martes, 17 de marzo de 2015

Promesas

Las promesas que hicieron los políticos ayer son los impuestos de hoy.
                                              (Anónimo)
El más lento en prometer es siempre el más fiel en cumplir
                                                (Rousseau)

 Ha comenzado la temporada electoral; por cierto muy copiosa de estos eventos este año. Empezamos en Andalucía y posteriormente seguiremos con las autonómicas, municipales, catalanas y terminaremos el año con las más importantes, las generales y como siempre los partidos se despepinaran intentando atraer, (a través de los votos) a los ciudadanos a sus postulados, cosa perfectamente normal y aceptable en una democracia.
 Cosa no tan aceptable es que dentro de sus estrategias electorales hay un tema importante sobre el que los políticos actuales (también los de nuestro pasado reciente) deberían ser más responsables al tratarlo por el bien de todos, aludo concretamente a las desorbitadas promesas que suelen ofrecer en estos periodos.
  En política debe haber un límite en honestidad, no todo vale. Es común en nuestros representantes hacer todo tipo de compromisos, la mayoría de improbable cumplimiento y ellos, los responsables de los partidos, son tan conscientes  de su imposibilidad como culpables de ello.
 Dijo una vez John F. Kennedy durante una alocución a los norteamericanos poco antes de que le asesinaran: No me preguntéis que puede hacer la nación por vosotros, sino que podéis hacer vosotros por la nación. En esta frase se resume perfectamente la idiosincrasia de una cultura, muy diferente a la nuestra. Aquí en nuestro país es impensable que nadie se dirija a la multitud durante un mitin en esos términos. Aquí parece que nos ha hecho la boca un fraile y estamos constantemente pidiendo. Pedimos todo gratis sin tener en cuenta quien lo paga. Lo nuestro es intentar sacar al estado todo lo que se pueda y mas, sin pensar ni por un instante que el dinero del estado es el de todos, el de nuestros impuestos.
  Ahora la consigna, justiciera y salvadora, la que va a correr con todos los gastos anunciados por esos, bienaventurados  y beatíficos políticos de turno, autores de todas las promesas es: ¡A por los ricos! Pareciera que tenemos millones de personajes, asquerosamente ricos, con su bigotito y su habano, inflados de millones de euros escondidos debajo de colchones o en cuentas clandestinas y con ese dinero, que se lo vamos a confiscar, ya está todo resuelto. Otras veces aseguran algunos que acabando con el fraude fiscal recaudaremos 50.000 millones más de euros y con eso ya tienen comprometidos no sé cuantas prebendas al pueblo, así de fácil y así de triste. Es lo que nos espera en este año multielectoral, ¡Preparémonos!
  Los ricos que señalan algunos me temo que será la clase media (como siempre), que verán cómo le suben los impuestos de manera severa para costear lo prometido. Los cuatro millonarios y las repudiadas grandes empresas  de Ibex si ven peligrar su cuenta de resultados se irán sin ningún pudor a cotizar a otros países en donde sean menos exigentes. A los asalariados más emprendedores y a los ejecutivos más dinámicos, que se lo han currado de veras habiendo dedicado muchos años a mejorar sus conocimientos con títulos universitarios y másteres y que ahora disfrutan de salarios que rondan los 60.000 o 70.000 euros brutos, estos, entraran en la categoría de nuevos ricos y serán carne de duros impuestos.
  Creo que va siendo hora ya de cambiar ese mantra tan reiterativo de que para que haya igualdad es menester quitar los bienes a los ricos y repartirlo entre los pobres, entre otras razones por lo que antes he comentado, a los cuatro verdaderamente ricos no los pilla nadie mientras el mundo sea como es. ¿Por qué y para variar no cambiamos de estrategia y fomentamos la idea de que lo ideal es que todos prosperemos? dicho así a lo bestia, que todos seamos ricos.
  Quiero recalcar  mi posición inequívoca a favor de un estado redistributivo en donde los que menos tienen paguen menos y disfruten de servicios óptimos y los más favorecidos económicamente cedan una parte razonable de sus ingresos por el bien común. También a nivel regional o autonómico imploro un reparto justo y que todos los ciudadanos vivamos donde vivamos obtengamos los mismos servicios del estado, pero dicho, esto abogo por ser consciente de nuestro nivel de riqueza, es decir no debemos  gastar más de lo que se ingresa. El dilema es sencillo, evidentemente no podemos exigir los mismos servicios que Dinamarca o Suiza, produciendo lo mismo que Polonia o Turquía, por ejemplo. Si lo hiciésemos volveríamos a cometer el mismo error que hace unos años y por el que  estuvimos a punto de sucumbir como país, es decir con presupuestos deficitarios terminaríamos con más paro y pobreza rampante. Todo el déficit acumulado anual pasa inmediatamente a configurarse como deuda y las deudas hay que pagarla, y con intereses.
 Este año pasado, 2014, el déficit que nos ha permitido la U.E. es del 4.5%, es decir, nos han dejado gastar, a pesar de los consabidos recortes, 50.000 millones de euros más de lo que hemos ingresado, este dinero va a la deuda y un país muy endeudado es un peligro porque los intereses que nos imponen son altísimos y bordearíamos la insolvencia como país. Si queremos prosperar hay que gastar lo que tenemos sin endeudarnos demasiado, para lo contrario tenemos el mal ejemplo de Grecia. El año en curso el déficit será menor.
  La facilona política de prometer a diestro y siniestro  ha conseguido que muchos españoles se crean poseedores por el simple hecho de serlo de todos los derechos habidos y por haber, después cuando se ha tenido que dar marcha atrás y aplicar ciertos recortes aparece la decepción. Estas  actuaciones han generado un clima de desconfianza absoluta hacia los partidos políticos, clima que algunos aprovechan para hablar de la “casta” y erigirse como salvadores de la decencia.
  Esa famosa Casta, es la clase política que nos dimos los españoles en los albores del posfranquismo, cuando después de cuarenta años de gobiernos de militares impuestos, anhelamos políticos civiles elegidos por el pueblo y nos representaran. También quisimos que estuvieran bien pagados y exentos de justicia ordinaria porque ansiábamos una democracia al estilo europeo en donde los políticos elegidos eran la síntesis del pueblo y por lo tanto intocables. Otra  cuestión es que algunos aprovecharan la confianza dada para saquear el erario público o medrar en su beneficio.
  Por otra parte también es verdad que los partidos políticos a menudo actúan como un fin en sí mismo y se olvidan de los ciudadanos a los que representan y con tal de seguir u ocupar las poltronas son capaces de prometer el cielo, aunque la mayoría de las veces nos lleven directamente al infierno.
                                                                                                                Joaquín Yerga
                                                                                                                  17/03/2015