¡Qué milagrosa es la Naturaleza!
Pues ¿no da luz la nieve? Inmaculada
y misteriosa, trémula y callada,
paréceme que mudamente reza
al caer... ¡Oh nevada!:
tu ingrávida y glacial eucaristía
hoy del pecado de vivir me absuelva
y haga que, como tú, mi alma se vuelva
fúlgida, blanca, silenciosa y fría.
--Amado Nervo--
Un tipo le hizo una póliza de seguros a su mujer por 5.000 libras, de la época, Hablo de 1877. Luego la asesinó con cianuro. Para disimular abrió la llave del gas y pretendió hacer creer que su muerte fue por asfixia.
No obstante un profesor de medicina de la universidad de Edimburgo, pertinaz y testarudo, fue capaz de descubrir el cotarro a base de métodos deductivos, paciencia y tacto policial.
Arthur Conan Doyle, un médico escocés del montón, había sido alumno de aquel profesor de medicina, y pensó en él y en sus métodos deductivos, y se puso a escribir relatos. Bueno, el resto ya lo sabéis, así nació, para regocijo de millones de lectores, Sherlock Holmes.
Tuvo un éxito arrollador enseguida. Se publicó por entregas en un periódico londinense a finales del XIX, y fue tan popular, que el autor, cansado del personaje, quiso matarlo en un último capitulo y así dejar de escribir sobre él, pero..
Fue imposible, la gente suplicaba más y más entregas. En los Estados Unidos, donde se vendían como rosquillas, esperaban con verdadera ansiedad que llegara el barco de Inglaterra para hacerse con los nuevos capítulos.
Tanta guerra le dieron con ese personaje, desgarbado, meticuloso, misógino, con su ayudante el doctor Watson, tanto le imploraron, (público, editores y hasta políticos) que tuvo que resucitar a Sherlock Holmes y volver escribir nuevos episodios.
Yo me alegro pues me los he leído todos, y varias veces...
Joaquín
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