Bordeábamos mi amiga y yo los jardines de la embajada rusa en Madrid. Al ver el monumento dedicado a la nave espacial Sputnik, paramos un rato a contemplarla con detenimiento. Luego bajamos por la calle Vitruvio hasta la Castellana. Antes de perder de vista la embajada, y en relación a sus inquilinos, se quejaba ella de los males del comunismo ruso. Le di la razón, incluso le conté una historia:
—Cuando en la Revolución rusa de 1917 acabaron imponiéndose en el país los comunistas más exacerbados, comandados por Lenin—le dije—una de las primeras medidas que tomaron fue hacerle un juicio nada menos que a Dios, al que culpaban de todos los males
—Jajaja, ¡No me digas!—se sorprendió mi amiga—¿y qué delitos había cometido?— preguntó
—No lo sé, supongo que entre los delitos que le imputaban estaría el de connivencia con los capitalistas o con los zares en detrimento de los proletarios—le respondí
--Desde luego qué tontería—afirmó
—Pues aunque no te lo creas se celebró la vista ante un Tribunal Popular presidido por el comisario de instrucción pública, el camarada Anatoly Lunacharsky. ¿Y sabéis cual fue el veredicto final?—le pregunté
—No me lo digas que casi lo adivino, jajaja—se carcajeó
—Sí, has acertado—le anuncié—fue declarado culpable y condenado a la pena máxima. Pena que se ejecutaría al amanecer del día siguiente. Y, efectivamente, a la mañana siguiente al alba, una compañía de oficiales dispararon una salva de fusilería enfocando las armas al cielo---me carcajeé
—¡Madre mía, cuánta estupidez!—se lamentó mi amiga
—Y tanto—le dije—no tengo datos para creer si fue un juicio justo y si algún jurista se atrevió a ejercer de abogado defensor, pero según estaba el patio en esas primeras jornadas de la Revolución, dudo que nadie se atreviera, jajaja--
Joaquín
inicios de la calle Velázquez, donde empezamos a andarcalle Velázquez
tramo de la Castellana por donde volvimos
calle Goya un poco antes de llegar a la de Velázquez

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