En cierta ocasión ella me dijo: "anoche soñé
que estaba muerta y que tú llorabas sin
consuelo cerca de mi cadáver. Pero yo continuaba
viviendo, yo me hallaba a tu lado y te decía:
¡No llores! Aquí estoy. Mírame... sólo que tú no
me mirabas y seguías llorando"
¿Será esta, dios mío, la maravillosa realidad presente?
¿Fue verdad su sueño? ¿Se halla a mi lado y yo no la veo?
Muerta, muerta mía ¿no me ha de quedar, pues,
más vehículo para comunicarme contigo que el de mi
propio cuerpo, que convulsivamente se agita con
mis sollozos?
Aquella tarde se pasó por el número 13 de la calle Santa Isabel. ¡Cómo no hacerlo, dios mío, del portal de su casa salía un féretro a hombros de unos familiares!. Ella iba dentro. Se llamaba Teresa y había sido su gran amor. Con Teresa se iba su vida, su motivo de existir.
Cuando supo de su muerte, desesperado creyó morir, aunque hacía meses que apenas sabía de ella. Se había casado, por despecho, con Narciso, uno de sus mejores amigos. Pero no imaginéis falsas conjeturas, ella aún le quería..
Antes de su agonía final fue a verla.. Y la vio... pálida de muerta era su cara, pero seguía tan bella como siempre. Los cirios que alumbraban su rostro inerte parecían derramar lagrimas de cera ante su carita de virgen... Narciso lloraba inconsolable en una esquina de la habitación. En ese momento lo supo: ¡su corazón dejó ya de sentir!..
De pie, frente a su cama y mientras intentaba evitar sin éxito que lágrimas profusas inundaran sus mejillas, recordó sus días felices..
Había conocido a Teresa en su pueblo de Extremadura con apenas dieciséis años. Vivía con su padre viudo, un tipo arisco y amargado desde que murió su esposa. Él cumplía ya los veinte y acababa de llegar de sus últimas vacaciones de estudios.. No tardó apenas nada en enamorarse de ella, era bellísima.. Ella también comenzó a quererle..
Y su cabeza de eterno adolescente bullía haciendo planes con Teresa. Una y otra noche soñaba con ella, con su amor sincero, con una vida juntos. Pero no debió caerle bien a su padre. Obstinado, la obligó a casarse con un rico comerciante sevillano. Quizás en busca de relanzar su maltrecha economía o porque él no era el marido ideal que buscaba para su niña..
Para alejarla de sus juveniles y tentadoras garras, el matrimonio viajó por Andalucía en interminables viajes de negocios.. Vivieron en Granada, en Málaga, en Sevilla.. En secreto él siguió sus pasos siempre que podía.. Y en ésta última ciudad, justo a los pies de la Giralda se vieron un día. Los dos seguían muy enamorados.
Luego hizo algo no muy honesto, lo sé, pero que en absoluto se arrepiente: en Sevilla se hospedó en el mismo hotel que Teresa y su marido, y aprovechó cuando éste no estaba para saltar a su habitación y convencerla para huir juntos..
Y lo hicieron, huyeron a Madrid y allí vivieron los mejores años de sus vida. Despues regresó a Sevilla, y ella volvió con él. Tuvieron una hija, Blanca le pusieron de nombre, hermosa es como su madre.. A estas alturas, Teresa ya se había divorciado de su marido..
Y aconteció su primera gran decepción, muy triste, porque...
Ella lo dejó. Sí, lo abandonó por un amigo de siempre, Narciso. le dijo que no soportaba la inseguridad económica en la que vivía, que estaba harta de viajes y de huidas, que no la atendía lo suficiente, aunque seguía queriéndole, le advirtió...
Lloró lágrimas de impotencia cuando se fue, pero aún así esperaba reconquistarla..
Por eso fue a verla cuando murió... Teresa lo fue todo para él. Yo sé que sin ella pocos años va a vivir.. A su muerte, que la percibe ya cercana, quiere que miremos los versos que le dedicó. Ellos nos dirán hasta qué punto la quiso..
Ahora sólo le queda su niña, Blanca, fruto de sus amores con Teresa, y una foto que tiene de ella, y que mira y remira y la tiene gastada de tanto tocar..
Me abrasan tus manos,
me hielan tus besos
que brotan tus labios
violados y secos.
¡Qué pálida estás, vida mía!
¡Qué a prisas respiras!
No tan cerca.., me quema tu aliento.
¡No llores! ¡No llores!,
Por Dios te lo ruego,
clava en mi tus ojos,
que miren serenos,
no me mires así, de ese modo,
te flota en la vista
algo vago que luce siniestro.
Por cierto, lo habéis adivinado, el tipo del que hablo no es otro que el que esto escribe, José de Espronceda. Pero no me tengáis pena, por favor, ella se fue y ya apenas me importa nada.
Joaquín
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