus compatriotas..

Judith no era inmune a ese padecimiento. Ella veía cómo su pueblo desesperaba ya casi vencido de cansancio, hambre y sed mientras los babilonios los mantenían sitiados. Así que cuando le propusieron un plan para salvarlos no lo pensó dos veces..

Tuvo que hacer de tripas corazón y mancillar su cuerpo, pero no quedaba otra.. Se despojó de los oscuros hábitos, se maquilló la cara, se perfumó y se ajustó un vestido coqueto que realzaba su maravilloso cuerpo. Luego se introdujo a través de un pasadizo secreto en el cuartel de los sitiadores.

Engatusó con su belleza al mismísimo general Holofernes, jefe supremo de las tropas enemigas, que quedó prendado de ella. Enseguida quiso hacerle el amor.. Bebieron y se acostaron. Judith aprovechó para hacerle beber más de la cuenta.. El general quedó borracho y dormido como un bendito.. momento que aprovechó ella para que, con una sangre fría de espanto, cortarle la cabeza de un tajo..

A la mañana siguiente cuando los babilonios se enteraron de la decapitación de su jefe, acojonados pusieron pies en polvorosa; ¡huyeron despavoridos!..

Con el cabezón aún sangrante de Holofernes en la mano, Judith fue recibida como una heroína por su pueblo, que quedó así liberado de aquellos enemigos terribles. Eso sí, el precio que tuvo que pagar fue denigrante. Esperaba que su marido allá arriba lo entendiera..

Y, fijaos, Judith vivió hasta los 105 años y, a pesar de que tuvo muchos pretendientes, permaneció viuda y célibe toda su vida. Otra cosa es lo que hiciera de puertas adentro, que eso, amigas, nunca lo sabremos..

  Joaquín  Yerga

                                         Judith con la cabeza sangrante de Holofernes en su mano





domingo, 20 de agosto de 2017

Réquiem por Barcelona





La libertad no hace ni más ni menos felices a los hombres; los hace, sencillamente hombres.
M. Azaña



No es mi intención ir a contracorriente de la opinión pública mayoritaria, y en esto de deplorar los terribles sucesos de Barcelona menos todavía, pero creo que con crespones negros en la red y velas encendidas no solucionaremos nada.
Lamentar la muerte de personas asesinadas por la estupidez de estos tíos es humano y comprensible; dedicar semanas a colocar lacitos en las redes sociales y entonar canciones de paz del tipo: “Imagine” de John Lennon es inútil cuando no ridículo.
He oído decir alguna vez a escritores, periodistas o entendidos en general que los europeos nos estamos reblandeciendo en nuestra manera de vivir. Y que mostramos poco ímpetu en defender nuestras libertades que con tanto sufrimiento y trabajo lograron nuestros antepasados, y a mi modesto entender no les faltan razón.
En la mayor parte de los países de Europa predomina la democracia como manera de gobernarse, es decir, dejamos que el pueblo a través de sus representantes sean los que hagan y defiendan nuestras leyes, y eso es un buen síntoma de desarrollo, pues qué mejor manera de convivir entre todos que aceptar lo que la mayoría decida, sin menospreciar a las minorías. Pero esto no se ha conseguido en dos días, sino que nos ha llevado siglos de guerras y represiones, y no es de recibo, por tanto, que culturas bárbaras e inamovibles  amenacen esta bicoca evolutiva nuestra.
Nosotros los europeos hemos logrado después de mucho tiempo lo que parecía imposible, dejar de lado las luchas entre razas y religiones que nos subyugaban e impedían vivir en paz y hemos antepuesto las libertades individuales y los derechos humanos a los caprichos y veleidades de unos cuantos iluminados o grupos más o menos intransigentes, que por otra parte han existido siempre, sin embargo han bastado tan solo unas décadas de paz y mucha prosperidad para que, bien repantingados en nuestro confortable estado de bienestar olvidemos el sufrimiento de nuestros padres para llegar a él.
Nos guste o no saberlo estamos dejando que millones de personas de religiones intolerantes se acomoden en nuestro territorio, y bajo la excusa de nuestra exquisita manera de entender la democracia y respeto por las minorías transigimos con costumbres a todas luces incompatibles con nuestro elevado modo de convivir. Quizás cuando nos veamos obligados a poner coto a esa dejadez sea demasiado tarde y por desgracia volvamos a las andadas con guerras de religiones y demás calamidades que ya teníamos olvidadas.
Con mostrar la torre Eiffel, o la puerta de Alcalá con los colores de la bandera de España, en el primer caso o de la de Cataluña en el segundo, pudiera llegar a ser emotivo, pero a todas luces poco útil para acabar con ellos, incluso yo diría que contraproducente pues da alas a que con el enorme impacto mediático aparezcan más terroristas llevados por el efecto mimético.
Aunque lo pudiera parecer por la amplitud informativa esto no es una guerra entre dos ejércitos que se baten en un campo de batalla, simplemente son unos cuantos miles de jóvenes magrebíes desestructurados que pululan por nuestro mundo occidental, y que sin mucho arraigo social son presas fáciles para cuatro fanáticos imanes religiosos que descargan su odio, a través de ellos, hacia nuestra prospera manera de vivir en libertad.
Ignoro qué solución encontrar para acabar con esta nueva desgracia que nos oprime. La novedad en relación con otros grupos y actos terroristas es que en estos su campo de acción es el mundo entero, pues apenas hay lugar en él que se libre de sus atrocidades. Y lo que es peor aún, nos hacen estar en un vilo permanente porque todos tenemos la terrible certeza de una próxima barbaridad a cometer pero no sabemos dónde.
Tal vez y a corto plazo una manera de mitigar el daño que nos hacen sea no darle más importancia que la que tiene. Enterrar simplemente a nuestros muertos con el respeto y cariño debido, y gastar más dinero en potenciar los servicios policiales y de espionaje, sin olvidar, por supuesto, mano dura contra cualquier medio que los adoctrinen, mezquitas incluidas. La otra solución, a futuro vista, es controlar muy mucho el asentamiento en Europa de estas culturas y religiones intransigentes e inadaptables, sino serán como caballos de Troya introducidos en nuestro continente, dispuestos más pronto que tarde a acabar con nuestra peculiar manera occidental de vivir. Aún estamos a tiempo.
Dicho queda…
                                                                    
Nota del autor:
Lamentablemente hoy, un año después del atentado, el problema no viene de condenar esta barbarie y apiadarse de las víctimas, sino la macabra utilización del atentado por parte de los nacionalistas catalanes. A estos tíos no les importa el sufrimiento de tantos, sólo sacar ventaja de estos actos para sus ilegales e injustos fines.
Sepan que cuando abuchean y denigran a los reyes, no lo hacen por sus egregias personas, lo hacen por todos nosotros, el resto de españoles.

                                                                     Joaquín Yerga
                                                                      20/08/2017

jueves, 3 de agosto de 2017

El ocaso de los Dioses



Señor, haz que pueda desear más de lo que puedo lograr.
(Miguel Ángel)


No recuerdo quien se inventó la palabra Renacimiento para denominar a todo ese entramado de imaginación y esplendor que se dio una vez en todos los órdenes y disciplinas que imaginar podamos. Fue sin duda un acierto, pues no se puede decir que esa explosión de creatividad fuese nueva, sino que ya hubo otra tiempo atrás. Aquella primera se extendió durante más de seis siglos y nació en Grecia; por lo tanto, el término Renacer, después de más de mil años de oscuridad y silencio que fue la llamada Edad Media en civilización vino muy a cuento.
Fue en Italia donde empezó todo, y a partir del siglo XIII aproximadamente. Italia no existía como país entonces, estaba divida en ciudades estados, y quizás fue por eso, por la gran rivalidad que existía entre estas ciudades, fue lo que hizo que sus habitantes despabilaran como nadie.
Entre todas estas ciudades (con sus territorios adyacentes) las más importantes en cuanto a economía, arte o potencia militar fueron, Venecia, Génova, Florencia, Milán, Pisa, Nápoles y Verona, aunque hubo otras.
Milán, Génova y Nápoles destacaron por su poderío militar más que artístico, y Florencia y Venecia por su ingente cantidad de intelectuales y artistas de toda clase que vieron las primeras luces del día entre sus muros. Florencia destacó muy por encima de todas ellas.
A Giorgio Vasari, un arquitecto florentino del siglo XVI le debemos que sepamos mucho de los diferentes artistas de la época. Él lo vivió personalmente y conoció a muchos de ellos. Después escribió un libro sobre el tema (La vida), incluso se atrevió a contarnos algo de la vida privada de los personajes principales. Nos habla, por ejemplo de…
Giotto, excelente pintor; de los primeros del Renacimiento. Según Vasari, más que ver la realidad la palpaba y luego lo trasladaba a sus frescos en iglesias de Padua. De Botticelli no hacía falta que se esmerara demasiado en contarnos su destreza, conocemos al dedillo su magnífica obra en un montón de cuadros, sobre todo los que tenemos la suerte de exponer aquí, en nuestro museo Del Prado. Contemplar sus colores y el humanismo que respira en sus personajes representados es un placer para los sentidos. De Paolo Ucello, no nos ha caído la breva de contar con ningún lienzo en nuestro país, debemos desplazarnos a la National Gallery de Londres o a los Uffizi en Florencia para deleitarnos con algunos de ellos. Él se vanagloriaba de haber pintado en un papel un poliedro de 65 caras. ¿Fue realmente el primer cubista y surrealista de la historia?
Y qué me dicen de Bellini, de Messina, de Carpaccio, de Giorgione, o del gran Andrea Mantegna. De este último he visto algunos cuadros y son excepcionales, sobre todo su Cristo crucificado. De Bellini, dijo Durero, (el gran pintor renacentista alemán) que era el mejor de su tiempo. Sin embargo, de los más conocidos nuestros, por la cantidad de cuadros que pintaron a los reyes de España fueron: Tiziano, pintor de cámara de Carlos V y de su hijo Felipe II, y su discípulo Tintoretto, venecianos ambos. De todos ellos nos cuenta al dedillo, sus destrezas como pintores y sus cuitas como personas, el gran Vasari.
Pero se esmera Vasari, más que con nadie, pues fueron verdaderos genios, con Rafael, con Leonardo da Vinci y sobre todo con el gran Miguel Ángel. Curiosamente los tres fueron enormes artistas y los tres homosexuales en sus apetencias amatorias. Ignoro si tiene algo que ver una cosa con la otra, aunque hay quien dice que los de ésta tendencia sexual son especialmente sensibles al arte.
Del primero nos dice Vasari que murió posiblemente por una noche de excesos carnales. ¡Vete a saber que locura haría el bueno de Rafael para acabar así, y tan joven!. De su pintura tan solo sorprenderse gratamente por su magnificencia. En el Prado tenemos una buena representación de ella.  
De Leonardo, quizás el más famoso hoy en día, casi lo sabemos todo. Hizo de todo, escultura, diseño, inventor pero sobre todo pintura. De sus dos cuadros principales La Gioconda y La Última Cena, qué decir que no sepamos ya. A mi entender están, tal vez, un poco mitificados y sobre valorados. De su vida privada, también la conocemos al dedillo, o casi. Padeció una leve condena por actos de sodomía, asunto éste que hoy en día daría risa. Sirvió en la corte de los reyes franceses y según algunos expertos murió en brazos del rey Francisco I. Está enterrado en el castillo de Amboise, al oeste de Francia. Por cierto, no quiero poner los dientes largos a nadie, pero me permití el año pasado el lujo de pisar su lápida y hacerme unas cuantas fotos junto a ella.
Vasari se explaya con Miguel Ángel. Lo trató personalmente y nos dice de él que fue, feo, canijo, avaro e irascible, además estaba atormentado por el tema religioso. En sus años jóvenes anduvo bajo la protección del gran mecenas florentino, Lorenzo el Magnífico, como tantos otros. Por cierto, sin éste personaje y de su padre Cosme de Médicis es imposible escribir la historia de Florencia y por tanto del Renacimiento. La importancia y peripecias de esta familia florentina es apasionante, pero esto es otro asunto.
Miguel Ángel fue un firme seguidor de Savonarola, el febril y paranoico fraile que despotricaba de todo lo nuevo y liberal de la época, y que ya sabemos que queriendo quemar en la hoguera a todos los de moral relajada, acabo el mismo chamuscado. La obra de Miguel Ángel sencillamente apabulla. Lo mismo sus esculturas hiperrealistas del David y su Piedad, o las pinturas de la Capilla Sixtina son de otro mundo. Cuenta Vasari que después de pintar, casi obligado por el Papa Julio II la capilla, fue incapaz de volver pintar de pie, tenía que hacerlo tumbado, tal fue el cruel trabajo de largos años de duración. Las esculturas de este genial artista, a mi entender, quizás sean las más bellas obras jamas realizadas por hombre alguno. Y lo digo con conocimiento de causa pues he sido testigo de la magnificencia de algunas de ellas.
Dicho queda.
                                                                       

                                                              Joaquin Yerga
                                                                       



El príncipe y la corista




No hay presente ni futuro, sólo el pasado que se repite una y otra vez.
E. O´Neill

Hubo una vez, hace ya mucho tiempo, una corte esplendorosa. Esa corte apenas es conocida hoy en día salvo por los muy amantes de la historia. Los fastuosos reyes que la presidian eran ni más ni menos que Justiniano y Teodora, dos personajes aparentemente incompatibles pero que formalizaron una de las parejas reinantes más estables e indestructibles de todos los tiempos.
Cuando los bárbaros atravesaron sus fronteras, el antaño Gran Imperio Romano se deshizo como un azucarillo en el café. Antes de eso se dividió en dos partes, la zona occidental (Hispania, Italia, Francia e Inglaterra) que desapareció pronto a manos de esos pueblos nórdicos, y la parte oriental que aguantó otros mil años más. A esa gran zona oriental (las actuales, Grecia. Turquía o Siria) se la conocía como, el Imperio Bizantino. Esto fue así por la ciudad de Bizancio, más tarde conocida por Constantinopla… y ahora por Estambul.
Sobre el siglo VI de nuestra era, gobernaba como emperador de ése imperio el gran Justiniano, un tipo astuto que supo llevarlo a su más alta cota de extensión y riqueza. Justiniano, poderoso y apuesto, se enamoró perdidamente y contra todo pronóstico de Teodora; y digo esto porque resulta que nadie daba un duro por esta bella mujer.
El hecho de afirmar que su matrimonio con Teodora fue contra-natura es porque ella era, ni más ni menos, que una prostituta de lujo. Organizaba, en sus mejores tiempos, orgías depravadas con miembros de la alta sociedad bizantina, y se acostó (y no para dormir precisamente) con una cantidad considerable de varones de toda condición. De ella llegó a decir el famoso historiador Procopio, que la gente evitaba cruzársela por la acera para no contaminarse de sus numerosos pecados. Sin embargo, después de ser rechazada por un general de la que estaba enamorada, hizo propósito de enmienda y cambió radicalmente. Y en ésas estaba cuando la conoció el bueno de Justiniano.
Juntos, emperador y emperadora, formaron una pareja modelo. La corte Bizantina llegó a ser espectacular, por lo fastuosa y fueron muy respetados por todos sus súbditos… y por la historia. Un día se organizó un torneo y juegos festivos entre los dos partidos principales del imperio, los azules (de religión, digamos más ortodoxa) y los verdes (monofisitas, estos no creían en la naturaleza divina de Jesucristo). Pero la cosa acabó mal, se liaron a palos entre ellos y la revuelta llegó a ser de tal calibre que hubo miles de muertos, llegando incluso la turba a asaltar el palacio en donde moraban los reyes.
Todo estaba perdido, Justiniano a punto de rendirse y sucumbir, pero Teodora le echó un par. Ella fue la que animó a su marido a pelear hasta el final y junto al gran general Belisario, lograron apaciguar a las masas. Como era lógico y habitual en aquellos tiempos, la represión fue brutal y los ajusticiados se contaron por decenas de miles. Se decía que Teodora le dijo a su esposo, (aun en las últimas y en plena desesperación) “No huyas y aguanta porque, qué mejor mortaja que la púrpura imperial” aludía a que mejor morir de reina que vivir en el exilio o de lacayo. Salieron de estas y gozaron de un largo y fructífero reinado.
Como dije antes, el Imperio Bizantino aguantó mil años más, superando para ello montones de vicisitudes a cual más peliaguda. Por ejemplo soportó y se resistió a los árabes que en algún momento pisaban fuerte. De hecho en España no pudimos con ellos y nos invadieron. Otra peculiaridad de esta sociedad fue el gran problema religioso conocido como Iconoclasta. En una determinada época los jefes religiosos dispusieron que no se debería adorar ni reverenciar a las imágenes de los templos, pues eso era poco menos que idolatría… y destruyeron todas las que había en las iglesias. Pero después, otra corriente de pensamiento dijo lo contrario, y volvieron a reponerlas. Duró esa controversia varios siglos y trajo, por cierto, graves conflictos.
El otro gran motivo de tipo religioso a resaltar fue el cisma del año 1000. La iglesia Bizantina se separó de Roma por diversos y peregrinos motivos… y se negaron a reconocer al Papa. Hoy en día sus herederos siguen al margen y tienen sus propios patriarcas. Por ejemplo, Grecia y todos los países ortodoxos (Rusia, Bulgaria, Rumanía etc.) son los sucesores religiosos del Imperio Bizantino.
Constantinopla, la capital del imperio, llegó a ser una de las más grandes ciudades de la antigüedad tardía. Rivalizó con la Córdoba de los califas. Entre éstas dos, Bagdad y Damasco, fueron la envidia de peregrinos y aventureros del mundo conocido de entonces. Llegó a tener más de un millón de habitantes y estaba defendida por una soberbia muralla con más de cien torres de increíbles alturas. Su moneda oficial de oro era la más segura y preciada de la civilización y hasta en China era cotizada. Hacía ésta, las veces que hace hoy en día el dólar americano en el mundo.
Además de su magnífica historia, (una delicia para interesados), la religión cristiana ortodoxa (que siguen hoy en día unos cuatrocientos millones de personas en Europa oriental), y las secuelas del llamado código de Justiniano (conjunto de leyes que han servido en Europa hasta hace cuatro días), el monumento arquitectónico de la iglesia de Santa Sofía es, sin duda, el más importante legado de los bizantinos.
La enorme cúpula de Santa Sofía, hoy en pie y en perfecto estado en Estambul, se erigió en el año 563 y podría catalogarse como una de las maravillas del mundo. Cuando Isidoro de Mileto y Antemio de Tralles, junto a unos diez mil obreros terminaron de construirla, se dice que Justiniano sentenció, “Salomón, te he superado” 
Hoy en día todo ese antiguo y magnífico imperio cristiano está en manos de los turcos que lo conquistaron en 1453 cuando cayó por primera y última vez la suntuosa Constantinopla. Esa fecha marca el inicio de la Edad Moderna y el final de la Medieval. Se dijo, y no sin cierta verosimilitud, que la cristiandad tembló de miedo y lloró, también, de pena y dolor al conocer la terrible noticia.
Dicho queda…
                                                                                  Joaquin Yerga