El día que me quieras será cada celaje
ala maravillosa; cada arrebol, pasaje
de “Las Mil y una Noches”; cada brisa un cantar,
cada árbol una lira, cada monte un altar.
--Amado Nervo--
Por favor, no hagáis muchos aspavientos de asco por lo que vais a leer. Os prometo que es muy breve y enseguida se os olvidará. Además hace ya mucho tiempo que pasó..
Mirad: Guillermo I, “El Conquistador” fue un robusto jefe normando que invadió Inglaterra en el año 1066 y se hizo nombrar rey de ese país; es un personaje muy conocido en la historia.
Murió este fiero vikingo por causas fortuitas a los sesenta años. Al celebrarse sus exequias fúnebres, en la catedral de Caen (Normandía), cerquita de donde había muerto, el obispo encargado del evento religioso insistió en que el cuerpo del rey, bastante descompuesto ya, por cierto, entrase como sea en el estrecho sarcófago que le habían preparado el efecto.
Tápense la nariz pero no corran todavía... Ante la presión ejercida por varios fortachones bedeles al apretarlo para adentro, le reventó el estómago al monarca, y no os cuento la estampida de obispos, curas, cortesanos y lacayos que estaban alrededor del muerto ante el insoportable hedor que expelía aquello. La catedral se quedó vacía en segundos. Algunos de los más cercanos al féretro limpiándose la cara de las salpicaduras esparcidas huían despavoridos.. En fin y esto por no hacer como los antiguos romanos..
Si, porque los griegos y los romanos enterraban a sus muertos a las afueras de la ciudad. Con gran sabiduría, y sabiendo que los cadáveres pudiera dar motivos de malos olores y enfermedades, se construían sus necrópolis bien lejos de donde vivían; no querían que los muertos se entrometieran en la vida de los vivos.
Pero llegó el cristianismo y con él la creencia de que sólo estamos de paso en este ingrato mundo, camino de otro que será morada definitiva y sin pesar. Y el sepulcro se convirtió así en un lugar transitorio hasta que llegara la resurrección. Y qué mejor lugar para reposar mientras esperamos ese transcendental momento que en nuestra propia iglesia, rodeado de santos, de fieles, de oraciones; es decir, el empujoncito que nos faltaba para alcanzar la gloria..
Y pasó el tiempo y los siglos y volvieron a cambiar las tornas, y ya por higiene y masificación de cuerpos se prohibió enterrar a los muertos dentro de los tempos religiosos, y retomamos la costumbre de sacar los cementerios a las afueras. En fin, ¡qué trajín con los muertos!.
El primer cementerio civil de España se hizo en la Granja de San Ildefonso, en Segovia, a finales del siglo XVIII, siguiendo una orden de Carlos III por la que se prohibía enterrar en las iglesias urbanas. Pero hubo que pasar un siglo hasta que todos los pueblos de España tuviesen su cementerio municipal..
En Fuente de Cantos, mi pueblo, hasta principios del siglo XX no se terminó de construir nuestro cementerio civil, el de San Fernando. Ya sabéis que hasta ese momento los fuentecanteños que morían reposaban el sueño eterno en los pequeños cementerios adyacentes a las ermitas y, como éstas estaban casi todas a las afueras, se pudo aguantar más tiempo a pesar de la falta de higiene.
Debéis saber que cada una de nuestras ermitas disponía de su pequeño camposanto al que iban a parar los sufridos cuerpos de los feligreses adscritos a su hermandad. El último que tuvimos, y del que todavía alguien es posible que recuerde algo, estaba en San Juan, junto a la ermita..
No obstante otra vez están cambiando las formas y costumbres; ahora el cementerio es toda la tierra, todo el mar, todo el aire.., todo el pueblo. Sí, por estos amplios y diáfanos lugares se avientan las pocas cenizas de los que una vez creímos ser, y que nunca fuimos...
Joaquín
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