Me
dejaste -como ibas de pasada-
lo más
inmaterial que es tu mirada.
Yo
te dejé -como iba tan de prisa-
lo
más inmaterial, que es mi sonrisa.
Pero
entre tu mirada y mi risueño
rostro
quedó flotando el mismo sueño.
--Amado Nervo--
¡Ay, qué mala muerte tuvo nuestro paisano Francisco! Tampoco es que su vida hubiera sido un camino de rosas, no es eso, pero es que sus últimos años fueron horribles.
Fijaos qué chungo: casi todos sus hijos habían muerto en una epidemia de peste que asoló Sevilla, donde vivía, y encima era ya viejo y se quedó sin trabajo..
A los doce años se había ido Francisco a la ciudad hispalense a estudiar pintura, aunque con el enfado de su padre, que quería que siguiera con el negocio de paños que tenía en la calle Llerena.
De joven llegó a coger cierta fama de buen pintor allá en Sevilla. Y decía lo de quedarse en paro, porque siempre fue un pintor inmovilista. Es decir, no cambiaba de estilo y, claro, al principio, por la novedad, le llovían los encargos, pero con el tiempo quedó un poco desfasado por las nuevas modas que arrasaban en el panorama pictórico, y Murillo, más moderno, le quitó el puesto..
Tuvo que tirar para Madrid, no le quedaba otra. Su amigo Velázquez, que tenía el favor del rey, le llamó y le echó una mano. Allí le pilló la muerte.
Paradojas de la vida, un tipo que hoy en día hubiera sido millonario por sus pinturas, resulta que a su muerte, las dos hijas que le quedaban tuvieron que vender hasta el último cuadro que guardaba su padre para pagar entierro y gastos.
Lo enterraron en el pequeño cementerio del convento de los Agustinos Recoletos, a las afueras de la capital.
Para desgracia nuestra, los fuentecanteños, el convento se derruyó con el tiempo y en su lugar se construyó la Biblioteca Nacional. Se supone que en el subsuelo están sus restos.
Una pena todo esto, porque a estas alturas hubiéramos hecho todo lo posible por traerlo aquí a Fuente de Cantos, haberle construido una tumba acorde a sus méritos, y hoy en día hubiera sido nuestra joya de la corona. Pero no pudo ser..
Joaquín
Inmaculada de Zurbarán, en el Museo Cerralbo de Madrid. Hace unos días lo visité y le eché la foto.
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