Yo,
poeta decadente,
español del siglo
veinte,
que los toros he elogiado,
y
cantado
las golfas y el
aguardiente...,
y la noche de
Madrid,
y los rincones impuros,
y
los vicios más oscuros
de estos
bisnietos del Cid:
de tanta
canallería
harto estar un poco
debo;
ya estoy malo, y ya no bebo
lo
que han dicho que bebía.
--Manuel Machado--
¿A quién daríamos una limosna en la calle?: ¿A un sin techo? ¿A un mendigo? ¿A un tipo bien vestido con traje?. Bueno, cabe esperar que nos rasquemos los bolsillos y le demos 50 céntimos al mendigo, pero, ¡sorprendeos!, con el tipo del traje somos más generosos. Eso dice un estudio.
Fijaos qué experimento hizo la Universidad de Nueva York hace poco:
Un hombre (psicólogo) actuó unos días como mendigo en las calles de Nueva York y de Chicago. Los días laborables se sentaba en la calle y pedía un donativo con un vaso de papel y un cartel.
Otros días (el mismo psicólogo) vestía, o bien unos vaqueros oscuros lisos y una camiseta azul, o bien un traje oscuro con camisa blanca y corbata azul, y el pelo bien peinado con gomina.
En total, pasaron por delante de él unas 4.500 personas, y en ambas condiciones ni siquiera una de cada 50 personas hizo un pequeño donativo.
Pero, ¡Oh, sorpresa! con traje y corbata el tipo conseguía de media dos veces y media más dinero que con el vestuario harapiento. El psicólogo del estudio llegó a recibir donaciones de cinco dólares o más, pero solo en traje.
Una encuesta de seguimiento demostró que el mendigo era juzgado de forma diferente en función de su vestimenta. Según los transeúntes, con traje parecía más competente, afectuoso e incluso más humano, y los encuestados se sentían más afines a esta persona y más inclinados a darle limosna.
Resulta que quienes están comparativamente mejor económicamente, tienen más probabilidades de reconocerse en una persona cuya apariencia sugiere un estatus similar, y esto fomenta la voluntad de ayudar. Además, ya ni nos fiamos de los pobres. Bueno, esto último lo digo yo.
Joaquín
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