Yo no soy yo. Soy este
que va a mi lado sin yo verlo;
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces, olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasa cuando no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.
--J. R. Jiménez--
Cada uno de nosotros lleva consigo allá donde va un pequeño universo sentimental que, al igual que el espacio infinito, se va agrandando a medida que pasan los años. Este reducido universo nuestro se compone de algunas galaxias y muchas estrellas; también de algún meteorito que otro que alguna vez colisiona y nos hace la puñeta. La particularidad de este micro-cosmos tan especial es que cada uno de nosotros tiene el suyo, y muy diferente al de los demás, por cierto. Sus astros sólo brillan para él...
Este Universo particular de cada uno se crea y expande con nuestras propias vivencias y con las de las personas que nos rodean e influyen. La familia sería nuestra Vía Láctea que nos acoge en su seno, la galaxia cercana y brillante que ilumina la larga noche de nuestra vida. Los amigos, las estrellas parpadeantes con las que soñamos y que, como ellas, a veces son fugaces y a veces son eternos. Y las vivencias, que son el polvo cósmico, la argamasa que sostiene todo nuestro tinglado íntimo y sentimental..
Y en la Vía Láctea de nuestras vidas orbítan también unos cuantos planetas estables e infinidad de satélites itinerantes. Incluso pervive, no obstante, algún agujero negro que otro. Y luceros, muchos luceros que relucen de manera constante y alumbran nuestro trayecto vital.
Los recuerdos, nuestra madre, la niñez, el pueblo, los anhelos, los sentimientos, los miedos, las pasiones, los amores, las decepciones... todos y cada uno de ellos son los astros que van y vienen; ellos conforman y engrandecen ese Universo nuestro, tan particular.
Joaquín
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