Tampoco es en el mar adonde él mora,
ni en la tierra ni en el mar mi amor existe.
¡Ay!, dime si en la tierra te escondiste,
o si dentro del mar estás ahora.
--Carolina Coronado--
¿Quién no tiene un garbanzo negro en la familia? Nosotros los españoles, como país, tenemos unos cuantos. Aunque quizás el más golfo de todos sea el Papa Alejandro VI, de la familia Borgia. Con él llegó el Vaticano a la cúspide del escándalo y la indecencia, ¡español tenía que ser el tipo éste!...
Antes de ser nombrado Papa fue vicecanciller del Estado Vaticano durante los cuatro mandatos anteriores, es decir experiencia tenía el amigo. Éste empleo le hizo amasar una fortuna considerable. Tanto dinero se embuchó que llegó a comprar el cargo de Papa con los lingotes de oro que pudieron transportar cuatro mulas.
De todos sus hijos porque, ¡no crean, tuvo tres !, su preferido era el pequeño Juan, al que tenía destinado como heredero de su cargo y bienes. Pero una noche su cuerpo apareció flotando en las aguas del Tíber. Lo habían asesinado con cuatros navajazos mortales de necesidad.
Aunque destrozado por su muerte, Alejandro no quiso investigar, porque se temía lo peor; que fuera (y con razón) su otro hijo mayor, César, el culpable.
Después de asesinar a su hermano, César instigó a su padre a que lo nombrase Capitán General de la iglesia. Alejandro no lo dudó ni un instante, ¡Menudo era César!.. Contaba al respecto un embajador, que todas las noches aparecían asesinados en Roma cuatro o cinco enemigos de los Borgia.
El terror se apoderó de Roma en aquella obscena época, nadie estaba seguro y la terrible familia campaba a sus anchas por la ciudad, y es que César, con la protección de su padre, hacía y deshacía a su antojo.
Mientras César Borgia dominaba bajo un régimen de terror el tema político, su padre, el Papa Alejandro, se lo pasaba en grande en el Vaticano ¡Menudas orgias organizaba el compadre! En algunas de éstas bacanales gordas que preparaba en los salones del Vaticano participaban activamente su hijo Cesar y su única hija, Lucrecia, criatura jovencita y de muy buen ver.
En una de estas juergas contrató a cincuenta prostitutas y las hizo bailar desnudas. Después debían recoger castañas del suelo a gatas. Al término se daban premios (jubones de seda, zapatos etc.) a quienes más veces lograsen sodomizar a las fulanas, ¡santo varón éste compadre nuestro!
Joaquín Yerga
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