miércoles, 28 de septiembre de 2016

Pequeñas maldades







Dicen que la historia se repite, lo cierto es que sus lecciones no se aprovechan.
Camille Sée

Si miramos con detenimiento ciertas partes de nuestra historia, nos dice ésta que los españoles somos muy dados a deslealtades. Y conste que recurro a este apelativo por no aplicar otro más contundente. A lo largo del articulo nombraré a algún personaje especialmente ingrato con la tierra de sus antepasados.
También es cierto que la historia es una ciencia sobre la que no podemos afirmar que sea exacta porque, a pesar que lo que se diga en ella sea pasado, cada historiador la cuenta a su manera según sus principios e ideología. Y se supone que la escriben los ganadores pues, lamentablemente, a los perdedores nunca les dieron la oportunidad de contar su versión de los hechos.
Conocer la historia y sobre todo la nuestra, creo,debería ser una asignatura de obligado cumplimiento por todos y no un mero trámite educativo. Tendríamos que refrescarnos la memoria colectiva e invocar aquella sentencia que dice: “El país que no conoce su historia está condenado a repetirla,”. Y eso es atroz, porque nuestro pasado tiene episodios muy truculentos.
Nuestro país, España, ha tenido un pasado muy rico y variado en acontecimientos. Unos han sido buenos y fructíferos. Otros por el contrario pésimos. Y es que de todo ha habido como es natural tratándose de uno de los grandes países del mundo, con imperio incluido, durante varios siglos.
Nosotros empezamos a ser alguien en la historia a raíz de nuestro descubrimiento del Nuevo Mundo (América), llamada así curiosamente en honor a un italiano, Américo Vespucio, que fue de los primeros en escribir sobre ese gran continente. Incluso anteriormente ya contábamos algo en el mundo conocido; exactamente en tiempos del Imperio Romano. En esa lejana época nos tenían y apreciaban, por cierto, como una de las provincias más relevantes, Hispania.
Abundando sobre lo de América, no sé si muchos conocen el origen de los nombres de las naciones del sur de ese continente. Si no es así, en cuatro palabras se lo cuento.
Por ejemplo, de la Venezuela de Maduro. La nombraron así los españoles debido a las numerosas lagunas que había en algunas zonas del país. A muchos les recordaba a la Venecia italiana. Ahora y por desgracia, esos mismos verían: dictadorzuelos, penurias alimentarias, mucha represión y desiertos...económicos.
De Bolivia está más claro su origen, es una derivación de Bolívar, (Simón Bolívar). Fue un homenaje al más famoso líder de la independencia de la zona. Por cierto, hace un par de días visité la iglesia de S. José, en la calle Alcalá de Madrid y en su interior contemplé con curiosidad una placa conmemorativa en honor a la boda que allí celebraron aquél y una madrileña de pro….Después este sujeto nos traicionó sublevándose, junto con otros muchos criollos, (hijos y nietos de españoles como él) en contra de su madre patria. Como puede comprobar el resignado lector, nada nuevo bajo el sol, nos sigue pasando, solo que ahora mas cerca.
De Colombia obviamente no hay que esforzarse demasiado para comprender que se le puso ese nombre en honor a Cristóbal Colón. Al hilo del personaje, parece confirmarse la teoría de que este gran marino vino al mundo en Génova. Definitivamente era italiano y no portugués o catalán como han sugerido algunos, “eminentes independentistas”.
Otras naciones del cono sur americano, que durante más de tres siglos pertenecieron a España, les deben sus definiciones a los habitantes nativos que ocuparon sus distintos territorios, como son Chile, Perú etc… Esto en cuanto al nombre del país, si hablamos de sus capitales y ciudades, la inmensa mayoría de sus apelativos son transcripciones exactas de pueblos de España. Sin ir más lejos, ahí tenemos a: Córdoba, Barcelona, Valencia, Medellín, Mérida, Cartagena etc .todas ellas grandes ciudades americanas y homónimas de las españolas.
Si desde el sur de este gran continente remontamos el ecuador y pasamos hasta centroamérica, ídem de lo mismo, Honduras, denominada así por el puerto de Honduras en Cáceres; El Salvador por tema religioso etc….En México, por supuesto, todo él está cuajado de nombres castellanos.. Pero de todo aun sorprende (y es algo de lo que teníamos que estar bien orgullosos) de la conservación intacta de los topónimos dados por nuestros antepasados a los distintos territorios y ciudades del coloso vecino del norte, los Estados Unidos.
Toda la mitad sur de ese gran país, que una vez perteneció a México, sigue conservando un sonoro nombre español. A nadie se le escapa que, Florida, Colorado, California, Arizona, Luisiana etc. en lo tocante a estados. O Los Ángeles, Sacramento, Albuquerque, S. Diego etc. en ciudades (ahora grades urbes), son de procedencia castellana. En cuanto a grandes accidentes geográficos o ríos como: Rojo, Grande, Nevada etc…todos estos bonitos y ostentosos nombres se lo deben a los conquistadores españoles (gran parte de ellos extremeños) que fueron los primeros en pisar esa tierra. Hubo algún que otro misionero, como el mallorquín Fray Junípero Serra, que tiene en su haber la fundación de San Francisco y otras muchas de las misiones que fueron germen de las actuales grandes ciudades californianas.
Evidentemente no podemos estar completamente orgullosos de toda la herencia dejada por nuestros antepasados en el Nuevo Continente. Sí, del idioma, que es un verdadero tesoro. Si no fuera por él habría ahora una babel idiomática allí. Cada país hablaría una lengua diferente con la consiguiente merma de entendimiento entre ellos. No obstante, otros legados no fueron tan beneficiosos para los indígenas, que de alguna manera occidentalizamos.
En religión impusimos el catolicismo a la fuerza y por lo tanto el posterior grado de desarrollo político y económico (tan relacionado a este credo) fue tan pésimo como en su Madre Patria. Otro gallo les hubiera cantado a los aztecas, incas o mapuches si en vez de españoles, los que vieron aparecer por las costas orientales del continente aquel doce de octubre de 1492, hubieran sido más altos, más rubios y con los ojos azules, es decir ingleses. Quizás a estas alturas del siglo XXI llevarían disfrutando muchos años de un mayor grado de libertad, democracia y progreso, tal y como lo llevan haciendo, por cierto, Canadá, Estados Unidos o Australia, todos países colonizados por los, hijos de la Gran Bretaña. También llamada por sus enemigos, la Pérfida Albión, es decir, ingleses.
Que conste que aun reconociendo nuestros fallos y los deplore, aquí y allá, donde pisamos tierra, lo hicieron nuestros antepasados y como tal hay que aceptarlo. Tampoco nosotros aquí fuimos los más listos de la clase, precisamente. Muchos historiadores hoy en día piensan que el descubrimiento y posterior colonización de América, nos trajo a la larga mas perjuicio que beneficio. Pero eso es largo de contar y no es el momento.
Aun así, lo mejor de todo es el idioma castellano y sus, casi ya seiscientos millones de hablantes. Eso nos hace importantes en el mundo a pesar de que en algún lugar de nuestro propio territorio renieguen de él. De alguna manera nuestra lengua es un salvoconducto que nos mantiene unidos. Imaginemos por un momento que solo se hablara en España, entonces hacía ya, me temo, muchos años que estaríamos troceados en pequeños reinos de taifas, como en la Edad Media. Y es que nadie es perfecto…Un país tampoco.
 Dicho queda…
                                      Joaquín Yerga
                                      


sábado, 24 de septiembre de 2016

Réquiem por un sentimiento




Patriotismo es cuando el amor por tu propio pueblo es lo primero; nacionalismo, cuando el odio por los demás es lo primero.
de Gaulle


¡Dónde está mi patria! ¡Dónde mi bandera! ¿Quien ha persuadido a mis compatriotas para que se avergüencen de ella?. Aunque advierto que son preguntas retóricas que lanzo al aire buscando complicidad con mis tesis más que respuestas… 
Y es que todo el mundo, excepto nosotros, tienen amor ilimitado por su país. Lo defienden  a capa y espada y suelen tener tendencias a creerse un poco mejor que sus vecinos en casi todos los aspectos medibles: humanos o paisajísticos., ésto pasa hasta en la Cochinchina. Pero nosotros aquí, curiosamente, debemos estar más evolucionados que el resto de la humanidad. Tanto es así que hemos superado fronteras y razas, porque nos creemos ciudadanos del mundo antes que españoles. Tal vez la humanidad algún día lejano llegue a ese grado de perfección y bonhomía, pero de momento no van por ahí los tiros.
Para ser sincero, en nuestro país hay excepciones en esto de las querencias patrias. Los españoles de ciertas regiones si tienen derecho de pernada  son patriotas, pero de su pequeño terruño. Y lo que es más triste, son aceptados y comprendidos por muchos del resto de España. Aludo como todos se imaginan a los catalanes, vascos o gallegos, ¡claro!
Y entonces ¿Qué he hecho yo para tener que resignarme a ser apátrida?.. ¿Por qué no puedo vanagloriarme de pertenecer a un país democrático, libre y moderno, de los mejores del mundo? ¡Que alguien me explique cómo hemos llegado a esto!. Que nadie se asuste, es como las preguntas anteriores, pura retórica, no espero respuestas, además creo conocerlas.
Alguna vez se estudiará en universidades de medio mundo, (como algo de lo que no hay que hacer bajo ningún concepto) este autoflagelo que nos han impuesto una minoría al resto. Mirarán y estudiarán con sorpresa e incredulidad cómo la mayoría de ciudadanos de un país están acomplejados de pertenecer a él o de airear sus símbolos y logros, aunque estos últimos sean numerosos.
Y ese país es, precisamente, la potencia económica número doce del mundo, de los más democráticos del planeta y con las leyes penales más garantistas. Un país, insisto, que es según revistas especializadas de los más deseados para vivir en él, con los habitantes más longevos, número uno en trasplantes y quinto en seguridad (con la que está cayendo) y que recibe más de setenta y cinco millones de turistas al año. Y nosotros avergonzados de pertenecer a él y contárselo al mundo.
Dirán algunos (del pensamiento dominante) que los verdaderos patriotas se ven pagando impuestos y no llevando los dineros ilegalmente a Suiza o Andorra… O también, que lo importante es evitar los desahucios y ayudar a los pobres; como si una cosa fuese consecuencia de la otra. Estas irregularidades las comenten en Francia, Inglaterra o en cualquier parte del mundo. Ningún país se escapa a que algunos mangantes perpetren esas fechorías. Se puede luchar contra esos males y además tener un rinconcito del corazón ocupado con el sentimiento de pertenencia a los tuyos, a un país.
Pero, aun voy más lejos en esto de sentirse huérfano de patria, percibo que me falta algo que sí tienen los demás. En mi vida, como en la de tantos, hay cabida para mi familia, mis hobbies, mis amigos, mis vicios, mi altruismo y tantas cosas más, pero además de todo esto necesito pertrecharme de orgullo patrio para competir con sentimiento y pasión con el resto de países del mundo, porque todos lo hacen.
¿Qué tengo que hacer cuando nos toque jugar con los franceses la final del campeonato del mundo de fútbol y canten ellos entusiasmados la Marsellesa?.  ¿Bajo la cabeza o miro al cielo distraído cuando toquen nuestro himno? ¿Cómo reacciono cuándo por diversas circunstancias compatriotas nuestros den la talla junto a soldados de otros países en defensa de la  libertad y la democracia en países necesitados de ello? ¿Omito ser español a pesar del orgullo que mostraren italianos o polacos, por ejemplo?
No tiene sentido nuestro piadoso comportamiento. No soy un tipo cruel y sin sentimientos que pasa olímpicamente de los que sufren en otras partes del mundo, ni mucho menos. Estos temas de solidaridad me preocupan razonablemente y procuro colaborar de vez en cuando con algunas organizaciones humanitarias, pero… ¡Por dios! ¡Hay otras cosas que hacer en la vida….! ¡No venimos a este mundo para sufrir constantemente de manera amarga! ¡No es el planeta un paño de lágrimas ni tampoco tengo que apechugar con la culpa de todo lo malo que ocurre en el mundo! Digo esto porque los españoles debemos ser los que más sufrimos los males ajenos. Y por eso nos elevamos moralmente por encima de los demás. Y nos declaramos ciudadanos del mundo en solidaridad con oprimidos, palestinos, saharauis, okupas, refugiados, inmigrantes etc. Cualquier cosa como excusa con tal de no sentirse orgullosamente español. Que me perdonen pero el buenismo era antaño asuntos de curas y oenegés. Y Ahora resulta que estamos obligados a serlos todos: gobiernos, autonomías, ayuntamientos etc… ¡En fin!..
A veces creo que tanta buena gente y que  tanto se esfuerzan por ayudar (al menos de palabra), son como los misioneros de antaño (casi todos españoles) que se iban a evangelizar el mundo, a salvar almas, mientras los ingleses se forraban. Ahora es lo mismo pero en ateo. Otras veces pienso que nuestra educación ultracatolica de tantos siglos nos hace ser así. Por una parte se nos infla la vena anticlerical y apaleamos curas. Y por la otra, el sentimiento misericordioso de ayudar a los demás pues tenemos una conciencia muy sensible, ahora le llaman solidaridad. No hay más que ver las redes sociales para quedar pasmado con la ingente cantidad de eslóganes, frases o deseos bondadosos y fraternales que exponemos constantemente… ¡Claro! que una cosa es predicar y otra dar trigo.
Uno de los grandes problemas que engendra el no tener patria a la que honrar es que surgen pequeñas patritas diminutas en donde la gente deriva sus sentimientos que no pueden hacerlo con un ente superior. Me explico, Al no ser progre sentirse orgullosamente español, salvo exponerte a ser llamado facha, los ciudadanos reverencian a su región de nacimiento y se cuadran ante su bandera. Aunque la población de dicha región quepa en un par de autobuses de dos plantas.
Perdónenme con la vehemencia que he expresado mi opinión al respecto; me habéis pillado en una tarde de debilidad manifiesta. Que nadie se sienta ofendido, ni aludido, faltaría más…. Todos los puntos de vista son igual de respetables, incluso el mío. jeje
                                                                             Joaquín Yerga
                                      


domingo, 18 de septiembre de 2016

Los puentes de Madison



                                                                                

Porque también somos lo que hemos perdido.

"No quiero necesitarte porque no puedo tenerte".. Hermosa frase esta con la que, Robert  Kincaid (Clint Eastwood) le partió el corazón a Francesca (Meryl Streep). Son diálogos de esa fantástica película que muchos conocemos y admiramos… Los puentes de Madison.
Recuerdo que cuando el libro cayó en mis manos, al poco de publicarse, ya imaginaba que sería muy leído, pues es de los que se ojean de un tirón. La trama de la novela en cuestión es una tremenda historia de amor otoñal. Aun así no puede ser más fresca y romántica, a pesar de la madurez de los protagonistas o tal vez por ello.
Del guion poco que decir, lo conocemos todos de pasada. Pero tal vez algunos detalles se os pase desapercibidos. Y para evitar que os vayáis de rositas aquí estoy yo para recordárselos.
La historia se desarrolla en el Medio-Oeste americano... Francesca, cuarentona ella pero de muy buen ver, se queda sola unos días en su casa de las afueras porque su marido y sus dos hijos se desplazan a una feria de ganado al vecino estado de Illinois.
Al poco aparece en escena Robert Kincaid, un fotógrafo bohemio que viaja al condado de Madison (allí vive ella) a fotografiar por orden de la revista National Geographic, unos viejos puentes de madera del siglo XIX, en riesgo de desaparecer.
Ambos se ven, se conocen y se enamoran; conciben en un corto espacio de tiempo de apenas un par de días una ardiente historia de amor. Francesca se descubre una pasión desconocida hasta entonces. Harto de recorrer el mundo, Robert cree haber encontrado el amor de su vida. 
Han sido dos días intensos de amor profundo. Algo nuevo ha surgido en sus corazones, Pero la familia de Francesca regresa y ella tiene que decidir. Un abismo de dudas se le abre. Debe elegir entre, el marasmo y la rutina de una vida monótona e inconsistente, o irse con Robert en pos de una aventura desconocida, quizás más insensata, pero apasionada.. Elige lo primero, y eso le costó el corazón..
Unas cuantas escenas de la peli ponen la piel de gallina al más duro espectador: aquella en la que Robert, dentro de su genuina furgoneta Pick up, espera la decisión final de Francesca, mientras fuera, en la calle, y ajeno al vibrante drama, cae un chaparrón de justicia, es conmovedora...
La película la iba a dirigir en un principio Sídney Pollack, el director de filmes tan estupendos como: Memorias de África, Sabrina, Tootsie, o Tal como éramos. El actor preferido de este director fue nuestro siempre admirado (sobre todo por las féminas) Robert Redford; por lo tanto él era el destinado a protagonizar el papel de Robert Kincaid si no se hubiesen rotos las negociaciones. Al final fue Clint Eastwood el designado, y él se llevo los honores.. y también los inmensos caudales que recaudó la película.
Sea como fuere la cosa creo que fue un acierto escoger a estos dos personajes para interpretar esta bonita película. Ambos estaban en la plenitud de sus vidas y carreras, y sin duda contribuyeron al éxito de ella. Los Puentes de Madison es uno de los pocos casos en los que la versión cinematográfica no desmerece para nada de la novela escrita. 
Por cierto, el libro lo trajeron a mi casa los del Circulo de Lectores, del que mi hermana era socia. Nunca le estaremos suficientemente agradecidos en Fuente de Cantos y en general todos los pueblos pequeños de España, a la estupenda labor para la divulgación de la lectura de aquella empresa (ya no existe) del grupo Planeta. 
En el patio de mi casa y repantingado en la tumbona al fresco de la tarde, aún me veo leyendo y suspirando por las imaginadas escenas de amor entre Francesca y Robert. Luego fueron otros libros y otras historias las que me ganaban el corazón. Entre ellas casi todos aquellos primeros Premios Planeta recién salidos al mercado y que el Circulo de Lectores me los hacía traer a casa..
Joaquín

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Juego sucio..





Al final te acostumbras y sonríes, aunque todo sea una mierda.

Durante el trayecto de vuelta no dejé ni un segundo de recordar. Mi cerebro bullía como una olla hirviendo a punto de reventar. Unas tras otras pasaban por mi cabeza y sin control las escenas más escabrosas de ese aciago día... ¡De repente aparecieron en mis pensamientos imágenes desconocidas, inéditas!. Esto me hizo recapacitar y ver cosas que antes no veía... Sin duda, empecé a comprender...
Circulaba entonces con mi auto por la Castellana a la altura del Santiago Bernabéu. A decir verdad iba bastante deprisa dado que a esa hora de la noche había menos tráfico que el habitual. Mi estado de ánimo después de todo lo pasado no era el mejor pero, ya empezaba a asimilar los injustos sucesos en los que participé de manera involuntaria, y de los que fui, por cierto, la víctima propiciatoria.
Agarrado fuertemente al volante debido quizás a restos de mi pasada excitación, recordé de pronto cómo aquel individuo alto, enjuto y de barba rojiza se colocó detrás de mí al salir del restaurante. Aunque luego su silueta se difuminó por entre la gente que pasaba tan deprisa por la acera de la Gran Vía. En aquel preciso instante no le presté atención, sin embargo en ése momento mientras conducía camino de casa volví a ver en mi mente su cara, camuflada parte de ella por la escasa y rubicunda barba que la cubría.
Desde que ocurrió aquello no hacía más que darle vueltas y más vueltas al asunto, y volver a preguntarme una y mil veces porqué a mí, qué había hecho yo.. Y eso que el día había empezado muy atractivo en el trabajo debido a las muchas novedades que nos esperaban, y que invitaban, sin duda, a romper la monotonía diaria.
La mañana en la oficina --recordé-- se había presentado muy ajetreada ya desde primeras horas del día con la salida al mercado de la nueva revista, publicación, por cierto, en la que tantas esperanzas habíamos puesto todos y con la que nos jugábamos algo más que un simple éxito.
Poco antes del mediodía nos habíamos reunido ya un par de veces con el director de la editorial y no fuimos capaces de consensuar los últimos detalles. A última hora de la mañana, Ricardo, el presidente, preocupado por el posible fracaso del lanzamiento de la nueva revista nos invitó a comer a los responsables de los cuatro departamentos implicados para finiquitar el asunto.
Llamé mi mujer para avisarle que llegaría un poco tarde. No saltó de alegría precisamente cuando se lo dije, pero ella es comprensible con estas eventualidades, así que ese flanco lo dejaba bien cubierto. Y me despreocupé...
Hasta ése momento todo se desarrollaba de la manera convenida teniendo en cuenta las circunstancias del complicado día. Durante los postres llegamos a un acuerdo en la forma de abordar el tema final y la cosa parecía encarrilarse. Fue al salir del restaurante cuando el individuo ése con aspecto de eslavo; sí, el enjuto barbilampiño y del que ahora recuerdo hasta los pliegues de su cara me pudo haber seguido.
Al recoger el coche del garaje, en ese momento semivacío, dos fulanos me abordaron con sendos cuchillos. Uno de ellos me agarró el cuello por detrás con una mano mientras con la otra hacía amagos de pincharme a la altura de la nuez. El otro, el barbilampiño, se me puso delante muy nervioso y con una faca descomunal pidiéndome todo lo que llevara de valor en los bolsillos. Por el aspecto y acento de éste último deduje su procedencia, quizás albanés o búlgaro. Ahora sé que suelen ser tipos muy violentos.
Obvio decir el susto y el miedo que pasé durante el trance. Nunca en mi vida había vivido algo así; se me olvidó de golpe hasta la salida al mercado de la nueva revista. Mis cinco sentidos maquinaron al unísono con el único objetivo de salvar la vida.
Todo fue muy rápido, los hechos ocurrieron en poco más de cinco minutos, pero en mi confusión emocional pareciera haber transcurrido una eternidad. Por supuesto les di todo lo que pedían y por suerte se conformaron. No creo que se llevaran más de doscientos euros en efectivo que terminaba de sacar en un cajero cercano, mis tarjetas de crédito, el móvil y el reloj. Reloj, por cierto, que había heredado de mi padre y que me había acompañado durante los últimos veinte años de mi vida. En su apresurada huida se llevaron, también, mi maletín de mano que solo contenía documentos de la empresa. Imaginé que cualquier objeto que arramplaran creerían serles de utilidad. No obstante, de todo lo que me arrebataron, lo más preciado de fue mi orgullo y mi ánimo, que quedaron por los suelos...
Salí tan confuso y tocado del garaje que me olvidé del coche. Subí a la calle y por suerte paré un taxi que por allí pasaba en ese momento. El conductor al verme tan desolado y con la cara congestionada se prestó a llevarme a la comisaría más cercana. Allí pude denunciar lo ocurrido y hacer las gestiones oportunas para anular las tarjetas de crédito, y de paso avisar a la familia. Un policía amablemente quiso acompañarme de vuelta al garaje, le di las gracias, recogí mi auto y dispuse el regreso...
Pasada la media noche y camino de casa terminé de rebobinar las imágenes de los distintos pasajes de la jornada. Con mis sentimientos heridos y a flor de piel no pude evitar que un par de lágrimas rebeldes, tal vez de impotencia, buscaran mejillas abajo la comisura de mis labios.
Impaciente por llegar a casa y abrazar mi mujer que ya estaba avisada y me aguardaba expectante, enfilé Castellana arriba hasta el desvío de la autovía de Burgos…. Una vez allí me perdí rumbo al norte entre el escaso tráfico que circulaba a esas intempestivas horas de la madrugada.
Obvio decir que no pegué ojo en toda la noche. En esas estaba cuando una llamada al teléfono fijo de casa a primera hora bastó para resolver el caso de un plumazo. El presidente de la editorial, alarmado y fuera de sí me confirmó el verdadero motivo del asalto ¡¡El robo de la carpeta con los importantes bocetos de la revista!!.. Todo lo demás era para distraer; cartera, dinero y reloj, no tenia importancia. Tampoco lo tenía, para ellos ¡claro! el miedo y la angustia que me acompaña desde aquel infausto día.
Hubo que suspender dos semanas la salida a los kioscos de la revista y para entonces ya se nos había adelantado la competencia. Las pérdidas a la editorial fueron cuantiosas.
El asunto está bajo el secreto del sumario...

             Joaquín Yerga

 


lunes, 12 de septiembre de 2016

Espérame en el cielo


                                                                                       



Una noche en que su sufrimiento

era muy intenso y en que,

abandonados, al parecer, de Dios

y de los hombres, yo sollozaba

al borde del lecho, mientras ella

se retorcía de angustia, le dije,

aprovechando la pequeña tregua

de su alivio: «Rica mía, óyeme: es

preciso que tengas la voluntad de vivir.

Hazte una resolución poderosa. Di:

"¡Quiero vivir, quiero vivir!"»

La pobrecita mía me respondió: “Sí, cariño, sí”...

Pero ¡todo en vano! Dios había hecho

ya un signo a la muerte, y el ser más

amado de mi existencia, el gran cariño

de más de diez años, se me hundía,

¡se me hundía irrevocablemente en la eternidad!

--Amado Nervo--



El día que conoció a Luisa todo le cambió a mejor. Pareciera que la hubiera estado esperando desde siempre. La plenitud llegó con ella hasta un punto tal que, como hombre de buena conciencia que es, alguna vez llegó a decirme que temía algún tipo de contrapartida o castigo por tanta felicidad. 

Ese castigo comenzó diez años después, a principios del 2019. Una mañana le llamó asustada desde el baño diciéndole que se había notado algo raro en el pecho izquierdo. 

Receloso, queriéndole quitar importancia al asunto para no intranquilizarla más, le sugirió que posiblemente fuera algo insignificante, algún bultito de grasa u algo parecido que a veces salen en las mamas.

Lamentablemente el susto no quedó ahí. Pidieron cita para su médico de cabecera que inmediatamente le remitió al especialista. Después de varias pruebas le diagnosticaron lo peor que podían decirle: cáncer de mama en un estado bastante avanzado y con riesgo de metástasis.

Ella no supo toda la verdad. Acordaron no decirle la gravedad de su dolencia. Pero fue inútil, poco a poco se fue dando cuenta, hasta que no tuvo más remedio que contárselo.

Fueron meses de hospital, de quimio, revisiones y esperanzas, falsas esperanzas a las que se agarraron porque no les quedaba otra... 

A medida que iban pasando los días, fue contemplando con estupor la decadencia física de su amada compañera. 

Luisa pasó su enfermedad con una valentía encomiable; apenas se quejó, según me contó él. Actitud que profundizó más si cabe su insoportable dolor. Pero, aún con todo lo pasado, no cambiaría ni un minuto del tiempo vivido junto a ella durante su calvario. Fueron los días más intensos de su existencia.

¿El final?.. Bueno, pues no fue tan trágico como cabría esperar de la muerte. Cuando ésta llegó se los encontró abrazados los dos como un sólo ser. Apenas se despidieron. Ambos sabían que más allá de la vida y la muerte, en un lugar intemporal, eterno, se volverían a encontrar y retomarían su historia de amor inacabada. 

Anteayer me lo encontré en el portal. Ha pasado casi un año de todo aquello. Me contó que todavía no se ha acostumbrado a estar sin ella, que todo es nuevo y extraño para él, pero que es joven y aún le quedan cosas por las que vivir y luchar. 

Yo le dije que a ella le hubiera gustado que lo intentara. Me contestó que sí, que así se lo pidió Luisa explícitamente durante un arrebato de resignación ante su cercano final, y que él, con el corazón destrozado y ya si lágrimas que derramar, se lo había prometido. 

Joaquín





                                                                            



sábado, 3 de septiembre de 2016

No me digáis que fue un sueño


El miedo es mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro.
--W.Allen--

La historia que voy a contar ocurrió hace muchos años. Jamás hablé con nadie de ella pues lo que sucedió fue tan extraordinario que dudo nadie me creyera. Es más, pienso que muchos se reirían de mí, o cuanto menos me tildaría de fantasioso. Si lo cuento ahora es por los años transcurridos desde entonces, y porque he llegado a una edad en la que me importa más la sinceridad conmigo mismo que lo que otros puedan pensar de mi.
Estos sucesos tan increíbles a los que aludo (los que tengan la osadía de leerlos compartirán conmigo su asombrosa inverosimilitud) ocurrieron en un cine de una pequeña ciudad cercana a la capital.
Apenas recuerdo el argumento de la película que fui a ver esa noche. En ésa ya lejana época me desplazaba a Madrid a divertirme los fines de semana. Y precisamente los domingos, por ser vísperas de día laboral, todo el mundo volvía  pronto a sus casas. Yo no iba a ser menos, y tal vez por esto cuando terminaba el baile si consideraba que era demasiado pronto de volver a la mía entraba en un cine cercano a ver alguna peli de estreno.
Era invierno. Estoy seguro de esto porque, aún recuerdo la agradable sensación de calor al entrar en el local. A esa sesión, la última que daban, solían acudir parejas buscando la intimidad que no encontraban en las discotecas, o noctámbulos de toda ralea y condición. En aquellos tiempos (finales de los setenta) daban ya los últimos coletazos los pocos cines de barrio que aún quedaban.
Nada más llegar y acomodarme, ya fuera por la intrascendencia de la película o por el cansancio acumulado de toda la semana, fui entrando en un pesado sopor que, poco a poco se me hizo tan irresistible que me quedé profundamente dormido. Como iba solo y había escogido una butaca alejada de la entrada (en filas ya cercanas a la pantalla) nadie se fijó en mi, y mucho menos en el estado que me encontraba de extrema somnolencia. Creo ahora, pasado el tiempo, que el hecho de estar la sala semivacía contribuyó, sin duda, a la confabulación de los acontecimientos que ocurrieron después. He de decirles que tan solo varias parejas y algún que otro "lobo solitario" compartían conmigo aquel despoblado auditorio.
La peli debió terminar y el escaso público desalojó el cine. Plácidamente dormido debí escurrirme tanto hacia el fondo de la butaca que pasé desapercibido para todo el mundo, incluido el acomodador. Cuando la pantalla quedó a oscuras, las tenues luces auxiliares se apagaron y el escaso personal de mantenimiento terminó su faena, nadie quedó en el cine, solo yo, y los personajes de mis sueños...
En medio de la noche, y quizás empujado por la incomodidad de la postura me desperté bruscamente. Angustiado por la situación reorganicé mis pensamientos y poco a poco pero con creciente inquietud me fui dando cuenta de la delicada realidad en la que me encontraba. A punto estuve de pellizcarme para no creer que era un sueño lo que me estaba pasando --¡Me había quedado dormido en mitad de la película!-- --¡Dios mío, estaba solo en el cine y totalmente a oscuras!!...
Recuerdo vagamente que miré el reloj de pulsera, pero no pude distinguir las manecillas. Lamenté profundamente haber dejado de fumar recientemente y por tanto no tener encendedor para iluminar la estancia. Asustado y completamente a ciegas me incorporé de mi asiento e intenté orientarme y ver hacia dónde ir; operación imposible, comprobé enseguida, no se veía nada.
Después de un rato pensando, y aun perplejo por la situación, me pareció ver un punto de luz, brillante y parpadeante a lo lejos y un ruido perfectamente perceptible y extraño que iba en aumento...
Haciendo verdaderos esfuerzos mentales de relajación a pesar del miedo que me atenazaba hice prevalecer mi aplomo y aguanté como pude, pero a medida que los minutos pasaban y el ruido se acercaba mi nerviosismo aumentaba de manera alarmante. Llegué a un punto tal de excitación que incluso perdí el control de la situación y no pude contener un grito de horror pues, de repente comprendí qué era lo que producía aquel infernal ruido --¡Alguien, en la más absoluta oscuridad y silencio de la noche arrastraba algún objeto metálico!...
Totalmente aterrorizado me dirigí palpando las butacas hacia el lugar de donde provenía aquel punto de luz y el misterioso ruido. Y es que de manera increíble pareciera que una enigmática y poderosa fuerza me empujaba hacia ellos.
Avanzando lentamente y a tientas llegué a lo que parecía ser el vestíbulo del cine, por lo espacioso. Atravesé una puerta grande de madera que permanecía entreabierta y unas grandes y espesas cortinas, movidas  tal vez por alguna extraña brisa, acariciaron mi rostro… entonces, al apartarlas de mi cara y levantar la cabeza, la vi…
¡Allí mismo!  ¡De pronto, a un sólo un paso de mí una silueta con apariencia humana, increíblemente blanca, prístina, irreal, rodeada de una espectacular aureola de luz del mismo color se deslizaba a gran velocidad!... El gran resplandor que exhalaba y el ruido dantesco que producía deslumbraron mis ojos y taponaron mis oídos. Obnubilado, solo pude alargar el brazo intentando tocar con la mano aquel infrahumano ser, pero era incorpóreo; mis dedos atravesaron su figura sin acariciar siquiera su piel... y desapareció dejando en su lugar el vacío y la oscuridad más absoluta.
Instantes después ya repuesto, pero aun tembloroso por la infernal visión, apareció ante  mis incrédulos ojos el pequeño punto luminoso que había contemplado desde un  principio y que me había servido de guía. Era el la luz que horadaba el ojo de la cerradura de una puerta y que parecía provenir del exterior. Conseguí dar unos pasos hacia él a pesar de la pesadez de mis piernas, y accioné el picaporte con la esperanza de que la puerta se abriera. Para mi sorpresa lo hizo. Esta última puerta accedía directamente a la calle posterior del edificio (después comprobé que era la salida de emergencia).
No supe calcular el tiempo transcurrido de mi aventura, solo sé que corrí despavorido como un loco atravesando las desiertas calles del barrio. Llegué a mi casa (por suerte mi madre aún no se había levantado) y temblando me metí en la cama.
Pocos días después paseando por la zona me acerqué a aquel cine, sólo por curiosidad, pues no pensaba volver a entrar jamás. Lo que vi me sorprendió de manera inquietante: un gran cartel de… "Se Vende"… colgaba sobre la puerta principal. A pesar de haber transcurrido solo un par de semanas desde mi infausta aventura, el aspecto de abandono y desolación que ofrecía el cine era sobrecogedor. 
Por cierto, ahora recuerdo la película que echaban esa misteriosa noche, creo que se llamaba "El fantasma de la Ópera", pero no creo que tuviera nada que ver...

Joaquín