¡La sombra! ¡Los recuerdos! La luna no vertía
allí ni un solo rayo… Temblabas y eras mía
Temblabas y eras mía bajo el follaje espeso,
una errante luciérnaga alumbró nuestro beso,
el contacto furtivo de tus labios de seda…
--J. A. Silva--
--¿Sabes?---le decía en mitad de la calle a mi amiga---una de las mejores maneras de superar tu tristeza es seguir las recomendaciones de la famosa carta de San Agustín---
---Y cómo es eso---se extrañó ella todavía compungida
Hacía tres meses que había fallecido su padre y a la mujer le estaba costando superar el trance. Bajábamos entonces por la calle Sevilla, de Zafra y yo intentaba animarla. Un rato antes me había contado sus últimos momentos con él antes de morir.
Mira---le dije---una vez le llegó una carta a San Agustín de su querida amiga, Sápida, señora piadosa donde las hubiera. En ella le hablaba de su sufrimiento por la muerte de su adorado hermano, amigo a su vez de éste sabio padre de la iglesia.
--¿Y tú crees que una carta me puede servir de gran consuelo?---me interpeló, pelín incrédula.
Noté su recelo, claro, y me dispuse a explicarle:
--San Agustín---proseguí---contestó a la carta de su amiga con otra carta que consiguió aliviar el inmenso dolor que padecía
--¿Y qué decía la carta?---se interesó---supongo que no te acordarás, ¿no?.
Llegábamos ya a la Plaza Grande y, aunque anochecía y hacía fresco, le sugerí sentarnos un momento en uno de los bancos de granito que rodean la Fuente de los Cuatro Caños y le propuse recitarle la carta.
--No creas que la recuerdo entera---le dije---pero intentaré recitártela.
Haciendo titánicos esfuerzos memorísticos se la leí:
"La muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado.
Yo soy yo, tú eres tú.
Lo que soy para ti lo sigo siendo.
Dame el nombre que siempre me has dado.
Habla de mi como siempre lo has hecho.
No uses un tono diferente. No tomes un aire solemne y triste
Sigue riendo de lo que nos hacía reír juntos.
Reza, sonríe, piensa en mi.
Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido,
sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra.
La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado.
¿Por qué estaría yo fuera de tu mente?
¿Simplemente porque estoy fuera de tu vista?
Te espero; no estoy lejos, sólo al otro lado del camino.
¿Ves? Todo está bien. No llores si me amas. Créeme:
cuando la muerte venga a romper nuestras ligaduras,
como ha roto las que a mi me encadenaban,
ese día volverás a ver a aquel que te amaba
y que siempre te ama, y encontrarás su corazón
con todas sus ternuras purificadas.
Volverás a verme, pero transfigurado y feliz,
no ya esperando la muerte, sino avanzando contigo
por los senderos nuevos de la luz y de la
vida, bebiendo con embriaguez a los pies de Dios
un néctar del cual nadie se saciará jamás.”..
--Uffff que fuerte, Joaquín. me has hecho emocionar. Mientras la recitabas me he estado acordando de mi madre, la pobre, y lo que está sufriendo. Además me la has leído de maravilla---me dijo con una lagrimilla en los ojos
--Tengo que reconocerte que es emotiva---le sugerí---por cierto, hoy en día ésta carta y su mensaje es uno de uno de los más acertados consuelos para creyentes que desesperan por la muerte de un ser querido. En Francia la suele leer algún allegado del muerto en su funeral---concluí
Nos levantamos del banco, casi ateridos de frío y seguimos camino hacía la parroquia; en una calle cercana teníamos aparcado el coche; las sombras se adueñaban ya de la pequeña ciudad..
Joaquín
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