A la luz tibia de otoñal ocaso
entre marchitos árboles torcía
mi errante senda el caprichoso acaso;
deidad hermosa y triste hallé a mi paso,
y eras tú esa deidad, melancolía .
--T. Llorente--
--No creas que esa frase de que la letra con sangre entra es una simple manera de hablar- --le decía a mi contertulio aquella mañana apoyado en la barra de nuestro bar de costumbre-- --quizás pienses que se refiere a que hay que esforzarse mucho si queremos aprender, pero nada de eso, la frase es literal. Mira-- --insistí--
Y me dispuse a contarle una historia que leí hace tiempo. Hablábamos del pasado y de los maestros de entonces. Los dos somos del mismo pueblo y los dos habíamos coincidido en la infancia con D. Manuel, un buen maestro pero muy severo. Mi amigo me recordó aquella fina regleta de madera que siempre tenía a mano con la que nos daba unos buenos golpes en la mano cuando no sabíamos alguna de sus preguntas.
--Ya sabes que los maestros de antaño no solían hacer agradable el aprendizaje, más bien al contrario-- --le informé-- --En el siglo IV, el poeta Ausonio envió una carta a su nieto para animarlo a no tener miedo en su nueva etapa de colegial. Y no te asustes si en la escuela resuenan muchos golpes de fusta, le decía en la carta, jajaja. Esto te da una idea de cómo estaba patio entonces--
--Qué me vas a contar, Joaquín, si tu sabes que algo de eso hemos mamado los dos-- --aseveró mi amigo-- --acuérdate de D. Diego y la mala leche que tenía. Alguna vez me tocó estar dos horas de rodillas en el rincón mirando la pared. A mi me pasa como a San Agustín, que nunca olvidó su sufrimiento de colegial. A sus 72 años escribió que preferiría morir antes que volver a la infancia y a la escuela, jajaja--.--se carcajeó--
--Pues, hablando de barbaridades, fíjate lo que hicieron sus alumnos con Casiano, un maestro con fama de ser muy severo-- --le anuncié haciéndome el interesante-- --éste buen hombre no pasaba día sin que azotara sin compasión a alguno de ellos. Pero adoptó el cristianismo y no quiso renegar de su fe. Fue detenido por los romanos y, atado de pies y manos fue entregado a sus alumnos que, cabreados con él como estaban, mira lo que hicieron estos niños con su antiguo maestro-- --reiteré dispuesto a contarle esa cruel historia--
--Si, si, pero ahí estás mezclando la severidad de los maestros con las persecuciones religiosas-- --interrumpió mi amigo--
--Pero es lo mismo-- --repliqué-- --la rabia de los niños era por haber sido tan duro con ellos en la escuela. Fíjate-- --proseguí-- --sus alumnos le pincharon el cuerpo con los lápices afilados, le arrancaron la cabellera, y fue pateado y golpeado hasta morir. Luego le sacaron la piel a tiras. Eso hicieron con el pobre Casiano aquellos “angelitos” de primaria-- --concluí--
--¡Madre mía!, exclamó él-- --¡qué criminales!, y tan pequeños. Y es que los niños a veces son mucho más crueles que los adultos-- --me reconoció asombrado--
--Por cierto-- --insistí-- --el maestro fue canonizado por no haber renunciado al cristianismo a pesar del sufrimiento. Se trata de San Casiano de Ímola. Echa un vistazo al santoral y ahí lo verás--
Echamos la mañana en nuestro bar de siempre hablando de nuestra infancia en el pueblo y de la escuela. Los dos teníamos suficientes motivos para la nostalgia, y no es porque fuera novedad, pues raro es el domingo por la mañana que no nos pongamos a recordar aquellos años, entre cerveza y cerveza.
Joaquín
San Casiano, martirizado por los niños
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