Alivia sus fatigas
el labrador cansado
cuando su yerta barba escarcha cubre,
pensando en las espigas
del agosto abrasado
y en los lagares ricos del octubre;
la hoz se le descubre
cuando el arado apaña
y con dulces memorias le acompaña.
--Argensola--
Y Sócrates dijo a Fedro, en aquel deslumbrante mediodía, a las afueras de Atenas, que las palabras escritas son signos muertos y fantasmales, hijas ilegítimas del único discurso vivo el oral.
El poeta alemán Friedrich Hölderlin, nacido veintitrés siglos más tarde, habría deseado viajar en el tiempo hasta aquel lejano día y aquel tranquilo prado, bajo la sombra de los plátanos, donde el arroyo corría entre las flores, donde Sócrates conquistaba corazones, y Aspasia, su mujer, paseaba entre los mirtos, mientras a lo lejos resonaba bulliciosa el ágora de la ciudad y Platón forjaba paraísos..
Hölderlín fue un excelente poeta, uno de los más reconocidos de Alemania, y estaba subyugado por el mundo griego antiguo, amaba ese mundo. Para él ese era su ideal de vida, conversar con Platón, pasear junto a Sócrates y rebatir sus reflexiones, ser uno más de aquellos ardientes ciudadanos atenienses que ejercitaban la democracia a base de votaciones a mano alzada en el ágora (plaza principal de la urbe).. Pero el poeta con poco más de treinta años enloqueció; su frágil salud mental no resistió los avatares de la vida..
Poco antes, Friedrich Hölderlin había escrito un libro de poemas “Hiperión” que cautivó a mucha gente, entre ellas el ebanista Ernst Zimmer, que lo visitó recién ingresado en el sanatorio. Y mirad, tal era la fascinación que tenía este ebanista por Hölderlin y sus poesías que, sin conocerlo, se lo llevó a su casa y lo cuidó junto a su familia durante los cuarenta años más que vivió, eso sí, demente.. Hoy ningún fan haría algo parecido..
Joaquín..
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