jueves, 19 de mayo de 2022

Del portal de su casa salía un féretro, ella iba dentro

                                                                                      


Aquella mañana me pasé por el número 13 de la calle Santa Isabel. Del portal de su casa salía un féretro a hombros de unos familiares. Ella iba dentro. Se llamaba Teresa y había sido mi gran amor

Unos días antes de su muerte había ido a verla. Eran ya vísperas de su agonía. Pálida de muerta era su cara, pero seguía tan bella como siempre. Los cirios que alumbraban su rostro inerte parecían derramar lágrimas de cera ante su carita de virgen. Narciso, su marido, lloraba inconsolable en una esquina de la habitación.

Frente a su cama y mientras intentaba evitar, sin éxito, que el llanto inundaran mis ojos, recordé algunos pasajes de mi vida junto a ella.

Había conocido a Teresa en Almendralejo con apenas dieciséis años. Vivía con su padre viudo, un tipo arisco y amargado. Yo cumplía los veinte y acababa de regresar al pueblo.. No tardé apenas nada en enamorarme de ella.

Mi cabeza de eterno adolescente bullía haciendo planes con Teresa, pero el padre impedía la relación. "Yo no era el marido ideal que buscaba para su niña", me dijo un día.

Huimos a Madrid y a Portugal, y a París, y Londres.... Vivimos mil aventuras; los mejores años de nuestra vidas. Tuvimos una hija, Blanca le pusimos de nombre; hermosa era como su madre. Pero... 

Un día ella me abandonó. Por mi buen amigo, Narciso, me dejó. Recuerdo que, llorando, me dijo:

---Lo siento, José, te dejo.. Tu hija y yo no podemos soportar por más tiempo la inseguridad económica y social en la que nos arrastras. Estoy harta de viajes y de huidas, pero te quiero, siempre te querré..

Lloré como nadie jamás habrá llorado por una mujer, pero aún esperaba reconquistarla.. Por eso fui a verla cuando murió... Teresa lo fue todo para mi.

Quiero que miréis estos versos que le dediqué. Ellos os dirán hasta qué punto la quise:

Me abrasan tus manos,

me hielan tus besos

que brotan tus labios

violados y secos.

¡Qué pálida estás, vida mía!

¡Qué a prisas respiras!

No tan cerca.., me quema tu aliento.

¡No llores! ¡No llores!,

Por cierto, no os lo he dicho, mi nombre es José de Espronceda, poeta, y paisano vuestro. Morí joven, demasiado joven, a los 36 años. La clandestinidad, el trajín de la vida, y la muerte de Teresa contribuyeron al fatal desenlace. 

Por si no lo sabéis, mis restos reposan en el Panteón de Hombres Ilustres de Madrid.

José







      

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