viernes, 12 de marzo de 2021

Una tumba en tierra extraña..

                                                                                 


    


No a conocer la vida, sino a amarla,
viniste al mundo: del amor naciste;
si es bella y es mujer, ¿Quién a gozarla,
varón, mozo y poeta, se resiste?
Goza como los niños y las aves
del blando seno y del caliente nido;
no te apures jamás porque no sepas
de dónde vienes ni porqué has venido.
Amar lo es todo, conocer no es nada,
¿quién la razón de la razón conoce?
Deléitate en los brazos de tu amada
sin descender al fondo de tu goce.
--Ricardo León--


Os confieso que un día tuve un sueño extraño. En ése sueño se me apareció el Señor y me dijo que tenía grandes proyectos para mi. El sueño se repitió durante días y en todos ellos me conminaba a obedecer sus deseos. Y me hizo saber que debía cumplirlos. A cambio yo sería un hombre feliz y tendría numerosa descendencia. Por supuesto me prometió el Paraíso después de la muerte... Y entonces creí en Él, y esperé sus ordenes.
Sí, hice un pacto con él. Pero me pidió que, para empezar, tendría que circuncidarme. Supongo que sabéis lo que es eso. Me tuve que cortar una parte del prepucio, en mi pene ¡con lo que eso duele!. Luego obligué a mi sobrino y a mi padre a hacérselo también. Y así todos mis descendientes tendrían que hacerlo si querían los favores de Dios.
Lo siguiente que me mandó fue salir de mi ciudad e ir en busca de una tierra nueva, "la tierra prometida", me dijo en sueños. Seria una tierra ubérrima y maravillosa donde crecería la familia y viviríamos dichosos. No lo pensé dos veces, cogí a mi padre, a mi mujer y a mi sobrino y, junto a los escasos enseres que poseíamos, nos pusimos en marcha..
Al llegar al sitio prometido, después de interminables jornadas de viaje, nos sorprendió una terrible sequía, con lo que nos vimos obligados a desplazarnos a un país vecino y pedir ayuda para poder comer. 
En ese lugar de acogida saciamos el hambre, incluso conseguimos algunos bienes y pertenencias, y emprendimos la vuelta al lugar prometido; dos años habíamos permanecido en ese extraño país, llamado Egipto. 
Pero aquí no terminaron mis desdichas, una vez en nuestra tierra y después de años de espera, la promesa del Señor no llegaba. ¡Sí, me iba haciendo viejo y Sara no preñaba!. Perdí la esperanza de tener un hijo al que traspasar mi herencia... ¡Y sufría!...
Pero Sara no se resignaba ni a la de tres. ¡Menuda era ella! Me sugirió acostarme con su esclava Agar, joven y bella morenaza y adoptar al niño que tuviera. Y así lo hice.. Agar y yo tuvimos un hijo al que pusimos de nombre Ismael. 
Pero no tardó Sara en cambiar de idea. Muy disgustada por los hechos no aceptó al niño. Es más, enojada con Agar, que se había burlado de ella por no poder tener hijos y aun con disgusto mío, los expulsó de nuestra familia... Los pobres vagaron errantes por lugares desconocidos con los pocos víveres que pudieron transportar.
Dios seguía hablándome, y me repetía una y otra vez que tuviera paciencia... ¡Y por fin llegó nuestra hora!. Un día atendió nuestras súplicas; ¡Aleluya, Sara quedó preñada!. Y reconozco que ya no éramos unos niños, precisamente. A nuestro hijo le pusimos de nombre Isaac y fue nuestra mayor alegría..
Pero lejos de estabilizarse, mi vida era un continuo trajín y mi familia no paraba de darme disgustos, resulta que Lot, mi sobrino y su familia, que habían estado con nosotros en las duras y en las maduras durante tantos años, en un momento de irritación y enfado con Sara se separó de nosotros y se marchó a tierras de Sodoma y Gomorra, dos ciudades con fama de pecaminosas. ¡No les cuento la amargura que me produjo esa acción, pues yo le había prometido a su padre cuidarles!..
Y pasaron los años y mi hijo se hacía mayor. Un día llegó un mensajero procedente de Sodoma que me dijo que Lot había perdido todas sus pertenencias, arrebatado su ganado y sus riquezas saqueadas. Hubo una gresca entre las distintas facciones de la ciudad y en medio de ese barullo a Lot lo habían detenido y estaba preso. No lo pensé dos veces, logré reunir a un buen grupo de hombres entre familia y amigos, y fui en su busca... Logré liberarlo, a él y a su familia...
Huimos de aquella zona. Dios me había hablado la noche anterior y dicho que iba a destruir esas dos ciudades tan viciosas, por su perversión y lujuria. También me dijo que bajo ningún pretexto miráramos atrás, a las ruinas y a los escombros humeantes. Y así se lo transmití a todos muchas veces. Pero la mujer de mi sobrino, Edith, curiosa e indiscreta, no pudo resistir la tentación y echar un vistazo atrás. Fue lo último que hizo en vida, allí quedó para siempre convertida en estatua de sal.
No mucho tiempo después de estos episodios supe de todo lo malo que somos capaces de hacer los hombres, de la perversión que anida en nosotros y aún en mi familia, ¡porque eran mi familia!... Pasada la aniquilación total de Sodoma y Gomora y ante la ausencia de hombres y mujeres en el lugar, Lot y sus dos hijas caminaban en busca de un sitio donde establecerse. En vista de que pasaban los días y no veían a nadie, las dos chicas desesperadas, pues temían llegar a viejas y no poder engendrar hijo alguno, se les ocurrió la mayor de las infamias... Lo sé por mi sobrino, que me lo contó más tarde, resignado y abrumado por la osadía...
La hija mayor propuso a la pequeña emborrachar a su padre y acostarse con él y así poder quedar embarazada. La otra aceptó el malévolo plan. Organizaron una pequeña fiesta y le dieron de beber de lo lindo a su padre. De tal forma quedó éste que no supo lo que hacia. A la noche siguiente repitieron la “hazaña” y le hicieron acostarse con la pequeña. Al cabo de los nueves meses las dos parieron sendos hijos, cuyo padre ¡y mirad qué cosa más horrenda! era el mismo que su abuelo...
Sé que todas las familias tienen su historia y en todas cuecen habas; a mi me duele contar las mías por su crudeza, pero es lo que hay...y.. 
Pasaron los años y mi muy amada Sara murió para gran pena mía. Mucho la quise a pesar de su mal genio.
Tuve que volver a casarme para ser respetado y aceptado en la gran familia que éramos ya. Mi segunda mujer fue Queturá y me dio seis hijos más. Sin embargo, y siguiendo el mandamiento del Señor, nombré heredero absoluto a Isaac, hijo de Sara y mío, el cual me dio a Jacob y Esaú (mellizos) de nietos, y ellos siguieron el camino marcado por Dios...
Han pasado treinta siglos de éstas historias. Yo me reuní con el Señor a los 175 años, pero aún permanezco en el recuerdo de mis gentes. No obstante, ¡no lo olvidéis nunca!, ¡Que sepáis que fui yo el que fundó el pueblo elegido por Dios!. Y os voy a decir un secreto: ¡la Tierra Prometida era el Cristianismo, vuestra religión!.. Supongo.. 
Por ciento, me llamo Abraham..

 




No hay comentarios:

Publicar un comentario