Bajaron los ángeles,
besaron su rostro,
y cantando a su oído, dijeron:
“vente con nosotros”.
Vio el niño a los ángeles,
de su cuna en torno,
y agitando los brazos, les dijo:
“Me voy con vosotros”
Batieron los ángeles
sus alas de oro,
suspendieron al niño en sus brazos
y se fueron todos .
De la aurora pálida
la luz fugitiva,
alumbró a la mañana siguiente
la cuna vacía.
(José Selgas)
No pensemos que estas penurias que estamos viviendo estos días y estos meses con lo del coronavirus es novedoso a rabiar, nada de eso. Mirad: una disposición del Ayuntamiento de Fuente de Cantos de hace justo cien años ya decía que en caso de morir un contagiado por infección epidemiológica se debía picar las paredes de su alcoba, blanquearlas y desinfectar la casa todo lo que se pudiera. La diferencia con entonces era el tipo de virus; lo demás es calcado a lo de ahora.
Hace justo cien años, en 1920, eran unos 10.500 vecinos (bisabuelos, abuelos y padres nuestros) los que vivían en las 2.250 casas repartidas por las 88 calles con las que contaba el pueblo entonces, y exactamente por esas fechas las autoridades empezaban a tomar conciencia de lo que ahora es el mundo moderno, es decir, crearon leyes nuevas para ordenar el urbanismo, mejorar la higiene colectiva o facilitar medidas para el bienestar de nuestros queridos antepasados..
Había en Fuente de Cantos por esas fechas, un médico y un farmacéutico encargados exclusivamente de controlar la higiene en casas y tiendas. También facilitaban vacunas a gente pobre; las pocas vacunas que existían entonces, ¡claro!. Tened en cuenta que, por ejemplo, una de las enfermedades por la que más gente moría era de tuberculosis, y hasta 1940 no se inyectó la vacuna en masa a la población. Las otras maneras más prolíficas de morir eran por gripe, cólera y diarreas producidas por alimentos en mal estado..
Es verdad que los políticos sacaban leyes y ponían interés en mejorar la salud de los fuentecanteños, pero la gente era muy pobre, desnutrida y vivían con el ganado; además las casas eran insalubres, con lo que la mortandad era terrible. Ese año 1920 murieron, por estas causas que digo y alguna otra, más de 300 personas, la mayoría niños.
El ayuntamiento pretendía, a través de bandos, que los vecinos limpiaran las calles con agua limpia, que los tíos no mearan en las aceras, que los corrales y cuadras estuvieran separados del resto de la vivienda y que el pozo ciego donde iban a parar las inmundicias de la casa se limpiara cada seis meses y de noche, para que el nauseabundo olor impregnara las menos narices posibles. Por cierto, la mierda (con perdón) de estos pozos había que arrojarla a más de 600 metros del casco urbano, con lo que imaginaros cómo estarían las afueras del pueblo. Conste que mucho de esto lo hemos visto y vivido los que ya peinamos canas.
Y la higiene llegó también a los cementerios, los dos que había, aunque el de San Juan (privado) dejó de acoger en su seno a muertos justo entonces, cuando el de San Fernando (público) se puso a pleno rendimiento. Según una ordenanza municipal legislada al efecto, a los fallecidos no se le podía enterrar antes de las 24 horas, salvo muerte por contagio infeccioso, que entonces al muerto había que meterlo en una fosa y cubrirlo con una capa de cal viva de al menos 50 centímetros de espesor. Por cierto, se dispuso también en esas fechas y por la altísima mortandad, la instalación de un horno crematorio en el deposito de cadáveres y sala de autopsias para la incineración de los restos, que antes iban tal cual a la fosa común. En fin, cosas del pueblo de hace 100 años justos..
Joaquín
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