Me miraste llegar, y sonreíste
con la incierta sonrisa,
que deja el alma triste
entre el dolor y el júbilo indecisa;
y a mi viniendo con semblante amigo,
me asiste de la diestra, y apartando
las mustias ramas, con acento blando
cariñosa exclamaste: “Ven conmigo”
--Teodoro Llorente--
No sé cuántos trajes puede tener el amigo Putin en sus armarios, seguro que muchos, pero sí sabemos que lo de su compatriota, la zarina de toda las Rusias, Isabel I, era exagerado. Se comprobó a su muerte que su guardarropa contenía la nada despreciable cifra de 15.000 vestidos. Y no de esos precisamente de casi usar y tirar del Zara o H&M, ¡qué va! sino vestidos de la época (Siglo XVIII), es decir, de encaje, vuelos desorbitados y demás zarandajas, o sea carísimos.
Se contaba que Isabel solía cambiarse hasta tres veces en una noche.
Sin embargo, el que no se cambiaba nunca de ropa fue nuestro, Felipe V, ése rey de origen francés al que los catalanes odian tanto que incluso tienen su retrato boca abajo. Bien, pues éste hombre fue cayendo poco a poco en la melancolía, padeció manía persecutoria.
Hasta un punto tal alcanzó la locura de Felipe que no se dejaba lavar el cabello ni se cortaba las uñas (ni de las manos ni de los pies). Tanto le crecieron éstas últimas que no podía andar. En su delirio llegó a creer que sería envenenado con una camisa, con lo se tiró, el tío, años sin cambiársela.
Las locuras y extravagancias de nuestros líderes políticos son ahora de otra índole, pero no creáis que hemos cambiado tanto.. En fin..
Joaquín.
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