Deje mí copa en el brocal maldito.
Grité hacia abajo, hacia el profundo hueco,
pero el coro sarcástico del eco
me devolvió multiplicado el grito.
Llegaba tarde: el pozo estaba seco.
--J. A. Buesa--
Nadie nos saludó en la calle cuando salimos de su casa y eso a mi amiga no le gustó. Al ver su cara mohína por los desaires de los vecinos, le sugerí que no se preocupara, que eso ahora era normal. No se resignó, sino que, contrariada, me dijo:
---Mira, Joaquín, fui por primera vez a Nueva York en mayo de 1988. Recuerdo que al entrar en los ascensores nadie te saludaba. Yo pensé que esa fea costumbre jamás llegaría a España; me equivoqué. Ya lo estas viendo, lo mismo ocurre hoy aquí en Fuente de Cantos.
Mi amiga lleva poco tiempo en el pueblo y trabaja en Almendralejo. Yo tenía cita allí con un abogado esa mañana, así que me sugirió acompañarla. Ya en el coche, y después de las cuatro obviedades de rigor, retomé el tema de la buena educación:
---Y que lo digas---le remarqué---ya ni nos saludamos. Tengo vecinos, de puerta con puerta que no sé nada de sus vidas, y si nos decimos algo es porque nos tropezamos al salir, pero nos vemos por la calle y ni mú.
Mi amiga es más joven que yo, pero sus padres les inculcaron a machamartillo las viejas costumbres. Recuerdo que aún conduciendo, pasada ya Villafranca, me confesó que era incapaz de pasar junto a un conocido o vecino y no decirle nada:
Llegamos a la Avenida de San Antonio, casi en el centro de Almendralejo. Allí junto al Conservatorio de Música me dejó, justo al lado tiene el despacho mi abogado. Ella siguió hasta la calle Pizarro, por allí trabaja. Todavía antes de bajar del coche me había dicho:
---Joaquín, y qué me dices de esos que unas veces te saludan efusivamente y otras no te hacen ni puto caso, jajaja.
Después de irse y perderla de vista, aún resonaban en mi cabeza sus carcajadas. En realidad tenía mucha razón, es una pena que hayamos perdido las viejas costumbres.
Pero, abundando en esto de las viejas costumbres, me sigue pasando, cada vez que voy a la calle Gravina, donde nací, aún creo ver a Luisita, prima de mi madre, y a Josefita la de Pisurqui, y a Encarnación la de Tomás, y a María la Panea, y a Isabel, la del comercio, y a... todas queridas vecinas de siempre, llamar a voz en grito:
---¡¡Dolores, Dolores, tu hijo, que viene de permiso!! .Y a todas tenía que darle un beso antes de entrar en casa.
Cuánto las echo de menos 😞😞😞
Joaquín
Foto tomada desde el mismo sitio que la de blanco y negro, pero sesenta años después
Calle Gravina antes de su último arreglo
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