En cierta ocasión ella me dijo: "anoche soñé
que estaba muerta y que tu llorabas sin
consuelo cerca de mi cadáver. Pero yo continuaba
viviendo, yo me hallaba a tu lado y te decía:
¡No llores! Aquí estoy. Mírame... sólo que tú no
me mirabas y seguías llorando"
¿Será esta, dios mío, la maravillosa realidad presente?
¿Fue verdad su sueño? ¿Se halla a mi lado y yo no la veo?
Muerta, muerta mía ¿no me ha de quedar, pues,
más vehículo para comunicarme contigo que el de mi
propio cuerpo, que convulsivamente se agita con
mis sollozos?
--Amado Nervo--
Quizás lo sepáis, o no, de todas maneras os lo cuento. ¿Alguien sabe qué es la hematofobia?..
Bueno, visto así, a bote pronto, parece raro, pero si lo analizamos despacio tal vez se nos encienda la luz. Si, porque Fobia ya sabemos que es un miedo irracional a algo y Hemato viene de sangre, así que todo encaja, hemato-fobia es miedo a la sangre y todo lo relacionado con ella, como jeringuillas, heridas, cortes, etcétera..
Las personas que padecen hematofobia lo pasan francamente mal en presencia de la sangre. ¡Ya veis, algo tan habitual en nuestra vidas y muchos con estos trastornos pueden llegar incluso a tener desmayos, taquicardias y cosas peores, os lo aseguro!..
Fijaos qué cosa más surrealista, ¿Sabéis qué personaje famoso padeció hematofobia? No os lo vais a creer, Al Capone. Cierto, el mítico Capone, el gánster sanguinario (¿veis la paradoja?) que ordenó sin compasión decenas de asesinatos en los años veinte en Chicago, padecía hematofobia, le tenía el menda un pánico atroz a las jeringuillas. Lo que son las cosas, murió en la cárcel de Alcatraz por no dejarse pinchar para tratarse la sífilis que padecía..
Y hablando de sangre, supongo que vosotras, las mujeres, por motivos obvios, estáis más familiarizadas con ella; también los toreros. Me costa que muchos hombres recios y robustos se desmoronan ante la visión de un chorrete de sangre.
Lo que no estoy seguro es si hematofobia era la que padecí de niño o tripanofobia (miedo a las jeringuillas) por el pánico que le tenia a los pinchazos de D. Juan Bernáldez, el practicante. Era ver aparcada aquella moto-gucci roja, que tanto dio de si, frente a la puerta de mi casa y ya el corazón me palpitaba como un potro desbocado, por los nervios..
Juan Bernáldez y Monago, ambos llegaron a pinchar de manera inmisericorde en las púber nalgas de aquel atolondrado jovenzuelo que era yo entonces. Monago pinchaba en casa, en su consulta, pero Bernáldez lo hacía además a domicilio; si tenias igualas con él, ¡claro!, y mi madre la tenía.
Acordaos, ¡qué angustia la espera con el calzón ya bajado, mientras el ritual de la quema de la jeringuilla flotando en alcohol seguía su curso!. Eso sí, yo, que hasta los ocho años fui un niño pachucho por culpa de unas anginas que padecí y tuve que pincharme mucho, jamás tuve queja de él, todo fue perfecto siempre; ¡pero el miedo es libre!..
Joaquín
en la calle Romanones
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