jueves, 1 de julio de 2021

Nunca subestimes un sueño

                                                                                   



Sentirse, ¡al fin!, maduro, para ver en las cosas
nada más que las cosas: el pan, el sol, la miel...
Ser nada más el hombre que deshoja unas rosas,
y graba, con la uña, un nombre en el mantel.

--Leopoldo Lugones--



Os voy a contar una bonita y entretenida historia de amor y perdón apta para todos los públicos. Sé que no soy original con ella, es antigua y muy versionada, pero os gustará. 

El personaje principal del relato es José, el hijo predilecto de J. Éste pensaba destinarlo al cuidado de su vejez. Vivian en Israel.

Además de ser el niño mimado de su papi, José era un gran soñador que se pasaba buena parte de su jornada laboral pensando en las musarañas, mientras sus hermanos se hacían cargo del ganado. En su sueño más recurrente se veía así mismo como un Sol, con las estrellas y la luna inclinándose hacía él haciéndoles reverencia.

Con tan arrogantes sueños, y porque además se los contaba a sus hermanos, estos acabaron por cogerle ojeriza al muchacho, y hasta propusieron mandarlo "al otro barrio," por cansino. Pensaban con algo de envidia y no sin razón, que su padre le iba a dejar toda la herencia a él y que ellos serian sus siervos.

Un buen día estando todos en el campo con las ovejas aprovecharon, pero en vez de asesinarlo como era su primer deseo, lo vendieron al mercader egipcio Putifar, que pasaba por la zona, por veinte monedas de plata. A su amado padre, como no veía ya "dos en un burro" le hicieron creer que lo habían devorado las fieras, y para darle mas verosimilitud a esta infamia desollaron un cordero y mancharon su túnica con la sangre. Del pobre J ni os cuento la pena...

José fue llevado a Egipto como esclavo, pero él seguía con la matraca de sus sueños. La casualidad quiso que un buen día el Faraón tuviera un sueño que se le repetía noche tras noche. Estaba ya el hombre tan agobiado que prometió fortuna y riquezas infinitas al que fuese capaz de interpretar esos inquietantes sueños. 

Como Putifar, el patrón de José, conocía "la tabarra" de éste con éstas fantasías oníricas, se lo propuso al Faraón... ¡y mano de santo!, en un santiamén le explicó con detalles aquello de las siete vacas gordas y las siete vacas flacas (el sueño del Faraón). Es decir, lo tradujo como que Egipto iba a tener siete años de lluvias y buenas cosechas, pero que después vendrían otros siete de sequías y desastres.

El Faraón le hizo caso y se cumplieron las profecías. Se guardó el excedente del trigo de los años buenos para los malos y se salvó el país. El Faraón cumplió sus promesas y colmó a José de dádivas, riquezas y cargos políticos.

Pasado un tiempo y debido a una pertinaz sequía que asolaba Israel, los hijos de J tuvieron que desplazarse a Egipto a comprar trigo, porque se morían de hambre. ¡Y mira por donde! Allí estaba al cargo de las reservas alimenticias su hermano pequeño José.. 

Preocupado José, porque faltaba uno de sus hermanos en la expedición y temiendo que lo hubieran matado o vendido como a él, exigió que regresaran a su patria y volvieran con él. Así se hizo y después de unas cuantas suculentas anécdotas, (que la falta de espacio me impiden relatar) todos los hermanos, y su padre que aun vivía, se perdonaron y fundieron en un fuerte y duradero abrazo. Y colorín colorado…

Por cierto, J, es Jacob, un patriarca de Israel, según la Biblia, considerado el padre fundador de Israel..

Joaquin




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