Un señorito muy petimetre
entró en mi casa cierta mañana
y así me dijo al primer envite:
Oiga usted ¿quiere ser mi pareja?.
Yo le respondí con mi sonete,
con mi canto, mi baile y soflama:
-¡Qué chusco es usted, señorito!
Usted quiere.. ¡Caramba!, ¡Caramba!
¡Vaya, vaya, vaya!.
Me volvió a decir muy fino:
María Antonia no seas tirana.
Mira niña, que te amo y te adoro,
y tendrás las pesetas a manta.
--María Antonia Vallejo-- (La Caramba)
El cielo se encapotó de súbito y se puso a llover a mares. La virulencia del agua hizo dispersar por doquier a los numerosos viandantes que en ese momento transitaban por el Paseo del Prado. María Antonia había llegado hacía poco desde el teatro (era una famosa vedette) y le pilló de lleno el aguacero..
La gente huía despavorida ante el cariz de la tormenta o se refugiaban donde podían del tremendo chaparrón que descarga sobre el Paseo. María Antonia dirige sus pasos precipitadamente hacia el cercano convento de los Capuchinos, que es lo primero que ve abierto..
Entra en templo chorreando agua y sofocada por la carrera; todo está a oscuras, es un remanso de paz; sólo las vacilantes llamas de unos cirios alumbran, apenas, el cuadro de La Magdalena colgado sobre el altar, ¡qué silencio!.
Con la respiración aún agitada y por pasar el tiempo mientras escampa, María Antonia mira el cuadro durante un buen rato. Se queda extasiada contemplando la figura de la virgen. No sabe por qué, pero algo extraño le está pasado, ¡oh!, está sintiendo una congoja, un cambio en su ánimo como jamás a experimentado antes.
En una capilla contigua un predicador habla del perdón. Ella lo escucha apenas perceptible. Se le humedecen los ojos. Se pone de rodillas frente a la Magdalena y pronuncia, angustiada, dos palabras.. --¡¡Nunca más!!...
Se serena. Hay en su mirada una decisión firme.. Sale del convento. Ha dejado de llover.. Llega a su domicilio. Habla a su madre. Tira vestidos, lentejuelas y otros objetos evocadores. Busca un traje oscuro, el más viejo. ¡Nunca más volverá al teatro!. Dos días más tarde regresa al convento para ser monja, de por vida....
Diez años antes, María Antonia había sido una joven andaluza hermosa y atrevida que había traído loco al público masculino de los teatros de Madrid.
Llegó a la villa y corte desde su tierra, Motril, con ganas de triunfar, ¡y vaya si lo hizo!.. Sus canciones y ella misma se pusieron de moda durante años en los ambientes más festivos de la capital. Mezcló su deje andaluz con la chulería madrileña y no hubo en los madriles guapo galán, noble o plebeyo, que no intentara enamorarla..
Sus coplillas eran satíricas, picantes, se reía de todos y de todas.. La duquesas de Alba y la de Osuna la denunciaron por criticarlas y ofenderlas, pero ella ni se inmutaba. Le echaba la culpa al guionista de las canciones..
Un día, un guapo y adinerado mozo francés la pretendió, y se casó con él. Un mes y medio duró la convivencia. Volvió a los teatros y saraos... le fue incapaz de prescindir del aplauso de la gente y de las miradas de admiración cuando la veían por la calle pasar..
Pero llegó el día aquel de lluvia y tormenta y las prisas por guarecerse de ellas, y su entrada en el convento, y la mirada a la Magdalena, y su conversión..
Por cierto, se llamaba María Antonia Vallejo, pero todo el mundo la conocía por, La Caramba, causaba estragos allá donde iba..
Joaquín
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