domingo, 29 de marzo de 2020

Cuando todo acabe..




Amiga...
Hoy mi cielo es más azul.
Las nubes negras que, amenazantes,
cubrían este horizonte otoñal, 
las percibo como espuma blanca
que acurrucan mis fantasías..
Esta mañana me he cruzado contigo, 
y no me has vuelto la cara..
--Joaquín--


Cuando acabe esta pesadilla que a más de medio mundo nos tiene tan preocupados, además de recluidos en nuestras casas, muchos miles de personas se habrán ido con ella. Por desgracia no pocos tendremos amigos, familiares y vecinos entre los fallecidos. Tampoco faltarán famosos de todas las disciplinas a la cita con esta injusta y masiva muerte..
De tanto asimilar las cifras de muertos diarios, casi nos estamos acostumbrando a esta espeluznante rutina. Sobre las doce de la mañana de cada día, sin faltar a la cita, sabremos que otros cuantos centenares de compatriotas habrán dejado de existir y engrosado, por tanto, la abultada lista de muertos anónimos. Y lo que es aún más dramático, la mayoría de ellos habrán muerto solos, sin sus seres queridos a su lado; peor imposible..
Si hace sólo unas semanas hubiéramos sabido por los medios informativos de un grave accidente de tren o de autobús en el que hubieran perecido ochenta o cien personas que venían de unas vacaciones del Inserso, el impacto emocional hubiera sido brutal. Comisiones de investigación, lloros por doquier, días de luto, escándalo por el mal estado de las vías del tren o carencias de cinturones de seguridad del autobús hubiera sido la tónica dominante en la opinión publica durante semanas, como mínimo.. Bien, hoy por la mañana digeriremos con una facilidad pasmosa que 900 españoles más han muerto en el día de ayer por un virus. Y lo asumiremos con paciente resignación. Y no sólo eso, sino que mañana otros 900 morirán; ya están en la UCI apunto de dar el paso definitivo. Mientras tanto el resto de los que aquí seguimos creyéndonos unos héroes porque no podremos salir a la calle en unos días..
Cuando todo esto termine será como cuando un violento tornado acaba de pasar por un pueblo del centro-oeste americano y la gente sale a la calle por primera vez a comprobar qué ha quedado en pie. Quizás nosotros tengamos que hacer lo mismo. Iremos a la plaza del pueblo y pasaremos lista uno por uno a comprobar quienes faltan. Apuesto que nos llevaríamos grandes sorpresas al ver la enorme cantidad de vecinos y conocidos que ya nos están entre nosotros. Y lloraríamos apenados, porque ya no los veremos con sus parejas bailando un pasodoble en el Ninot, o en el Golden de Gran Vía, ni sentados en el banco de la plaza discutiendo amigablemente de política. Por mi parte no volveré a ver a Pablo sudando la gota gorda los viernes por la noche moviéndose al ritmo de un merengue, ni a Esteban y Guadalupe bien agarraditos y compenetrados marcándose un tango que tan bien lo hacían.
Ignoro a cuántos más me tocará echar de menos; esto no ha hecho más que empezar. Sólo una cosa tengo clara, miedo me da retomar la normalidad y volver a nuestras salas de fiestas. Ahí, cuando empiece a mirar a un lado y a otro y los vea vacíos, entonces seré verdaderamente consciente de la tragedia, mi tragedia..
Joaquin



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