Te vi tan feliz casada, tan hermosa, tan gentil.
Pareciera que el tiempo no ha pasado para ti.
Me diste un beso en la mejilla y me presentaste a tu marido.
No sé si lo nuestro se te olvidó o haces de tripas corazón
y disimulas ser dichosa. Sofocado, yo apenas te miré.
Incluso temí que descubrieran mi rubor..
--Joaquín-
¿Sabéis una cosa?. ésta pasada noche apenas dormí. Reconozcan mi temor y apiádense de mi, ¡son tantos los mensajes tremebundos, las malas noticias, el acojone!. Aunque era consciente que tarde o temprano alguien tendría que hacerlo. Conste que me tocó a mi porque, muy ufano me ofrecí voluntario. Luego me arrepentí amargamente.. Se trataba, claro está, de hacer la compra.
Grandes nubarrones cubrían el cielo cuando muy de mañana subí la persiana de mi ventana. Incluso una fina y pertinaz lluvia vi caer. Mal se presentaban las cosas para dar el paso que tenía que dar. Les aseguro que mi ánimo decaía por momentos según se acercaba la hora.
Volví a asomarme por segunda vez a la ventana, y comprobé, estupefacto, que por la calle desierta nadie osaba transitar por sus aceras. Quizás algún automóvil esquivo y madrugador quebraba con su rugido mecánico el silencio fúnebre de la ciudad, y nada más, pero.. ¡no podía demorarlo por más tiempo!-–pensé---lo que tengo que hacer he de hacerlo sin más dilación.
Cogí los guantes de látex que ya tenia preparado en la mesita de entrada, me puse en la cara una mascarilla que había afanado cuando lo de la crisis del ébola, abrí la puerta de mi casa y salir al exterior, ¡con dos cojones!..
Con mucho cuidado, temiendo encontrar algún vecino inoportuno, bajé las escaleras del edificio y salí a la calle; el impacto fue brutal. Ni un alma en las aceras, ni un coche circulaba por la calzada; un silencio sepulcral envolvía la antaño sucia y ajetreada calle. Sólo al llegar a la puerta del garaje contemplé sorprendido cómo en la acera de enfrente un solitario transeúnte bien pertrechado con guantes, mascarilla y gorro de plástico me miraba con compasión por mi atrevimiento..
Saqué el coche con sumo cuidado para no tocar ningún pestillo de la puerta y aparqué en la explanada del Carrefour.. Os aseguro que hacer la compra en plena histeria por lo del coronavirus es demencial.
La gente transita por las orillas de los pasillos del hipermercado mirándote con mala leche por si te arrimas más de la cuenta. La paranoia llega a un punto tal que, mientras estás cogiendo unas latas en conserva de su estante no entra nadie hasta que tu no salgas. La escena es de pánico nuclear, créanme, jamás he visto más clases de mascarillas estrafalarias y de todos los colores. Hasta alguno menos previsor vi sudando la gota gorda por taparse cara y cabeza con bufanda de lana..
Harto de recorrer pasillos intentando no tropezar con nadie, me sorprendió ver a un valiente sin mascarilla. Lo miré con admiración y eso me envalentonó. ¡Yo no voy a ser menos!--entendí---saqué pecho y llené el carro hasta arriba (incluido un par de paquetes de papel higiénico) para no volver en cuatro días, como poco.
Joaquín
P. D. Así tal cual lo escribí, tal día 16, como hoy, pero de marzo de 2020, ¿Quién se acuerda ya de estas cosas?
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