Era un cautivo beso enamorado
de una mano de nieve, que tenía
la apariencia de un lirio desmayado
y el palpitar de un ave en agonía.
Y sucedió que un día
aquella mano suave
de palidez de cirio,
de languidez de lirio
y palpitar de ave,
se acercó tanto a la prisión del beso,
que ya no pudo más el pobre preso
y se escapó; más con voluble giro
huyó la mano hasta el confín,
y el beso que volaba tras la mano,
rompiendo el aire, se volvió suspiro.
--Luis G. Urbina-- (siglo XIX)
Le decía a mi amiga la otra tarde, bajando por Gran Vía, que una de las señales que me indican que me estoy haciendo viejo es cuando alguien me dice que nunca ha visto una cinta de radiocasete y que jamás fue a un vídeo club a alquilar una peli.
--Pues a mi, la primera señal de vejez me vino de la vista---me contestó ella---el tener que usar gafas para ver de cerca fue un indicio de que algo a peor estaba cambiando en mi cuerpo--
Ni ella ni yo somos viejos todavía, pero tampoco niños. El tema había surgido porque veníamos caminando desde muy lejos y ya empezaba a estar cansado, y así se lo hice saber.
--Yo hace tiempo que uso gafas, ya lo sabes---le recordé---peor llevo lo del pelo. Cuando me miro al espejo y lo veo tan blanco se me cae el alma al suelo---le solté compungido--
Llegábamos ya a la Plaza de España y justo ahí teníamos pensado terminar el recorrido, girando hacia la calle San Bernardo para luego enlazar con los bulevares, y así hasta Colón, donde lo habíamos iniciado. Unos cinco kilómetros a paso ligerito no es moco de pavo, así que, con las piernas doloridas utilicé lo de la vejez para aminorar la marcha.
--Mira---le dije aprovechando unos datos que había leído tiempo atrás----la flor de la vida es la veintena. A los treinta nuestro cuerpo empieza a sufrir los cambios que la juventud deja atrás. A partir de aquí todo es dramático: el cristalino del ojo se vuelve rígido y vemos peor, el olfato y el gusto se resiente, perdemos músculos, ganamos grasa y el pelo se cae de donde no debe---
--¡Uy! ¡Para para, Joaquín, que estás llegando a mi edad y no me va gustar lo que me vas a decir, jajaja!---me interrumpió mi amiga entre carcajadas---
---No te sientas aludida, esto no va por ti, pero te lo tengo que terminar de contar, jeje---le insistí sonriendo---fíjate, a los cuarenta no es raro sentirse cansado, las arrugas ya no son tan pequeñas y piel se acartona. En la cincuentena ya ni te cuento: a las mujeres os llega la menopausia y a los hombres la andropausia, perdemos testosterona a marchas forzadas, a los sesenta ya hemos perdido un 35% de testosterona, es decir, las ganas de hacer el amor. Así que, si te apetece no cuentes conmigo, ya he rebasado esa cifra, jajaja--concluí carcajeándome--
--Jajaja, no te preocupes, amigo, si me apetece ya tengo a mi marido para hacerlo, que es más joven que tú---me respondió ella riendo de buena gana----no obstante, dicen que sentirse joven está muy bien, evita depresiones y tristezas, hasta físicamente favorece, y yo me siento joven a pesar de mi edad---reiteró.--
--Sí, pero sentirse joven acorde con la edad, no pretender tener treinta años con sesenta---le argumenté---sé de algunos que se ponen el chándal y se van de maratones con ésta edad---rematé---
En poco más de media hora estábamos en la plaza de Colón. Ella calzaba zapatos de paseo con medio tacón, lo que hizo que llegara con los pies machacados. En esa misma plaza cogimos el Metro y para casa; oscurecía ya cuando llegamos..
Joaquín
Mi amiga dejándose fotografiar mientras bajábamos por Gran Vía
Abajo, fotos de Fuente de Cantos, mi pueblo
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