Cerraron sus ojos
que aun tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
de la triste alcoba
todos salieron.
Despertaba el día,
y, a su albor primero,
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
¡Dios mío, que solos
se quedan los muertos!
--Bécquer--
No es que lo diga yo, lo dicen muchos científicos y antropólogos: los seres humanos éramos, hace ya mucho tiempo, multígamos; aunque a decir verdad no sé si existe esta palabreja. Lo que pretendo decir es que no éramos monógamos, como deberíamos ser hoy en día, cuernos aparte.
A los que no os haga ascos la teoría de Darwin; la que nos dice que hemos evolucionado a partir de un ancestro común con los monos, debéis saber que hubo un tiempos en los que los Homo Sapiens, (nuestros antepasados) practicaban una especie de amor libre, vivían en comuna donde no existían las parejas fijas... Para que nos entendamos, las hembras tenían sexo con muchos machos y estos no podían saber cuales eran sus hijos. Así todo el grupo cuidaba de los menores y no sólo sus padres como hacemos ahora.
Esa actitud claramente promiscua de nuestros antepasados se equipara a la de los bonobos, primos lejanos nuestros. Estos tienen una vida sexual muy activa, todos copulan con todos y son las hembras las dueñas absolutas de su plebe. Uno de los beneficios de esta conducta es que se evita el infanticidio que muchos machos realizan cuando se emparejan con hembras que ya tienen cachorros.
¿Sabéis cuál es el atributo que debe tener un buen bonobo a la hora de perpetuar sus genes? Pues no es su fortaleza física, como en la mayoría de los machos de la especie animal, sino el tamaño de sus testículos. Así es, mientras mas gordos sean estos más esperma puede contener, y por lo tanto más posibilidades tiene de que sea él el que preñe a la hembra.
Joaquín
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