Era verano y yo ojeaba el precio de una camisa blanca de lino en aquella tienda; recuerdo que estaba casi vacía.. De repente noto que me rozan las manos, levanto la mirada y veo a una mujer a mi lado; tendría unos cuarenta años. Debió tocarme de casualidad porque parecía distraída mirando una prenda contigua a la mía. Y nos miramos; ella bajó los ojos enseguida, pero al instante volvió a mirarme. No sé, algo debió pasar entre nosotros; quedamos presos de un extraño hechizo.
Ignoro el tiempo que estuvimos así; nunca lo supe; era como si nos conociéramos de toda vida. Un deseo inmenso de estrujarla entre mis brazos me invadió de súbito. Tal era la parálisis contemplativa que me atenazaba que tardé una infinidad en hablarle:
--¡Hola! ¿Qué tal?---la saludé indeciso
Ella pareció despertar del marasmo. Respondió, ruborizada:
--¡Hola! Estaba mirando esta camisa para mi marido
No me importó el hecho de que estuviera casada, yo también lo estaba. Me acerqué a ella, la cogí suavemente por el talle y la invité a apartarnos a una zona oscura del local. Dejó la camisa en su perchero y asintió con los ojos... y en un rincón de la tienda, ocultos entre montones de prendas pasadas de moda, como dos adolescentes nos fundimos en un beso tan profundo que jamás he vuelto sentir otro igual.
Terminamos casi sin aliento. Nos apartamos las caras y las bocas y volví a mirarla. Aún era más guapa así, azorada. Noté que temblaba. Se limpió la comisura de sus labios con el reverso de su mano y me dijo "adiós", sin más. "Su marido la estaría buscando"---me confesó mientras me daba la espalda. No volví a verla.
Salí de la tienda hecho un manojo de nervios. Ni me acordé de mi mujer que la quedé ojeando en una perfumería de la misma calle. Todo fue inesperado, casual, extraordinario. Jamás había engañado a mi mujer con otra, salvo ese día, que sólo fue un beso, un beso que aún me quema en los labios.
Joaquín
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