martes, 10 de marzo de 2020

Una mujer de Lesbos...



Asomaba a su ojos una lágrima

y mis labios una frase de perdón;

habló el orgullo y se enjugo el llanto,

y la frase en mis labios expiró.


Yo voy por un camino, ella, por otro;

pero, al pensar en nuestro mutuo amor,

yo digo aún: ¿Por qué callé aquel día?

Y ella dirá: ¿Por qué no lloré yo?

--Bécquer--


Permanecía sentada en la silla frente a la mesa donde habíamos terminado de comer. Yo me asomé a la ventana que daba a la Avenida y vi cómo la gente apresuraba el paso por la acera y sacaban los paraguas. Empezaba a caer unas frías gotas de aguanieve, algunas se deslizaban ya por el cristal. Me di la vuelta y me senté junto a ella, y empecé a contarle.. 

--Como te iba diciendo, hace mucho tiempo ocurrían cosas extraordinarias en esa pequeña isla al oriente del Mediterráneo. Era una isla paradisíaca, cálida, casi virgen, donde los riachuelos de aguas límpidas bajaban de las montañas y viejos olmos cuajados de jilgueros y verdecillos cantores, sombreaban sus riberas--

Desde luego contrastaba el bello panorama que le describía a mi amiga con la tarde desapacible que sufríamos aquí en la ciudad.

--La pequeña isla---proseguí--- tenia de capital a Mitilene, una ciudad hermosa que albergaba soberbios palacetes y templos, entre los que destacaba el dedicado a Afrodita, diosa de la belleza y del amor. En el siglo VII a.c. allí vivía, Safo, la más sensible, la más bella poetisa de la antigüedad. Mujer apasionada que dirigía con dulzura una escuela femenina donde enseñaba a sus alumnas poesía, filosofía y música; algo inaudito en aquella época--

--Qué bonito me lo pintas, Joaquín, algo he leído de Safo, pero no la recuerdo bien---me dijo ella interesándose por la historia-- 

Me quedé un rato pensando intentando hacer memoria, pero no recordaba habérsela contado. Quizás la haya leído en algún sitio, pensé.

--Mira---le dije---un día pasó por allí el famoso poeta errante Alceo y tuvo amores con Safo, y le dedicó sus mejores versos... “En cuanto te he visto, sólo un instante, no puedo pronunciar palabra.. Mi lengua se traba, un fuego sutil se desliza bajo mi carne, mis ojos nada ven y mis oídos nada oyen”---le escribió--

Safo estuvo siempre enamorada; enamorada de las flores, de los pájaros, de la suave y cálida brisa procedente del mar y que envolvía la isla en verano provocando los más bellos atardeceres de todo el Mediterráneo. 

Pero Safo amó también a jóvenes y delicados efebos de su ciudad. Y a un apuesto marinero con el que se casó muy joven y le dio un hija, “ramillete de crisantemos” le llama ella a su niña...Y amó a mujeres, ¡oh, sí!, bellas y lindas muchachas. Algunas, discípulas suyas que la quisieron de veras; otras, jóvenes nativas atraídas por su ternura y primor.. 

Su pequeña isla era un remanso de amor y pasión en aquellos idílicos tiempos. Su fama traspasó fronteras durante siglos y milenios.. Sí, milenios porque han pasado ya 2.600 años y aun la recordamos---concluí---

--¡Oh, que escenas más bucólicas me estoy imaginando!. Me estás poniendo los dientes largos, Joaquin. Estoy por animarte e idnos allí una semanita---bromeó sonriendo--

--Fíjate lo que le escribió Estrabón el gran historiador griego, que pasó por la isla y la conoció---insistí--- “Pura Safo, la de los cabellos de violeta, la de la dulce sonrisa, quisiera decirte tantas cosas pero la timidez me detiene”..

Sin embargo, Safo, tuvo también detractores. Malas lenguas, gente envidiosa de su hermosura y felicidad que pasó por allí y tal vez no fuera bien recibida. El caso es que se propagó por el mundo griego la patraña de que la isla era un nido de pervertidos, de fornicadores y viciosas lesbianas capitaneadas por Safo.. 

--Como siempre, Joaquín, no faltan tipos que por envidia son capaces de destrozar vidas y reputaciones--me contestó mi amiga cariacontecida--

--Por cierto---le argumenté----la isla se llama Lesbos; está situada en el mar Egeo, frente a la actual Turquía. A las chicas homosexuales enamoradas de otras del mismo sexo les llaman safistaslesbianas. Imagino que ahora entiendes el porqué-- 

Terminé y la dejé pensativa. Luego me levanté y volví a asomarme a la ventana para comprobar si había escampado. Seguía lloviendo, pero yo vislumbre por un instante todo el esplendor de Lesbos a través de los cristales.

Joaquín






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