Como
en un libro abierto
leo
de tus pupilas en el fondo.
¿A
qué fingir en los labios
risas
que se desmienten con los ojos?
¡Llora!
No te avergüences
de
confesar que me quisiste un poco.
¡Llora!
Nadie nos mira.
Ya
ves; yo soy un hombre...y también lloro.
--Bécquer--
Le
di un beso a los dos, a ella y al niño. Lo hacía
habitualmente al entrar en casa. pero ayer, y no sé por qué, noté
distante su mirada, esquivaba la mía. Quizás fueran
imaginaciones mías, pensé, estaba cansado eso es todo.
La
cena fue frugal, con poco despachamos el asunto. Apenas dos palabras
nos cruzamos. Cosa rara porque ella es muy habladora. Le
pregunté:
---¿Te
pasa algo?
Me
contestó que nada. Así de escueta. Eso me preocupó. Vi que tenía
prisa por llevar al niño a la cama. Lo sacó de su parquecito y lo
cogió en sus brazos con ternura. Después le hizo darme un beso
de despedida. Se perdió con el niño por el pasillo camino de su
habitación.
Anochecía, y
me temía algo especial, pues raras veces permanecía así de
callada, de ausente. Me asusté.
Habían
pasado unos minutos y oí sus pasos llegar. Yo la esperaba inquieto
en mi sillón favorito, pero acababa de regresar del balcón de fumar un
cigarrillo. Hacía tiempo que no tenía esa necesidad, pero ese
día me apetecía, estaba nervioso.
Apareció.
Vi su cara pálida. Cerró la puerta del comedor.. Muy seria me invitó a escucharla, lo que hizo que el pánico se apoderara de mi
por momentos. De golpe un montón de ideas absurdas, bulleron
por mi cabeza. Hice un esfuerzo por serenarme y conseguí calmar un
poco la mente, pero no pude evitar imaginar cosas raras..
Pero,
¿por qué me ponía en lo peor? ¿por qué esos pensamientos tan
disparatados? ¿qué temía, que me abandonara? Quizás el asunto no
fuera tan importante como creía creer y tal vez fuera algo de
su trabajo, o del niño en la guardería. ¡Ojalá fuera algo de eso!,
pero tuve un mal presentimiento.
--Joaquín,
tengo que decirte algo muy importante----me dijo tajante
Me
lo temía, mis peores pronósticos se estaban cumpliendo. Cogió
una silla y se sentó frente a mi. Prosiguió con el mismo tono de
voz.
--Te
quiero mucho, ya lo sabes, pero no podemos seguir viviendo
juntos. Siento en el alma la faena que voy a haceros a ti y
al niño, pero no puedo seguir así----me soltó de golpe
---¡Seguir
cómo!----balbuceé
--Aunque tengo ya cincuenta años y estoy viuda, me he enamorado de Andrés, mi jefe---me dijo muy seria---él hace meses que
se me declaró y quiere que vivamos juntos; no puedo seguir
mintiéndote---concluyó
Se me cayó el alma al suelo. Me
levanté del sillón, cogí el paquete de cigarrillos y saqué uno; lo encendí allí mismo. Después, como un zombi, anonadado, entré en mi habitación e intenté
preparar una maleta con lo más necesario.
Mientras
seleccionaba mi ropa apareció ella. Había terminado de recoger
la mesa y, con las mangas de la blusa aún remangadas se apoyó
en el quicio de la puerta y exclamó:
--Joaquín, hijo,
no hace falta que te vayas tan pronto de mi casa.. Además a tu hijo
le seguiré recogiendo yo de la guardería.
Insensible
a la última frase dicha por mi madre y
temiendo el fin del chollo vivido en estos cinco últimos años desde
que me divorcié de mi mujer; terminé de llenar la maleta y le
solté, mohíno, un par de reproches.
Hoy me despertado repuesto ya del golpe bajo. Le he prometido abandonar la casa en un par
de semanas. ¡Ya me diréis, con veintisiete años que tengo y
con un hijo de tres, no me queda más remedio que volver a empezar
en otra casa, y sin mi madre!.
Joaquín