martes, 7 de junio de 2022

Pongamos que hablo de Madrid.

                                                                                        



Allá donde se cruzan los caminos, donde el mar no se puede concebir, donde regresa siempre el fugitivo, pongamos que hablo de Madrid.

--Joaquín Sabina--


La ciudad de Madrid no debería ser la capital de España, ¡que va!. La población que reunía todas las condiciones para serlo era Lisboa, pero un capricho de Felipe, no el sexto sino el segundo, así lo quiso.

A bote pronto sin mucho cavilar se me ocurre pensar que pocas capitales del mundo están situadas en el interior del país al que representan. La mayoría están en la costa y las excepciones lo son por estar ubicadas sobre algún entorno natural significativo.

En Madrid no pasó nada de eso. Solo tres razones de peso se me ocurren para que fuera elegida como nuestra capital. La primera y más importante es su situación geográfica, en el centro mismo de la península. Aunque también lo está Toledo, más populosa en aquellos tiempos y antaño capital de los visigodos.

La segunda razón que encuentro es que, además de su céntrica ubicación, está situada a escasos kilómetros del montañoso sistema central y eso le proporcionaba buenos aires y abundante agua. Pero la tercera quizás fuera la definitiva: Felipe II no quiso hacer coincidir en una misma ciudad el Arzobispado más importante en aquellos tiempos, el de Toledo, con la capital de su reino, así que, en vez de en Toledo, desvió su capital unas decenas de kilómetros más al norte. Supongo que no querría tener tan cerca al poderoso arzobispo de Toledo que le pudiera hacer sombra.

Madrid no tiene puerto de mar, como decimos, la masa de agua salada más cercana está a casi cuatrocientos kilómetros de distancia. Lisboa, pero también Barcelona o Sevilla estaban mejor situadas en la pugna por la capitalidad del incipiente gran imperio que se estaba formando.

Lisboa era ya una gran ciudad. A orillas del atlántico y sobre el magnífico estuario del Tajo presumía de ser capital del formidable imperio portugués. En Lisboa atracaban las carabelas cargadas con especias de todo tipo provenientes de América, África, o la India. Portugal la había heredado Felipe II de su madre, y la incorporó al mayor imperio conocido entonces, el español.

Barcelona al final del siglo XVI, había perdido ya un poco el esplendor que tuvo ciento cincuenta años antes, pero seguía siendo una gran ciudad comercial, a pesar de que el Mediterráneo decaía a favor del Atlántico como zona de importancia mercantil después del descubrimiento de América.

¿Y Sevilla? Ésta era la candidata con más nominaciones para decantarse como capital. Ignoro por qué no llegó a serlo, pero durante los siglos  XVI, XVII,  y hasta principio del XVIII que cedió el poder a Cádiz, fue la ciudad más importante de España, y la más poblada. Ya en tiempos de los Reyes Católicos se le concedió el monopolio absoluto como punto de partida de los barcos que iban y venían a la América recién descubierta.

En Sevilla, único puerto fluvial del país, atracaban los barcos, entonces con limitado calado, y también salían a través del Guadalquivir rumbo al Atlántico. Sevilla era el centro de una región muy fértil. La niña bonita de las Españas. 

¿Y…Madrid entonces? pues un poblachón manchego fundado por los árabes hacía cuatrocientos. Pero eso era antes, ahora es una urbe inmensa..

Joaquín


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