martes, 25 de agosto de 2020

Más allá del límite..




Cuando haya muerto, llórame tan sólo
mientras escuches la campana triste,
anunciadora al mundo de mi fuga
del mundo vil hacia el gusano infame.

Y no evoques, si lees esta rima,
la mano que la escribe, pues te quiero
tanto que hasta tu olvido prefiera
a saber que te amarga mi memoria.

Pero si acaso miras estos versos
cuando del barro nada me separe,
ni siquiera mi nombre digas
y que tu amor conmigo se marchite.

para que el sabio en tu llorar no indague
y se burle de ti por el ausente..
--Shakespeare--


Enseguida comprendí la insinuación del enterrador cuando me mostró desde lejos las manecillas de su reloj de pulsera, por lo avanzado de la tarde. Atendiendo a su indirecta traspasé, aún emocionado, la puerta del cementerio y salí al exterior. Casi anochecía ya; el frío arreciaba. Me subí el cuello del abrigo, volví la cabeza y eché hacia atrás una última mirada..
Vi que cerraban ya las enormes verjas del camposanto y apenas unos yerbajos, acaso desprendidos de las decenas de ramos de flores ofrendadas a los difuntos, revoloteaban por los solitarios paseos del cementerio empujados por el viento. Los pájaros se posaban inquietos en las ramas de los cipreses dispuestos afrontar la inminente oscuridad de la noche. ¿Y los muertos? ¡Ay, de los muertos se habían vuelto a olvidar!..
Mientras mis ojos se acostumbraban a las siniestras sombras que el anochecer diseminaba sobre la tapia, pensé en mis seres queridos que atrás dejaba.. Y recordé a mis padres. Ahí quedaban un día más en ésa fría eternidad que es el “más allá”. Curiosa metáfora nos hemos inventado los vivos; quizás para alejar a los muertos un poco más allá de nuestra vanidosa realidad.
De pie, frente a la verja y escudriñando a través de los barrotes el sombrío horizonte de la necrópolis quedé un rato meditando sobre la vida y la muerte... "La muerte", eterna presente en los cementerios ya vacíos. En qué otra cosa se puede pensar en semejante lugar...
Aún perduraban las flores frescas en las repisas de los nichos y brillaban del lustre de ayer (día de los difuntos) las frías losas de mármol de las sepulturas. Relucían, también, los epitafios esculpidos por diestro cincel en las lápidas, pero.., tendrán que esperar.. Sí, tendrán que aguardar al próximo año para ser releídos, porque la multitud, satisfecha y complacida de las ofrendas de flores a sus muertos, ha vuelto ya al mundo de los vivos y no regresará hasta el año que viene. 

Yo, sin embargo, aún permanecía allí parado. Seguía con ganas de pensar en los muertos. Sí, pensaba en el gran número de gente allí sepultada. Y se me ocurrió una cifra que tal vez duplicaba a los que trajinaban, más o menos felices, más allá, en la ciudad de los vivos y del ajetreo..
Saqué mi pitillera y encendí un cigarrillo. Entre bocanadas de humo seguía reflexionando sobre vivos y muertos. Y me dio por pensar.. Si, pensé que el cementerio que contemplaba en esos momentos era el más grande de Europa; inmensa metrópolis, mastodóntica ciudad de los muertos; allí yacen olvidados cientos, tal vez miles de tipos y tipas que lo fueron todo en la vida. Hoy, apenas unos resecos ramos de rosas lucen en sus depauperadas tumbas..
Después de un buen rato abstraído y ya más sosegado enjuagué una última lágrima rezagada que se deslizaba por mi mejilla y caminé hacia mi coche aparcado frente a la entrada. Mientras me alejaba del cementerio aún tenía tiempo de mirar por el retrovisor los acompasados movimientos de la copas de los cipreses empujados por alguna racha de viento.. No obstante, un pensamiento inesperado me vino a la mente; se trataba de aquellos versos de Bécquer que decía: ¡Dios mio, qué solos se quedan los muertos!..
En nada de tiempo y desde el interior de mi coche vi de frente el parpadeo de las luces de la ciudad. Y a mi derecha, al fondo, la del reloj de una torre de iglesia cercana; creo que iban a dar las ocho. Es la ciudad de los vivos, se entiende. A ésta otra de los muertos que dejaba atrás volveré al año que viene; supongo que a pasear y pensar, no más..
Joaquín Yerga