Nunca la duda el corazón te enfríe;
marchita la ilusión quien la razona;
no escudriñes el bien; goza y sonríe;
no te asombres del mal: ama y perdona.
Huye de ese mortal desasosiego
que interroga a las sombras del Destino;
la vida es ciega y el amor es ciego,
pero nunca equivocan el camino.
Amalo todo, bebe de las rosas,
como la abeja, el zumo y la dulzura,
entrégate a la gracia de las cosas,
la vida, como el arte, es la ternura.
No deslustres su cándido atavío
ni levantes la punta de su velo,
¿qué logras con pensar que está vacío,
que no es hermoso ni azul tu hermoso cielo?
--Ricardo León--
A pesar de que John F. Kennedy era católico
practicante, maldito caso que le hizo, el típo, al noveno mandamiento
de la ley de Dios cuando dice: No desearás a la mujer del
prójimo, porque deseó y mucho a casi todas las chicas que se le
ponía a tiro.
Daba igual que fuesen solteras o casadas. Según le
dijo una vez al primer ministro inglés Harold Mcmillan, “el día
que no tengo cerca una mujer sufro dolor de cabeza”. Su mujer, sin
embargo, Jackie, aun sabiendo lo que tenia en casa no
hizo apenas nada por remediar el ardor sexual de su marido.
John F. Kennedy ya apuntaba maneras desde bien
jovencito. Su padre Joseph Kennedy, se preocupó de hacer de su niño
una eminencia, es decir que llegara a donde él no pudo... a lo más
alto.
En 1961, la tele y su gran oratoria fueron claves para acabar con
Richard Nixon, candidato republicano. Juró el cargo de Presidente de
los Estados Unidos en enero de ese mismo año y se hizo merecedor de
un lugar en la gloria americana cuando en su primer discurso dijo
aquello de: No os preguntéis qué puede hacer por vosotros
vuestra nación, sino qué podéis hacer vosotros por ella.
Ha sido uno de los más populares presidentes del país. Cosa inaudita porque realmente tampoco hizo tanto para merecer esto.
Tal vez el hecho de ser tan joven, tan liberal y hacer de la Casa
Banca una especie de corte de Camelot, en donde su mujer Jacqueline hacía las veces de reina consorte imitando a las monarquías
europeas fuese parte del secreto.
Pero no todo era oro lo que relucía en esa esplendorosa
corte que era entonces la Casa Blanca, o sí, depende...
Pero John F.K. tenia un punto flaco, su pene, y
no busquen concordancia con la disfunción eréctil, sino todo lo
contrario. Ya hemos hablado de su obsesión casi enfermiza por acostarse con
todas las mujeres que conocía.
La más famosa de todas que se llevó al catre la
podemos imaginar, Marilyn Monroe, la espectacular actriz
de Hollywood. Otra rubia explosiva que yació con éste suertudo
presidente fue otra actriz, Jayne Mansfield. Hicieron el
amor de manera esporádica durante el periodo 1957-1963.
También la atractiva actriz, Angie
Dickinson, en una visita que realizó a la Casa Blanca probó
en sus carnes el ardor guerrero de Kennedy. O Zsa Zsa Gábor,
otra conocida actriz, rubia platino y de largas piernas hizo coyunda con el Presi. La conoció en un avión en
1952 y a partir de entonces cada vez que la necesitaba recurría a
ella para saciar su fogosidad. Hizo el amor con ella incluso días
antes de su boda con Jacqueline.
Pero no hay dos sin tres, también la super
famosa Marlene Dietrich saboreó las mieles de sus
besos. ¿predilección por las rubias?. Pues sí, porque se empiltró con
la secretaria de su mujer Pamela
Turnetone, con una espía soviética Ellen
Romestch, con la amante del mafioso Giancana, Judith
Campell, con Mary Meller, cuñada de su
mejor amigo, y por no seguir más que les pongo los dientes
largos, con Marion Fahnestock becaria que
buscaba su primer empleo en la Casa Blanca. O sea que Bill
Clinton y Mónica Lewinsky no fueron los pioneros en practicar sexo
oral en la sala oval ¡Con la que le cayó al pobre!...
A todo esto, John F. Kennedy estaba
tullido, padecía la enfermedad de Addison, insuficiencia
renal, hipotiroidismo, colitis, úlcera de duodeno, dolores
agudos de espalda etc. etc. Y digo yo: ¿qué hubiera hecho el tipo este de
estar sanote y no una piltrafa?. En fin…
Joaquin
Yerga