Se ha de ver tu calavera al final de este camino,
en las manos afiladas de un trapense o agustino..
Y donde hoy entran las locas alondras del pensamiento,
por la fuerza del destino, ha de entrar mañana el viento.
Vamos tras las mujeres como si fueran eternas,
con la salvaje lujuria del hombre de las cavernas..
¡Y se pudren las mujeres como se secan las rosas!..
¡todo desaparece! ¡se nos mueren las cosas!
--Luis F. Ardavín--
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¿Os imagináis no tener culpa de nada y adquirir una fama horrible de mujer perversa, caprichosa, frívola, de niña mimada?.. Pues así fue su vida, y lo que es peor, ¡su muerte!. Sí, porque incluso hoy, muchos años despues, aún la persigue su fatal aureola..
A ver, decidme: ¿Qué haríais cualquiera de vosotras si con sólo quince años os llevaran directamente del convento donde profesarais, a la deslumbrante corte de Versalles, en París, a reinar el país más importante de Europa?.. Seguro que haríais lo mismo que ella, muchas tonterías pero de manera inocente..
Fijaos: su marido apenas le hacía caso. Tardaron siete años en mantener relaciones sexuales. A él sólo le interesaba la caza y sus amigotes y ella se aburría como una ostra.. ¿Y qué puede hacer una niña casi perdida en un inmenso palacio sin conocer a nadie? Pues eso que estáis pensando, lo que hace una niña, jugar probándose vestidos nuevos, zapatos de piel, y derrochando dinero a tutiplén..
Al cabo de esos siete años empezaron, por fin, a llegar los hijos; cuatro parió: María Teresa, que soy yo, y mis hermanos, Luis Carlos, Luis José y Sofía. Y éramos unos niños todavía cuando los revolucionarios toman la Bastilla y, cansados de tanta hambre e injusticias, de las que mi madre nunca supo nada, por cierto, comienza la revolución. ¡Y fueron a por nosotros! ¡a degüello!..
Primero nos separaron a los padres de los hijos. Despues ejecutaron a mi padre, el rey, y a mi hermano mayor, y como no sabían cómo eliminar a mi madre, pues le hicieron una especie de juicio amañado inventándose toda clase de tropelías conta ella..
En las crueles mazmorras llena de ratas y humedades donde la encerraron, un día se dio un golpe en la cabeza con una viga y no paraba de sangrar, le preguntaron que si le dolía..
--Ya nada puede hacerme daño---replicó mi madre--sólo me queda mi hijo pequeño encerrado también y sometido a toda clase de calamidades; tiene diez años, y mi hija, y no sé qué va a ser de ellos---les contestó---
Algunos se sorprendieron cuando, camino del patíbulo tropezó en la escalerilla de subida, y en su ingenuidad pidió perdón al verdugo.. Pero no tuvieron compasión, le cortaron la cabeza..
Quizás para lavar sus malas conciencias, despues de muerta se inventaron infinidad de hechos y frases que ella había dicho y que nunca dijo, por ejemplo aquella cuando, al decirle un revolucionario que el pueblo francés no tenía pan para comer---ella contestó---“Que coman pasteles”---por supuesto todo era mentira---
Y es verdad que fue una joven aristócrata de su época, con todo lo injusto que eso pudiera ser en unos tiempos en los que las hambrunas estaban a la orden del día, ¡pero nada más!. Sin embargo ha quedado como prototipo de mujer frívola, egoísta, superficial y tonta, que, ¡creedme, nunca fue!..
Preguntad, preguntad por María Antonieta, mi madre, y todavía os dirán de ella barbaridades, aunque su único pecado fue ser una niña ingenua, sin maldad y un poco derrochona..
María Teresa
María Antonieta, mi madre