He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciales del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz...
--Borges--
El embajador español pidió audiencia al todopoderoso Papa Gregorio XIV, para tratar unos asuntos.
Gregorio XIV era un tipo desabrido y vanidoso, apenas prestaba atención a lo que nuestro diplomático le explicaba..
El embajador seguía hablando, pero el pontífice perdía el tiempo manoseando un valioso gatito de angora apoyado en su regazo o mirando las musarañas..
El embajador, D. Francisco de Álava para más señas, cabreado ya por la descortesía del Sumo Pontífice, se acercó a él, cogió al gato por el cuello y lo tiró al suelo..
--¡Oh, pero cómo os atrevéis!---exclamó el Papa.
Con las mismas, fuera de sí, le arrojó una campanilla de oro macizo que tenía sobre la mesa.
D. Francisco, con aplomo y sin inmutarse, se la devolvió después de haberla besado, diciéndole: Algún día ésta campanilla tendrá que pregonar nuestra fama en el mundo.. E inmediatamente abandonó la audiencia.
Dicen que el Papa, pasmado ante tal osadía, soltó por lo bajines: ¡No se puede negar que éste hombre los tiene bien puestos!...
Claro, que les hablo del siglo XVI, cuando éramos alguien en el mundo..
Joaquín
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