jueves, 30 de diciembre de 2021

La chica ingenua y el memo de su marido..

                                                                                   



Ved de cuán poco valor

son las cosas tras que andamos

y corremos,

que, en este mundo traidor,

aun primero que muramos,

las perdemos:


Decidme, la hermosura,

la gentil frescura y tez

de la cara,

el color y la blancura

cuando viene la vejez,

¿Cuál se para?


Las mañas y ligereza

y la fuerza corporal

de juventud,

todo se torna graveza

cuando llega al arrabal

de senectud.

--Jorge Manrique--



--Lo has adivinado Joaquín, la terraza está llena, así que, me temo tardaremos mucho en comer---me auguró disgustada mi amiga---

Bebió un sorbo de cerveza, se subió las gafas y se repantingó en su silla. Casi anochecía ya, pero aún hacía calor. Tomábamos unas cervezas en la terraza de un bar del Paseo del Prado, frente al museo, en Madrid..

--¿Ves el museo ahí enfrente con sus grandes columnatas en la entrada y la estatua de Velázquez? Bien, pues que esté ahí se lo debemos a una mujer desgraciada---le dije yo por hablar de algo mientras esperábamos al camarero--

--¿Y cómo es eso?---se sorprendió ella--

--Mira---le dije dispuesto a complacerla---Tuvimos una vez un rey, quizás el peor que hemos tenido nunca, Fernando VII, seguro que algo sabrás de él; pues éste pájaro se casó en segundas nupcias con Isabel de Braganza, una chica portuguesa no muy agraciada físicamente. “Fea, pobre y portuguesa.. ¡chúpate esa!”, cantaba la gente de manera cruel---

---Jajaja, recuerdo haber oído ese estribillo---me interrumpió mi amiga---

--Sí, se hizo muy famoso---respondí---pues resulta que Fernando era un golfo de aúpa y maldito caso le hacia a la pobre, Isabel. Además se juntaba con un par de amiguetes tarambanas como él y menudas parrandas se corrían los tres.. De incognito salía de palacio por las noches y frecuentaba los tugurios más infectos de Madrid. Durante una temporada le dio por visitar el tugurio de Pepa “la malagueña”, una andaluza resalá y de preciosas hechuras---

Mientras le contaba esto se presentó el camarero y nos acercó la carta de los aperitivos. Pedimos unos calamares fritos, una ensalada para ella, y otras dos cervezas. En cuanto se fue proseguí.

---Como te iba diciendo, Isabel se enteró de las andanzas de su marido y de las juergas con la malagueña, así que, ¡inocente ella!, creyendo que al memo de Fernando le gustaban así las mujeres, una madrugada le esperó vestida con un traje de faralaes y un clavel en el moño, ¡pobrecilla!.. ¿Y sabes qué hizo el majadero?---

--No me lo digas que me lo imagino, Joaquín---se adelantó mi amiga--

--Pues eso, ni puto caso le hizo. Es más---le insistí---el mamón se descojonó de risa, con desprecio la apartó de la puerta y fue a contarle a sus amigotes la escena.. Imagínate el despanzurre de los tres a costa de la chiquilla, porque era una chiquilla.. Aunque la pobre Isabel tuvo que seguir aguantando las majaderías de este lelo sólo dos años más, porque murió a los 21 años, al parir a su segunda hija.

--¡Pobre mujer!, pero.. ¿y esto qué tiene que ver con el Museo del Prado?---me señaló cariacontecida y con razón, mi amiga-

--¡Ah, es verdad, perdona, me fui por los cerros de Úbeda!---le respondí riéndome---Isabel fue la que convenció al felón de Fernando, el rey, para que utilizara ese palacete como museo nacional---concluí---

Según terminaba la historia, vimos llegar al camarero con nuestras viandas. Fue colocar los platos encima de la mesa y empezamos hacer buena cuenta de ellas, teníamos un hambre atroz.

Joaquin




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