María J. está asustada, aterrada diría yo; apenas tiene 15 años y es la primera noche tras su boda. Por fin, se abre la puerta del dormitorio y ve llegar a su esposo, ese animal gordo y grasiento, que era ya Fernando VII a sus 36 años, babeando de excitación, es decir, más salido que el mango de un paraguas (es público y notorio los desorbitados atributos sexuales del tontainas).
La niña, al verlo llegar así, con los ojos como platos, cachondo y fusta en mano, sale corriendo por los pasillos de palacio como alma que lleva el diablo.. Fernando, disgustado por la acción de la chiquilla, convence a su cuñada y a la camarera mayor para que instruyan como es debido en los oficios del amor a la muchacha. Lo hacen, y a la noche siguiente la chica accede a sus libidinosos deseos. Pero está tan asustada todavía que al ser penetrada con semejante miembro por este bestia, la pobre niña se caga encima de él (con perdón).. Así, tal cual...
A pesar del cabreo, Fernando termina la faena, se limpia como puede de la porquería y no vuelve a ver a María J. hasta treinta días después.. Y mirad qué desgracia, la pobre reina muere unos años después sin haber tenido descendencia..
Por cierto, ahora decimos y despotricamos de la buena vida de los reyes, pero: ¡Ay!, pobres reinas de entonces, casi todas simples niñas de jugar a la comba que las casaban con memos como el tragaldabas este de Fernando VII por cuestiones de protocolo!!. En fin.
Perdonadme el vocabulario tan soez
Joaquín

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