lo que te dice la memoria.
A lo mejor no hubo esa tarde.
Quizá todo fue autoengaño.
La gran pasión
sólo existió en tu deseo.
Quién te dice que no te está contando ficciones
para alargar la prórroga del fin
y sugerir que todo esto
tuvo al menos algún sentido.
--J. E. Pacheco--
Puri había terminado de peinarse su media melena rubia y ahora se perfilaba los ojos de azul con su lápiz de maquillaje; estaba guapísima.
Me había recibido a medio vestir cuando llamé a su puerta y enseguida continuó con sus cosas. Que le perdonara porque tenía prisa por bajar a la farmacia y hacer unas compras en casa de Manolo Maján, me había dicho. De ahí su frenético trajín. Yo entré sólo a saludarla, así que la dejé hacer.
Por la puerta entreabierta del baño la miraba.
--Tienes una piel preciosa---le dije
Se ruborizó, lo noté, aunque no se alteró cuando me dio las gracias por el piropo. Enseguida me sacudí el hechizo de la bella visión y quise compensar mis halagos con algo más desagradable que había leído hacía unos días:
--Por cierto---bromeé----esa piel tan bonita que tienes está constituida por una capa externa formada por células muertas. ¿No te resulta una idea fascinante que aquello que te hace una chica tan bella y encantadora esté muerto?
--¡Vaya!, ya lo has estropeado, Joaquín, con lo bonito que te había quedado lo otro---me soltó contrariada.
--Jajaja, lo siento, Puri, pero voy a ser todavía un poco más desagradable---le dije aún más descortés---esas células externas de tu piel se caen y se reemplazan cada mes. ¡Uy, ahora mismo tienes los hombros llenos!
Se giró hacía a mi y con cara de asco hizo amago de sacudirse la ropa. Luego se dio cuenta de que era una broma y me soltó, mohína, unos cuantos reproches. Eché otra carcajada y, envalentonado, le gasté un par de inocentadas más.
Terminó de arreglarse y vino hacía mi. Sonriendo me dio un leve toque con la mano en la nuca; me regañó. Al acercarse le vi la cara de cerca, comprobé su tersura y olí su aroma. Por un instante noté algo en mi cuerpo, algo que entendí como un deseo arrebatador de besarla, pero enseguida deseché la idea, no era el momento.
Luego se colocó la chaqueta beige que pendía del picaporte de la puerta del baño y se colgó sobre el hombro un bolso azul que cogió de alguna parte. Me dijo adiós.
Yo cerré la puerta de su casa de un portazo y la seguí con la mirada hasta perderla de vista por la calle Guadalcanal. Al poco entré en la mía.
No sé, noté en la mirada de mi mujer, que me esperaba en el comedor, cierta animosidad. ¿Habría visto algo?..
Joaquín