Una tumba en tierra extraña..
No
a conocer la vida, sino a amarla,
viniste
al mundo: del amor naciste;
si
es bella y es mujer, ¿Quién a gozarla,
varón,
mozo y poeta, se resiste?
Goza
como los niños y las aves
del
blando seno y del caliente nido;
no
te apures jamás porque no sepas
de
dónde vienes ni porqué has venido.
Amar
lo es todo, conocer no es nada,
¿quién
la razón de la razón conoce?
Deléitate
en los brazos de tu amada
sin
descender al fondo de tu goce.
--Ricardo
León--
Os confieso
que un día tuve un sueño extraño. En ése sueño se me apareció el Señor
y me dijo que tenía grandes
proyectos para mi. El sueño se repitió durante días y en todos
ellos me conminaba a obedecer sus deseos. Y me hizo saber que debía
cumplirlos. A cambio yo sería un hombre feliz y tendría numerosa
descendencia. Por supuesto me prometió el Paraíso después
de la muerte... Y entonces creí en Él, y esperé
sus ordenes.
Sí, hice un pacto con él. Pero me pidió que, para empezar, tendría que circuncidarme. Supongo que sabéis lo que
es eso. Me tuve que cortar una parte del prepucio, en mi pene ¡con lo que eso
duele!. Luego obligué a mi sobrino y a mi padre a
hacérselo también. Y así todos mis descendientes tendrían que
hacerlo si querían los favores de Dios.
Lo
siguiente que me mandó fue salir de mi ciudad e ir en
busca de una tierra nueva, "la tierra prometida", me dijo en sueños. Seria una tierra
ubérrima y maravillosa donde crecería la familia y viviríamos dichosos. No lo pensé dos veces, cogí a mi padre, a mi mujer y a mi sobrino y, junto a los escasos enseres que poseíamos, nos pusimos en marcha..
Al
llegar al sitio prometido, después de interminables jornadas
de viaje, nos sorprendió una terrible sequía, con lo que nos vimos
obligados a desplazarnos a un país vecino y pedir ayuda para poder comer.
En ese lugar de acogida saciamos el hambre, incluso conseguimos algunos bienes y
pertenencias, y emprendimos la vuelta al lugar prometido; dos años habíamos
permanecido en ese extraño país, llamado Egipto.
Pero aquí no terminaron mis
desdichas, una vez en nuestra tierra y después de años de espera,
la promesa del Señor no llegaba. ¡Sí, me iba haciendo viejo y Sara no preñaba!. Perdí la
esperanza de tener un hijo al que traspasar mi
herencia... ¡Y sufría!...
Pero Sara no
se resignaba ni a la de tres. ¡Menuda era ella! Me sugirió acostarme con su
esclava Agar, joven y
bella morenaza
y adoptar al niño que tuviera. Y así lo hice.. Agar y yo tuvimos un hijo al que pusimos de nombre Ismael.
Pero no tardó Sara en cambiar de idea. Muy disgustada por los hechos no aceptó al niño. Es más,
enojada con Agar, que se había burlado de ella por
no poder tener hijos y aun con disgusto mío, los expulsó de
nuestra familia... Los pobres vagaron errantes por lugares desconocidos con
los pocos víveres que pudieron transportar.
Y Dios seguía
hablándome, y me repetía una y otra vez que tuviera paciencia... ¡Y por fin llegó nuestra hora!. Un día atendió nuestras
súplicas; ¡Aleluya, Sara quedó preñada!. Y reconozco que ya no éramos unos niños, precisamente. A nuestro hijo le pusimos de nombre Isaac y
fue nuestra mayor alegría..
Pero lejos de estabilizarse, mi vida era un continuo trajín y mi familia
no paraba de darme disgustos, resulta que Lot, mi
sobrino y su familia, que habían estado con nosotros en las duras y
en las maduras durante tantos años, en un momento de irritación y
enfado con Sara se separó de nosotros y se marchó a
tierras de Sodoma y Gomorra, dos
ciudades con fama de pecaminosas. ¡No les cuento la amargura que me
produjo esa acción, pues yo le había prometido a su padre cuidarles!..
Y
pasaron los años y mi hijo se hacía mayor. Un día llegó un
mensajero procedente de Sodoma que me dijo
que Lot había perdido todas sus pertenencias, arrebatado su
ganado y sus riquezas saqueadas. Hubo una gresca entre las
distintas facciones de la ciudad y en medio de ese barullo a Lot lo
habían detenido y estaba preso. No lo pensé dos veces, logré
reunir a un buen grupo de hombres entre familia y amigos, y fui en
su busca... Logré liberarlo, a él y a su familia...
Huimos
de aquella zona. Dios me había hablado la
noche anterior y dicho que iba a destruir esas dos ciudades tan viciosas, por su perversión y lujuria. También me dijo que bajo
ningún pretexto miráramos atrás, a las ruinas y a los escombros
humeantes. Y así se lo transmití a todos muchas veces. Pero la
mujer de mi sobrino, Edith, curiosa e indiscreta, no pudo resistir la
tentación y echar un vistazo atrás. Fue lo último que hizo en vida, allí
quedó para siempre convertida en estatua de sal.
No mucho tiempo después de estos episodios supe de todo lo malo que
somos capaces de hacer los hombres, de la perversión que anida en
nosotros y aún en mi familia, ¡porque eran mi familia!... Pasada la
aniquilación total de Sodoma y Gomora y ante la ausencia de hombres
y mujeres en el lugar, Lot y sus dos hijas caminaban
en busca de un sitio donde establecerse. En vista de que pasaban los
días y no veían a nadie, las dos chicas desesperadas, pues temían
llegar a viejas y no poder engendrar hijo alguno, se les ocurrió la
mayor de las infamias... Lo sé por mi sobrino, que me lo contó más
tarde, resignado y abrumado por la osadía...
La
hija mayor propuso a la pequeña emborrachar a su padre y acostarse
con él y así poder quedar embarazada. La otra aceptó el malévolo
plan. Organizaron una pequeña fiesta y le dieron de beber de lo
lindo a su padre. De tal forma quedó éste que no supo lo que hacia.
A la noche siguiente repitieron la “hazaña” y le hicieron
acostarse con la pequeña. Al cabo de los nueves meses las dos
parieron sendos hijos, cuyo padre ¡y mirad qué cosa más horrenda! era el mismo que su abuelo...
Sé
que todas las familias tienen su historia y en todas cuecen habas; a
mi me duele contar las mías por su crudeza, pero es lo que hay...y..
Pasaron los años y mi muy amada Sara murió para
gran pena mía. Mucho la quise a pesar de su mal genio.
Tuve
que volver a casarme para ser respetado y aceptado en la gran familia
que éramos ya. Mi segunda mujer fue Queturá y me
dio seis hijos más. Sin embargo, y siguiendo el mandamiento
del Señor, nombré heredero absoluto a Isaac,
hijo de Sara y mío, el cual me dio
a Jacob y Esaú (mellizos) de nietos, y ellos
siguieron el camino marcado por Dios...
Han pasado treinta siglos de éstas historias. Yo me reuní con el Señor a
los 175 años, pero aún permanezco en el recuerdo de mis gentes. No
obstante, ¡no lo olvidéis nunca!, ¡Que sepáis que fui yo el que fundó el
pueblo elegido por Dios!. Y os voy a decir un secreto: ¡la Tierra Prometida era el Cristianismo, vuestra religión!.. Supongo..
Por ciento, me llamo Abraham..
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