jueves, 8 de octubre de 2020

El caso es morirse...






Amiga...
Tu infinita sed de amar
confirma mis sospechas;
¡desbordas sensibilidad!
Déjame susurrarte al oído,
permíteme decirte que
eres ninfa de límpido mar;
sirena disfrazada de mujer
en busca de su príncipe azul
que le decore su corazón
con poemas de coral.
--Joaquín--


Digamos lo que digamos y a pesar del coronavirus, un elevado tanto por ciento de muertes se produce por ataque cardíaco, accidente de trafico o suicidio. Si, esto es verdad, pero la mayoría, el 60% de nosotros, morimos de una prolongada decadencia. Vivimos una larga vida, pero también morimos de una larga muerte...
Según ciertos cálculos, si mañana se encontrara una cura para todos los tipos de cánceres, sólo se añadiría 3,2 años de vida a la esperanza de vida global. Y si se eliminara la enfermedad cardíaca (primera causa de muerte) se añadiría apenas 5.5 años más. Ello se debe a que la mayoría de las personas que mueren por estas causas son gente de edad avanzada y si no mueren por esto se morirán de cualquier otra cosa, ¡así está el patio!.
De todas maneras y aún con el bajón emocional subido que padecemos estos días, sepan que un tipo nacido en 1945 podía disfrutar unos ocho años de jubilación antes de desaparecer del mapa. Sin embargo, otro nacido en 1971 se puede tirar, el tío, más de veinte años chupando del Inserso. Esto es estupendo para el beneficiado, aunque funesto para las arcas del estado pero, ¡allá el estado y sus cuentas!. Ya vendrá Europa a rescatarnos. Al menos eso dicen.. 
Mirad si somos unos suertudos que, aún con la que está cayendo estos días en nuestro pueblo y los 90 contagiados, si lo comparamos con la vida que llevaban nuestros abuelos, somos los reyes del mambo. Les recuerdo que estos pobres nuestros morían con 50 y 60 años y sin haber salido más allá de Calzadilla de los Barros. 
En fin, démonos, pues, con un canto en los dientes y disfrutemos de la vida, que estos percances pasarán en nada y volveremos a abrazarnos y a llenar los bares. Por cierto, acordaros de guardar la última mascarilla como símbolo de una corta y penosa etapa que nos sirvió, entre otras cosas, para recordarnos que no somos tan infalibles como creíamos..
Joaquín


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