En el fondo del mal el bien palpita,
el ánimo enervado de los placeres
cobra en la adversidad fuerza infinita,
y en el laboratorio de los seres,
todo aquello que ha muerto resucita.
La tormenta es presagio de bonanza,
del desengaño nace la experiencia,
de la duda la ciencia
y del triste infortunio la esperanza.
Un espinoso arbusto da la rosa,
sale volando de la larva inerte,
como una alada flor, la mariposa,
brilla el iris en nube ennegrecida
y bullen en el seno de la muerte
los gérmenes fecundos de la vida.
--José Velarde--
¿La Plaza más bonita del pueblo?
¿Plaza de las Palmeras? ¿Plaza del Ayuntamiento? ¿Plaza de las Perrunillas? ¿La Plaza? ¿Qué nombre preferís para nuestra principal plaza? Aunque ya sabéis que su nombre oficial es Plaza de la Constitución..
Aquí empezó a construirse el pueblo, es el origen de Fuente de Cantos. En su día, hace tropecientos años, se erigió una antigua ermita gótica que se fue agrandando a medida que el pueblo fue creciendo...
Los primeros datos que tenemos de Fuente de Cantos datan del siglo XIII, de cuando expulsamos a los moros. Bien, pues al poco ya supimos que donde está hoy el Ayuntamiento había unas casas bajas, residencia del personal eclesiástico de aquella (antaño) pequeña aldea..
Imaginaos aquella antigua Plaza, con su pequeña iglesia gótica tipo fortaleza, una menuda torre de ladrillos y rodeada de casas bajas.. Por cierto, cada sábado se organizaba un mercadillo y el alguacil daba las novedades a los parroquianos.
Fijaos qué curioso: a partir de la Constitución de 1812, (la de Cádiz) se dio orden a todos los pueblos y ciudades de España de nombrar a su principal plaza como Plaza de la Constitución. Así que la nuestra no iba a ser menos, y así se llamó.
Pero empezó a enredar la política y varias veces cambió de nombre, pasó por: Plaza de Pablo Iglesias, Plaza de la República, y hasta Plaza de los Mártires durante el franquismo, y vuelta a empezar por Plaza de la Constitución. Sólo que ahora no alude a aquella Constitución de Cádiz, sino a la Constitución del setenta y ocho.
En fin, ¿quién no ha asentado alguna vez sus posaderas en alguna de las perrunillas de la Plaza, ardientes en verano y heladas en invierno?.
Joaquín
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