Tu pupila es azul, y cuando lloras
las transparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío
sobre una violeta.
--Bécquer--
Julia había salido al balcón con su hermana. Y hablaban allí de sus cosas, y cuchicheaban, y reían.. A Gustavo Adolfo, que paseaba por la zona, le llamó la atención aquellas risas tan sonoras. Miró hacia arriba y la vio.
Julia era bellísima, de fascinante cutis moreno pálido, alta, delgada y con unos ojos azules inmensos. Estos detalles los descubrió Gustavo Adolfo después, cuando, por fin, pudo asistir a unas tertulias de música y poesía en las que ella era la estrella..
Quedó extasiado aquella primera vez oyéndola cantar. ¡Qué hermosa voz de soprano tenía!, Otra noche, semanas después de aquella primera vez, se acercó a ella y le habló de amores, incluso le escribió poesías. Tuvo que desistir, el pobre, pues comprobó que ella no le correspondía. Sin embargo no pierde la esperanza, sigue visitándola.
Un día se llevó un buen chasco al presentarse en la tertulia, ella no estaba. Angustiado preguntó. La respuesta le quedó helado: Julia se había ido a Roma a practicar canto, tardará en volver..
Luego supo que se había enamorado de otro y que se iba a casar. El mazazo fue terrible, ¡tan enamorado como estaba de ella!. Creyó volverse loco. En realidad nunca se recuperó de este desamor..
Hoy, ciento cincuenta años después de su muerte, sabemos la verdad de Gustavo Adolfo Bécquer, Julia Espín fue su amor secreto y verdadero. Ella fue la mujer de su vida y no su esposa, Casta Esteban, con la que se casó después, y que le puso los cuernos, por cierto..
Pero fue el suyo un amor platónico, porque Julia nunca lo quiso
Mirad algunos de sus poemas. Muchos dedicados a Julia.
A Julia...
Para
que los leas con tus ojos grises,
para que los cantes con tu clara
voz,
para que se llenen de emoción tu pecho
hice mis versos
yo.
Poesía.
No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.
Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas;
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista;
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías;
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!
Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran;
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira;
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas;
mientras exista una mujer hermosa
¡habrá poesía!
Una lágrima.
Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mis labios una frase de perdón,
habló el orgullo y se enjugó su llanto
y la frase en mis labios expiró
Yo voy por un camino, ella por otro;
pero al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún ¿Porqué callé aquel día?
Y ella dirá: ¿Porqué no lloré yo¿
Un trágico sainete
Nuestra pasión fue un trágico sainete
en cuya absurda fábula
lo cómico y lo grave confundidos
risas y llanto arrancan.
Pero lo peor de aquella historia
que, al fin de la jornada,
a ella tocaron lágrimas y risas
¡y a mí sólo lágrimas!
Suspiros.
¡Los suspiros son aire y van al aire!
¡Las lágrimas son agua y van al mar!
Dime mujer, cuando el amor se olvida
¿Sabes tú donde va?
Cuando me lo contaron
Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas;
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de donde estaba.
Cayó sobre mi espíritu la noche;
en ira y en piedad se anegó el alma…
¡y entonces comprendí por qué se llora,
y entonces comprendí por qué se mata!
Pasó la nube de dolor… Con pena
logré balbucear breves palabras…
¿Quién me dio la noticia?… Un fiel amigo…
¡Me hacía un gran favor!… Le di las gracias.
Herido.
Me han herido recatándose en las sombras,
sellando con un beso su traición.
Los brazos me echó al cuello, y por la espalda
partiome a sangre fría el corazón.
Y ella prosigue alegre su camino,
feliz, risueña, impávida, ¿y por qué?
¿Porqué no brota sangre en la herida…?
¡Porqué el muerto está en pie!
Volverán las golondrinas
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres,
ésas… ¡no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día….
ésas… ¡no volverán!
Gustavo Adolfo Bécquer
Julia Espín
Son preciosos
ResponderEliminarMuchas gracias. Un beso.
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