Al olmo viejo,
hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de
abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo
centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le
mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los
álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de
pardos ruiseñores.
Ejército de
hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden
sus telas grises las arañas.
Antes que te
derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el
carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o
yugo de carreta;
Antes que rojo en
el hogar, mañana,
ardas, de alguna mísera caseta,
al borde de
un camino;
Antes que te
descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
Antes que el río
hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero
anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón
espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de
la primavera.
--A. Machado--
Pues miren qué cosa, esa imagen que ronda por nuestra cabeza sobre las antiguas brujas, según la cual serian todas mujeres viejas, arrugadas, enlutadas, sin dientes, y tal vez con nariz aguileña y desproporcionada, no se ajusta con la realidad histórica. Resulta que éstas, antaño, hechiceras eran, precisamente, jóvenes lozanas y bellas, y debido, ¡mira tú!, a sus atrayentes atributos muchas fueron condenada ¡Su atractivo sexual era una muestra de su maldad, según aquellas autoridades eclesiásticas. ¡Y es que la envidia es muy mala!...
Otra de las ideas que, imagino tenemos todos de aquellos misteriosos aquelarres que organizaban las brujas, en donde no faltaban sacrificios de niños, cópulas con animales, (sobre todo cabras, animal muy recurrente para estos actos) o elaboración de pócimas humeantes y venenosas, nunca existieron, sólo fueron inventos de las calenturientas mentes de los inquisidores.
El cristianismo no condenaba la brujería, pero hete aquí que vino un Papa, Inocencio VIII, allá por el siglo XV, que se le metió en la cabeza la idea de que las brujas podrían aprovechar estos aquelarres para provocar enfermedades, desastres naturales o plagas, y se desató en toda Europa una escalofriante persecución contra ellas.
Ya nada fue igual, fueron a por ellas y las persiguieron con saña allá donde estuvieran. Cuando se creó el Santo Tribunal de la Inquisición, aunque como imaginan de santo tenía poco, hubo personal del mismo encargados expresamente de perseguir y castigar a las brujas y allegados, ¡y para qué contarles lo que hicieron!...
Pues se lo voy a contar para que no se queden con las ganas: Cuando por alguna extraña razón alguna mujer (normalmente joven y bella) no se comportaba como se esperaba de ella, o se resistía a acceder a los perversos deseos de algún personaje importante de la comunidad, enseguida se la catalogaba como bruja o hechicera con la aviesa intención de hacer recaer sobre ella el desprecio de sus convecinos o directamente la venganza del frustrado pretendiente...
Después se hacía correr de boca en boca la falsa acusación para que todo el pueblo la señalara como maligna, pérfida o bruja; e inmediatamente después intervenía las autoridades de la Inquisición. Éstos tíos serían con toda seguridad los más fanáticos, santurrones y envidiosos de la jerarquía.
Las torturas a las que eran sometidas estas pobres infelices eran tremebundas. Si no confesaban sus supuestos crímenes, el suplicio y tormento se tornaba insufrible. Desde arrancamiento de uñas, dislocación de miembros o quemadas a fuego lento, hasta el empalamiento por el trasero de objetos contundentes.
Una vez que se declaraban culpables se paraba la tortura y la desgraciada, dependiendo lo que declaraba era, o bien ejecutada en medio de la plaza del pueblo, normalmente quemada a fuego lento, o perdonada, aunque esto último no era muy habitual. Como pueden imaginar casi todas se declaraban culpables por no soportar el terrible tormento.
Uno de los pocos que se atrevió a denunciar estas barbaridades fue, el jesuita padre Spee quien, convencido de la inocencia de las más de 200 reos y reas que acompañó a la hoguera, publicó anónimamente en 1631 un libro en el que afirmó que todos los canónigos, doctores, obispos o curas de la iglesia se confesarían hechiceros o brujos si fuesen sometidos a los mismos tormentos.
Según datos históricos, aunque no son del todo fiables, hasta final del siglo XVII que se terminó esa pesadilla, fueron ejecutadas en Europa entre 750.000 y 1.000.000 de mujeres. Como podéis comprobar la cosa no iba de broma.
Joaquin Yerga
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