Al final te acostumbras y sonríes, aunque todo sea una mierda..
Durante el trayecto de vuelta no dejé ni un segundo de recordar, mi cerebro bullía como una olla hirviendo a punto de reventar. Una tras otra pasaban por mi cabeza y sin control las escenas más escabrosas de ese aciago día... De repente aparecieron en mi pensamiento imágenes desconocidas, inéditas. Esto me hizo recapacitar y ver cosas que antes no veía... ¡Empecé a comprender!...
Circulaba entonces con mi auto por la A-66 la altura de Calzadilla de los Barros. A decir verdad iba bastante deprisa, dado que a esa hora de la noche apenas había tráfico. Mi estado de ánimo después de todo lo pasado no era el mejor, pero ya empezaba a asimilar los injustos sucesos en los que participé de manera involuntaria, y de los que fui, por cierto, la víctima propiciatoria.
Desde que ocurrió aquello no hacía más que darle vueltas y más vueltas al asunto y volver a preguntarme una y mil veces por qué a mi, qué había hecho yo.. Y eso que había pasado una tarde estupenda haciendo mis gestiones pendientes, recorriendo tiendas y paseando por Zafra...
Se me había hecho tarde y mi estómago reclamaba ya su botín, así que entré en un conocido restaurante de la Plaza de España y me dispuse a tomar unos pinchos.. Antes había llamado a mi mujer para avisarle de que llegaría un poco tarde. Ella es comprensible con estas eventualidades, así que ese flanco lo dejaba bien cubierto. Y me despreocupé...
El encargado del restaurante me conoce de sobra y derrochó conmigo su habitual amabilidad nada más verme. Pasé un rato agradable, pero fue al salir del local cuando comenzaron miss desdichas.
Al recoger mi coche, aparcado en una calle de atrás y en ese momento vacía, dos fulanos me abordaron con sendos cuchillos. Uno de ellos me agarró el cuello por detrás con una mano mientras con la otra hacía amagos de pincharme a la altura de la nuez. El otro, un barbilampiño de pelo rojo, se me puso delante muy nervioso y con una faca descomunal pidiéndome todo lo que llevara de valor en los bolsillos. Por el aspecto y acento de éste último deduje su procedencia, quizás albanés o búlgaro. Ahora sé que suelen ser tipos muy violentos.
Pasé un miedo atroz durante el trance. Nunca antes había vivido algo así; se me olvidó de golpe hasta la razón de mi estancia en Zafra. Desde luego mis cinco sentidos maquinaron al unísono con el único objetivo de salvar la vida.
Todo fue muy rápido, los hechos ocurrieron en poco más de cinco minutos, pero en mi confusión emocional pareciera haber transcurrido una eternidad. Por supuesto les di todo lo que pedían y por suerte se conformaron. No se llevaron más de doscientos euros en efectivo que terminaba de sacar en un cajero cercano, las tarjetas de crédito, el móvil y el reloj. Reloj, por cierto, que había heredado de mi padre y que me había acompañado durante los últimos veinticinco años de mi vida.
En su apresurada huida, los ladrones se llevaron también mi maletín de mano que sólo contenía las escrituras de la casa que acababa de recoger de la notaría y algunos documentos más. Entendí que cualquier objeto que arramplaran creerían serles de utilidad. No obstante de todo lo que le arrebataron, lo más preciado fue mi orgullo y mi ánimo, que quedaron por los suelos...
Salí tan confuso y tocado de aquella maldita callejuela, que me olvidó hasta del coche. Volví a la calle Sevilla y por suerte dos municipales subían desde la Plaza Grande. Al verme tan desolado y con la cara congestionada se prestaron a llevarme al cuartel de la guardia civil. Allí pude denunciar lo ocurrido y hacer las gestiones oportunas para anular las tarjetas de crédito, y de paso avisar a la familia. Un agente amablemente quiso acompañarme de vuelta a la callejuela del atraco. Le di las gracias, recogí mi coche y dispuse el regreso...
Pasada la media noche y a unos kilómetros ya de mi pueblo, terminé de rebobinar las imágenes de los distintos pasajes de la jornada. Con los sentimientos heridos y a flor de piel, no pude evitar que un par de lágrimas rebeldes, tal vez de impotencia, buscaran mejillas abajo la comisura de mis labios.
Impaciente por llegar a casa y abrazar a mi mujer que ya estaba avisada y me aguardaba expectante, aceleré la velocidad rumbo al sur entre el escaso tráfico que circulaba a esas intempestivas horas de la madrugada. En dos minutos estaba entrando en mi calle..
No pegué ojo en toda la noche. Y en esas estaba cuando, una llamada al teléfono fijo de casa a primera hora de la mañana bastó para resolver el caso de un plumazo. Un sargento de la guardia civil me confirmó el verdadero motivo del asalto... ¡los ladrones me habían confundido con un representante de joyería que suele frecuentar el restaurante!.. Ya estaban detenidos.
Apenas ya me importó.. las secuelas, el miedo y la angustia que me acompaña desde aquel infausto día aún lo llevo metido en sus entrañas....
Joaquín
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