miércoles, 28 de julio de 2021

Dejó plantado al novio en el mismísimo altar

                                                                               




Yo te amaré en silencio... como algo inaccesible,

como un sueño que nunca lograré realizar;

y el lejano perfume de mi amor imposible

rozará tus cabellos... y jamás lo sabrás.

--J. A. Buesa--



Me invitaron a la boda de Micaelita Aránguiz con Bernardo de Meneses pero no pude asistir, y lo lamentaré siempre, porque me enteré al día siguiente que Micaelita, al pie mismo del altar, al preguntarle el cura si recibía a Bernardo por esposo, soltó un NO claro y enérgico. 

Me imaginé el cuadro, y qué coraje me dio por no haberlo contemplado por mis propios ojos. Me figuraba el salón atestado, la escogida concurrencia, las señoras vestidas de seda y terciopelo, con collares de pedrería y al brazo la mantilla blanca para tocársela en el momento de la ceremonia.Y entre el silencio y la respetuosa atención de los circunstantes, el sacerdote formula una interrogación, a la cual responde un «NO» seco como un disparo, rotundo como una bala, ¡Oh!..

Me imaginé también el movimiento del novio, que se revuelve herido; el ímpetu de la madre que se lanza para proteger y amparar a su hija; la insistencia del obispo asombrado; el estremecimiento del concurso; el ansia de la pregunta transmitida en un segundo: «¿Qué pasa? ¿Qué hay? ¿La novia se ha puesto mala? ¿Qué dice «no»? Imposible... Pero ¿es seguro? ¡Qué episodio, dios mío!... «

Todo esto, dentro de la vida social, constituye un terrible drama. Y en el caso de Micaelita a la par que drama fue inaudito. Nunca llegó a saberse de cierto la causa de la súbita negativa.

Micaelita se limitaba a decir que había cambiado de opinión y que era bien libre y dueña de volverse atrás, aunque fuese al pie del altar, mientras el no hubiese partido de sus labios. Los íntimos de la casa se devanaban los sesos emitiendo suposiciones inverosímiles.

A los tres años (cuando ya casi nadie iba acordándose de lo sucedido en la boda de Micaelita), me la encontré en un balneario de moda donde su madre tomaba las aguas. No hay cosa que facilite las relaciones como la vida de balneario, y la señorita de Aránguiz se hizo tan íntima mía, que una tarde paseando hacia la iglesia me reveló su secreto:

---Fue la cosa más tonta---me dijo---ya sabe usted que mi boda con Bernardo de Meneses parecía reunir todas las condiciones y garantías de felicidad. Además, confieso que mi novio me gustaba mucho, más que ningún hombre de los que conocía y conozco; creo que estaba enamorada de él. Lo único que sentía era no poder estudiar su carácter; algunas personas le juzgaban violento; pero yo le veía siempre cortés, deferente, blando como un guante.

Llegó el día de la boda---prosiguió Micaelita--a pesar de la natural emoción, al vestirme el traje blanco reparé una vez más en el soberbio volante de encaje que lo adornaba, y era el regalo de mi novio. Había pertenecido a su familia de toda la vida, era una maravilla, digno del escaparate de un museo. Bernardo me lo había regalado encareciendo su valor, lo cual llegó a impacientarme, pues por mucho que el encaje valiese, mi futuro debía suponer que era poco para mí.

Cuando eché a andar hacia el salón---me aseguró Micaelita---en cuya puerta me esperaba mi novio, al precipitarme para saludarle llena de alegría por última vez, antes de pertenecerle en alma y cuerpo, el encaje se enganchó en un hierro de la puerta, con tan mala suerte, que al quererme soltar oí el ruido peculiar del desgarrón y pude ver que un jirón del magnífico adorno colgaba sobre la falda. Solo que también vi otra cosa: la cara de Bernardo, contraída y desfigurada por el enojo más vivo; sus pupilas chispeantes, su boca entreabierta ya para proferir la reconvención y la injuria... No llegó a tanto porque se encontró rodeado de gente; pero en aquel instante fugaz se alzó un telón y detrás apareció desnuda un alma.

Debí inmutarme del disgusto--concluía Micaelita---por fortuna el tul de mi velo me cubría el rostro. En mi interior algo crujía y se despedazaba, y el júbilo con que atravesé el umbral del salón se cambió en horror profundo. Bernardo se me aparecía siempre con aquella expresión de ira, dureza y menosprecio que acababa de sorprender en su rostro; esta convicción se apoderó de mí, y con ella vino otra: la de que no podía, la de que no quería entregarme a tal hombre, ni entonces, ni jamás. Y, Sin embargo, fui acercándome al altar, me arrodillé, escuché las exhortaciones del obispo... Pero cuando me preguntaron, la verdad me saltó a los labios, impetuosa, terrible... Aquel NO brotaba sin proponérmelo; me lo decía a mí misma.... ¡para que lo oyesen todos!

-¿Y por qué no declaró usted el verdadero motivo, cuando tantos comentarios se hicieron?---le pregunté yo-

--Lo repito, señora, por su misma sencillez: No se hubiesen convencido jamás. Lo natural y vulgar es lo que no se admite. Preferí dejar creer que había razones de esas que llaman serias...

--Emilia Pardo Bazán--(resumido por Joaquín😇😇)







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