No son las cosas reales las que nos asustan, sino lo que imaginamos de ellas.
No es mi intención asustar a nadie, creedme, sólo pretendo aliviar mi ánimo. Es más, necesito contar lo que pasó porque, seguramente haciéndoles partícipes de los hechos se diluya mi congoja y se me aquiete el alma.
Vosotros juzgareis cuando leáis mi historia, pero no os la toméis a la ligera, por favor, de alguna manera, para bien o para mal, ha marcado mi vida..
Todo empezó un caluroso atardecer, a final de agosto pasado:
Era ya tarde cuando decidí ir a Zafra. Pensaba darme una vuelta por el centro y tomar unas cañas con un amigo que vive por allí. Habíamos quedado previamente por teléfono..
Casi oscurecía ya cuando entré en el garaje. Me acomodé en el asiento de mi coche, me ajusté el cinturón de seguridad y me disponía a accionar la llave de arranque, cuando, ¡Joder!..
De repente se apagaron las luces y el garaje se quedó a oscuras. Apenas una tenue luz natural procedente de una desvencijada ventana que daba a un callejón lateral era mi única guía. Quise arrancar el coche y, ¡entonces la vi! ¡Sí, la vi!. ¡¡Os juro que allí estaba!!..
¡¡Dios mío, tendida en el suelo, frente a las ruedas delanteras de mi coche, contemplé el cuerpo exánime de una niña!!. Puedo describir incluso la terrible mueca de dolor en su pequeño rostro!.
No tardé ni dos segundos en abrir la puerta y salir del coche a toda prisa con la intención de auxiliarla, pero fue pisar con mis zapatos las baldosas del aparcamiento y volvió la luz de golpe, cegadora, inmisericorde, y la estancia volvió a iluminarse. Me restregué con fuerza mis ojos deslumbrados y me dirigí a donde estaba el cuerpo de la niña.. No hizo falta avanzar demasiado, no estaba, ¡allí no había nada! ¡Había desaparecido!.¡Dios, qué locura!--grité.
Recuerdo la incredulidad de mi ánimo. Aunque no niego la alegría que me invadió de súbito. Comprenderéis que mejor quedar como un iluso visionario que contemplar realmente el cadáver de una niña tirada en el suelo...
Haciéndome mil preguntas acerca de mi salud mental volví a entrar en el coche, quité el freno de mano y salí desconcertado y a toda pastilla del garaje. Ni tan siquiera pensaba contarle a mi amigo ni a la familia el incidente, se reirían de mi o me tildarían de loco o borracho..
A medida que me acercaba a Zafra, justo a la altura de polígono industrial, noté una rara afluencia de coches poco habitual para esas horas de la tarde. Incluso llegó a formarse una gran retención.
Tras unos largos y tediosos minutos de espera, poco a poco fuimos avanzando hasta llegar al lugar que parecía ser el que había generado el atasco. ¡Un accidente de tráfico o un atropello! .¡Vaya tarde!--me lamenté en silencio.
Según llego a la altura de los coches accidentados y empujado por esa curiosidad insana que a menudo sufrimos los humanos, vi a través de la ventanilla algo horrible: rodeado por coches de la guardia civil y ambulancias, yacía en el arcén de la carretera el cuerpo sin vida de una niña semi-cubierta por el plástico amarillo que suelen colocar a los cadáveres después de una tragedia. No vi su rostro, preferí no hacerlo, pero sí a unas cuantas personas, posiblemente familiares desconsolados dando gritos de horror y desesperación. Voluntarios de la Cruz Roja los abrazaban.
Imaginaos mi conmoción; enseguida vinculé los sucesos del garaje con los de la carretera. Pero no quise saber nada más del terrible accidente aquel.
Aquella noche la pasé francamente mal, incluso mi amigo, el de Zafra, notó mi zozobra.. Tal era la congoja que sentí durante un largo tiempo que apenas utilizaba el coche para no entrar al garaje.
No obstante poco a poco se me fue pasando la angustia. Al final me convencí de que todo fue consecuencia de una pura coincidencia: la tétrica visión del cuerpo de la niña en el garaje, quizás producto del juego de sombras en una vieja cochera; y el accidente, muy real, pero que sucede por desgracia demasiado a menudo; los dos hechos se confabularon para hacerme casi enloquecer aquella tarde..
El paso de los días y el olvido me ha hecho ser el mismo de siempre pero, la otra tarde, un mes después de los macabros sucesos que os he relatado, volví a bajar al garaje.. ¡Y otra vez se ha vuelto a ir la luz!... ¡¡Y he vuelto a ver la niña!!..
Apenas titubee. Salí corriendo a pie del garaje y no he vuelto a coger el coche. Me niego a hacerlo.. ¡Os juro que no probé ni una gota de alcohol!...
Joaquín
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar