viernes, 29 de abril de 2022

Historia de un beso arrebatador

                                                                                   




         ¡Si hubiera podido

sujetar el tiempo

y parar los astros

en el firmamento,

y quedar en eterno reposo,

hubiera vivido

en un beso constante y eterno!.

--Manuel Paso--


La tienda no era muy grande y estaba casi vacía a esa hora de la tarde. En una esquina, al fondo, la empleada atendía a una cliente que reclamaba una talla mayor de un vestido rosa que asía de su mano. En el otro extremo yo ojeaba el precio de una camisa blanca de lino que me había llamado poderosamente la atención. 

Por un momento levanto la mirada y veo a una mujer a mi lado. Tendría unos cuarenta años; parecía indiferente mirando una prenda contigua a la mía. Casi nos rozamos las manos. De repente nos miramos. Enseguida bajó los ojos, pero al instante volvió a mirarme. No sé, algo debió pasar entre nosotros. Quedamos presos de un extraño hechizo. 

Ignoro el tiempo que estuvimos mirándonos; nunca lo supe. Era como si nos conociéramos de toda vida. Un deseo inmenso de estrujarla entre mis brazos me invadió de súbito. Tal era la parálisis contemplativa que me atenazaba que tardé una infinidad en hablarle:

--¡Hola! ¿Qué tal?---le dije no muy seguro del resultado

--¡Hola!. Mirando esta camisa para mi marido estaba---respondió ella ruborizada, quizás por la osadía de las miradas.

No me importó el hecho de que estuviera casada, yo también lo estaba. Me acerqué, la cogí suavemente por el talle y la invité a apartarnos a una zona oscura del local.

Ella colgó la camisa en su perchero y asintió con los ojos... y en un rincón de la tienda, ocultos entre montones de prendas pasadas de moda, como dos adolescentes nos fundimos en un beso tan profundo que jamás he vuelto sentir otro igual.

Terminamos casi sin aliento. Nos apartamos las caras y las bocas, y volví a mirarla. Era muy guapa, quizás algo más joven que yo. Noté que temblaba. Se limpió la comisura de sus labios con el reverso de mano y, azorada, me dijo adiós, sin más. "Su marido la estaría buscando"---me  confesó mientras me daba la espalda. 

No volví a verla.

Salí de la tienda hecho un manojo de nervios. Ni me acordé de mi mujer que la quedé ojeando en una perfumería de la misma calle. 

Todo fue inesperado, casual, extraordinario.

Jamás había engañado a mi mujer con otra, salvo ese día, que sólo fue un beso, un beso que aún me quema en los labios.

Joaquín




    
                      
      
  

                                                                    


                                                         

                                                                          



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