Proliferan por doquier promesas
de amor no cumplidas.
El viento de la indiferencia
las empujan hacia los confines
del olvido.
--Joaquín--
¡Uy!, qué dónde está el alma, me preguntó, ¿en el cerebro, Joaquín? ¿en el corazón?. Tuve que darle mi opinión. Le dije:
--Apuesto que no sabías que durante muchos siglos todo el mundo creía que el cerebro humano era simplemente una cavidad vacía, un simple relleno del cráneo. Perdóname, pero no me resisto al chiste fácil.. ¡Y es que algunos ya sabíamos hace tiempo que en muchas cabezas no había nada debajo de sus sombreros, jajaja!.. No lo digo por ti, claro..
Mira---proseguí---los antiguos egipcios, incluso el gran Aristóteles, entendían, ¡ya ves que barbaridad!, que los pensamientos tenían lugar en el corazón. Supongo que de ahí viene el adjudicarle a éste trepidante órgano funciones románticas y amatorias.
Aristóteles---insistí con mi explicación---que fue un genio para tantas cosas, aquí metió la pata hasta el corvejón; él estaba convencido que el cerebro enfriaba la sangre y el corazón decidía nuestros pasos. Tuvo que ser Hipócrates, el gran médico griego de la antigüedad el que nos sacara de dudas.
Cuando por fin supimos de la función tan principal de nuestro cerebro---le reiteré en plan sabihondo---hubo gente que pensaba que su actividad era debida a flujo de espíritus y que dentro de él había un hueco donde residía nuestra alma. Y no creas, muchos se devanaron los sesos buscándola. Ésta idea persistió hasta bien entrada la Edad Media.
Pero llegó el Renacimiento, amiga---concluí---con sus nuevos aires más científicos que sobrenaturales y supimos la verdad. Claro, que algunos la perdieron (el alma) hace tiempo, durante el fragor de su egoísmo.
Mi amiga quedó medianamente satisfecha, y se dispuso a darme su punto de vista.
Joaquín
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