lo que te dice la memoria.
A lo mejor no hubo esa tarde.
Quizá todo fue autoengaño.
--J. E. Pacheco--
Mi vecina había terminado de peinarse su media melena rubia y se perfilaba los ojos de azul con su lápiz de maquillaje; estaba guapísima. Me había recibido a medio vestir cuando llamé a su puerta. Enseguida continuó con sus cosas.
Que la perdonara, porque tenía prisa por bajar al mercado a hacer unas compras---me dijo. De ahí su frenético trajín. Yo entré sólo a saludarla, así que la dejé hacer.
Por la puerta entreabierta del baño la miraba embobado y sin pestañear. No pude evitar piropearla:
--Tienes una piel preciosa---le dije
Se ruborizó, lo noté. Me dio las gracias.
Me sacudí el hechizo de la hermosa visión y quise compensar mis halagos con algo más desagradable que había leído hacía unos días:
--Por cierto---bromeé----esa piel tan bonita que tienes está constituida por una capa externa formada por células muertas. ¿No te resulta una idea fascinante que aquello que te hace una chica tan bella y encantadora esté muerto?
--¡Vaya!, ya lo has estropeado, Joaquín, con lo bonito que te había quedado lo otro---me soltó contrariada.
--Jajaja, lo siento, pero voy a ser todavía un poco más desagradable---le dije descortés---esas células externas de tu piel se caen y se reemplazan cada mes. ¡Uy, ahora mismo tienes los hombros llenos!---exclamé
Se giró hacía a mi y con cara de asco hizo amago de sacudirse la ropa. Luego se dio cuenta de la broma y me soltó, mohína, unos cuantos reproches. Eché otra carcajada, incluso, envalentonado, le gasté un par de inocentadas más.
Terminó de arreglarse y vino hacía mi. Sonriendo me dio un leve toque con la mano en la nuca; me regañó. Al acercarse le vi la cara de cerca, y comprobé su tersura, y olí su aroma. Por un instante noté una sacudida en mi cuerpo. Lo entendí como un deseo arrebatador de besarla, pero enseguida deseché la idea, no era el momento. Se colocó la chaqueta beige que pendía del picaporte de la puerta del baño y se colgó sobre el hombro un bolso azul que cogió de alguna parte. Me dijo adiós.
Yo cerré la puerta de un portazo y la seguí con la mirada hasta perderla de vista. El contoneo sensual de su trasero al caminar me subyugaba.. Luego me dirigí a mi casa, contigua a la suya, entré, y me dispuse a soñar..
Recuerdo que acababa de cumplir diecinueve años; ella rondaba los treinta, creo...
Joaquín