pasar por aquel parque de la primera cita.
Y no sé si aún florecen los jazmines de antaño
ni sé quién es ahora la mujer más bonita.
Mejor no quiero verte, porque andando en tu acera
sentiré casi ajeno todo lo que fue mío.
Aunque es sólo una esquina donde nadie me espera
y unos cristales rotos en un balcón vacío.
--J. A. Buesa--
Paseábamos los dos por la principal calle de la ciudad. Era verano y vísperas de las fiestas patronales, con lo que la vía estaba maravillosamente engalanada. Llevábamos ya un tiempo callados.
--¿Te pasa algo, Joaquín?---me preguntó ella de sopetón
La miré sorprendido. Enseguida remató su curiosidad:
---Conociéndote, me extraña que pases tanto tiempo sin decir ni pío
Realmente me conocía mi acompañante, a pesar del poco tiempo que hacía que nos conocíamos, porque soy incapaz de mantener la boca cerrada más de unos minutos. No obstante iba mirando los edificios y permanecí apenas un rato abstraído.
--Jajaja, no me pasa nada. Tú te aburres y lo que quieres es palique----le dije entre risas
Ella también era muy de conversar, al menos eso deduje en los pocos días que estuvimos juntos. Quizás por eso, por su incapacidad de estar callada, me hizo una curiosa pregunta:
--Hablando de palique, ¿sabías que el debate es masculino y la conversación es femenina?. Vosotros los hombres nunca conversáis, simplemente discutís por llevaros el gato al agua.
Echó una carcajada tras soltarme la gracieta
--No te falta razón---le dije resignado---pero una buena conversación no consiste en decir cosas ingeniosas, sino en saber escuchar tonterías, y no lo digo por ti.
Lo dije sonriendo, para que viera que era broma y no una indirecta. Nunca se sabe
--Muy ingenioso. Más te vale que no lo digas por mi, jajaja----me respondió ella con el ceño fruncido y falsamente indignadilla
Llegamos al final de la calle. Era ya noche cerrada, pero las terrazas estaban atestadas de gente, incluso empezó a refrescar un poco, cosa que se agradecía dado el calor sofocante de la tarde. Dimos la vuelta
Ya cerca del hotel, y tras otro rato sin abrir las bocas, volví, ahora yo, a tomar la iniciativa. Le endilgué una frase que llevaba un buen rato intentando recordar:
--Por cierto, cariño, dicen que, en el amor, lo de menos son los insultos; lo grave es cuando empiezan los bostezos, jajaja.
Ella también sonrió, pero no dijo nada más del asunto. Llegamos al hotel, cerca del puerto. Antes de entrar la agarré por el talle y la besé en los labios. Íbamos a vivir nuestra segunda noche en la ciudad.
Después de cenar y ya en la cama, llegó a decirme que la calle Larios era de las más bonitas que había visto nunca. Yo iba ya a lo mío y apenas le hice caso.
Esa segunda noche tardamos en dormirnos más que la primera, y no hubo bostezos, precisamente 😉😉😉
Joaquín
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