Por fortuna ya no siento
aquellas melancolías,
ni doy a nadie tormento
con vanas filosofías.
Ya no me meto en honduras
ni hablo de llantos ni penas,
ni canto mis amarguras
ni las desdichas ajenas.
He cambiado de tal modo,
que soy otro diferente,
pues hoy me rio de todo,
¡y me va perfectamente!
--Vital Aza--
Hasta hace poco los guionistas de las películas de ciencia ficción pintaban una vida futurista en donde los coches volaban y los habitantes de ese mundo vestían ropas inverosímiles, además de otras extravagancias. Lógicamente nada de eso sucede a día de hoy.
Si nos atenemos a cómo imaginábamos el futuro hace, por ejemplo cincuenta años, en nada se parecería a la realidad actual. Es verdad que hemos avanzado mucho en tecnología, tal vez la rama de la ciencia que más lo ha hecho, pero ni mucho menos se aproxima al planteamiento que idealizamos tiempo atrás. Para ser objetivos solo algunas ideas se han cumplido, pero no la mayoría.
Es cierto que las puertas se abren solas (por control remoto) exactamente igual que imaginaban los guionistas. O que las armas pueden exhalar mortíferos rayos láser, pero ni por asomo los coches vuelan y ni mucho menos podemos transportarnos en el tiempo ni cambiar de galaxia a nuestro antojo. Tan sólo, y como mucho, viajar al planeta Marte, y eso esta aquí al lado.
A mitad de éste 2022, que se corresponde con el futuro lejano de nuestra niñez, lo más transcendental sigue igual que siempre. Las preocupaciones de la gente permanecen intactas; seguimos anhelando buena salud, trabajo y felicidad.
En fin, casi mejor no hacer predicciones, porque si ya de por sí es muy complicado hacerlas para más allá de un par de meses, imaginaros a cincuenta años vista.
A mí, como diría Woody Allen, me interesa el futuro más que nada porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida.
Joaquín
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