Me abrasan tus manos,
me hielan tus besos
que brotan tus labios
violados y secos.
¡Qué pálida estás, vida mía!
¡Qué a prisas respiras!
No tan cerca.., me quema tu aliento.
¡No llores! ¡No llores!,
Por Dios te lo ruego,
clava en mi tus ojos,
que miren serenos,
no me mires así, de ese modo,
te flota en la vista
algo vago que luce siniestro.
--Manuel Paso--
La ciudad griega de Esparta padeció una humillante derrota militar a manos de un pueblo vecino. Estos les impusieron unas duras indemnizaciones y los trataron como esclavos durante cierto tiempo. Tan mal lo pasaron que, una vez liberados, decidieron que nunca jamás les volvería a pasar.
Se abolió lo individual y solo se tuvo en cuenta lo colectivo (similar al régimen comunista) El gobierno que se dispuso era una especie de consejo de ancianos que decidía todo en común. Por ejemplo...
A los niños los seleccionaban uno a uno y de manera precisa nada más nacer. A los muy débiles los despeñaban desde una montaña cercana y a los aptos los dejaban con sus padres hasta los siete años.
A partir de esa edad se hacía cargo de ellos el Estado que los formaba de manera durísima como soldados hasta los treinta. En este aprendizaje no entraban asuntos superfluos (para ellos) como música, lectura o escritura, tan solo supervivencia, y gimnasia.
Hacernos una idea, como prueba final de su preparación les hacían estar un año entero sobreviviendo en el campo semidesnudos, y apañándoselas para comer solo con lo que cazaban y robaban. Otra peculiaridad era que la gimnasia y los distintos ejercicios deportivos les obligaban hacerlos desnudos, chicos y chicas. Por cierto, estaba consentida la homosexualidad entre ellos. El Estado no se inmiscuía, tan solo les conminaba a proporcionar hijos sanos a la ciudad.
Con estos precedentes nos podemos imaginar qué tipo de soldados tenia Esparta. Ríanse de los comandos mejor preparados de cualquier ejército del mundo al lado de éstos.
En el año 480 a.c. el gran rey persa Jerjes, al mando de un poderoso ejército de más de 250.000 hombres se dispuso a invadir Grecia. El general Leónidas, jefe espartano al que le dieron el mando de las tropas griegas, reunió con urgencia a unos trescientos espartanos. Se apostaron estos en el llamado Desfiladero de las Termópilas, (un angosto paso entre montañas) dispuestos a parar todo el tiempo que fuese posible a los persas y así dar tiempo a los griegos para que pudieran organizarse.
El acto de heroicidad de los trescientos espartanos fue de espanto. Leónidas fue abatido. Nos dice el historiador Heródoto que en la batalla murieron los trescientos espartanos, pero se llevaron por delante a cincuenta mil persas. Jerjes, furioso, cogió el cadáver de Leónidas y aun después de muerto lo crucificó sin piedad en una cruz de madera.
Joaquín Yerga
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