¡Qué milagrosa es la Naturaleza!
Pues ¿no da luz la nieve? Inmaculada
y misteriosa, trémula y callada,
paréceme que mudamente reza
al caer... ¡Oh nevada!:
tu ingrávida y glacial eucaristía
hoy del pecado de vivir me absuelva
y haga que, como tú, mi alma se vuelva
fúlgida, blanca, silenciosa y fría.
--Amado Nervo--
Sentados en el sofá, pendientes de la pantalla que seguía bombardeándonos con imágenes terribles de refugiados que huían de las ciudades ucranianas estábamos los dos. Ella me hablaba del desconocimiento que tenemos los españoles de esta gente, también de los rusos. Le di la razón, y le mencioné a un buen diplomático que tuvimos una vez allá en Moscú en el siglo XIX, Juan de Valera.
--Si, claro---recordó ella---es un escritor conocido, pero no recuerdo exactamente qué escribió. Creo que tiene una novela muy famosa--
--Exacto, “Juanita la larga” es su título---le respondí-- --pero seguro que no sabes que fue uno de nuestros más afamados playboy--
--¿Y eso? ¿Allí en Rusia?---se extrañó mi amiga--
--En Rusia y en todos los países a los que fue destinado---respondí---mira:---y empecé a contarle:
--Con sólo veinticuatro años fue destinado a la embajada de Nápoles---le dije---y como los buenos marineros que dejan un amor en cada puerto, nada más llegar allí dejó su impronta seductora; se enamoró, y enamoró hasta las trancas a una mujer mayor que él y con fama de buena intelectual, Lucía Palladi. Ésta fue quizás su verdadero amor. Ambos llegaron a sentir autentica pasión el uno por el otro. Pero la diferencia de edad hizo que se rompiera el amor--
--Vaya, empezamos bien, Joaquín. ¡Ojalá a Putín le hubiera dado por hacer el amor y no por la guerra!---interrumpió ella moralizante--
--Pues sí, pero a Putín le gustan más los tanques- -le dije---y proseguí---
--Poco mas tarde nuestro amigo Valera llegó a París con el cargo de secretario de la embajada, y como no podía ser menos cameló a no pocas francesitas de alto copete. Con veintisiete años le vemos ya en Brasil, en el consulado de Sao Paulo conquistando a una hermosa baronesa muy experimentada en el amor--
--¡Oh, qué carrerón, y tan joven!---exclamó mi amiga con sarcasmo--
--Y ahora viene lo mejor---insistí---después lo enviaron a la embajada de Rusia, que entonces estaba en San Petersburgo, y allí también la lio parda con algunas valquirias nórdicas. Valera ya rebasa los treinta pero el tío sigue incólume en apetitos sexuales, tanto es así que en Rusia enamora locamente a la actriz Madeleine Brohan--
--¡Joder, Joaquín, con nuestro compatriota!---me señaló riendo---Antonio Banderas a su lado debió ser un patán, jajaja--
--Pero hay más---continué---con sesenta ya cumplidos llega a Washington como embajador y enamora nada menos que a la hija del Secretario de Estado norteamericano, Katherine Bayard, una bella joven que pretende casarse con él. Pero Valera no quiere comprometerse, ella es demasiado joven. Al poco recibe la noticia de que le trasladan a Bruselas. Tres días más tarde, ella, que está loca por él, ¡¡se suicida por su amor!!---concluí haciéndome el interesante--
--¡Madre mía!---exclamó mi amiga sorprendida---¿y qué coño tenía Juanito Valera para tantos amoríos?. Yo he visto fotos suyas y no es para tanto. Seguro que tenía un piquito de oro. ¿Estaba casado?-- -preguntó--
--Sí, se casó ya mayor con Dolores Delavat, hija de un antiguo jefe suyo---le contesté yo---con ella tuvo tres hijos, pero el matrimonio no funcionó.
--Y él a lo suyo, a pelar la pava ¿no?---se carcajeó--
--Mas o menos---le especifiqué---y eso que no te lo he contado todo. Murió en Madrid a los 81 años, pero se fue bien despachado, el tío, jajaja. Está enterrado en Cabra, su pueblo--
Terminé de hablarle de Valera y cambiamos de conversación. La tele seguía con la matraca de la guerra. Mi amiga, muy indignada con todo lo que veía, soltaba improperios cada vez que mostraban imágenes duras de mujeres y niños huyendo, o de muertos en las calles..
Joaquín